Alelina
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La Santa Misa : Liturgia de la Palabra.

1. Antífona de entrada
Cuando no hay coro, ni un cántico para empezar la Misa, se reza la Antífona que normalmente es un versículo de la Biblia. Es muy importante porque nos anticipa la temática de toda la celebración. Es como la obertura de una obra musical, que nos anuncia lo que va a seguir.

Como ejemplo está la antífona de la Misa de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote (Hebreos 7, 24):
“Cristo, mediador de la nueva alianza, por el hecho de permanecer para siempre, posee un sacerdocio perpetuo”.

Ya de entrada, nos ponemos a la expectativa, porque las oraciones y las lecturas bíblicas, abundarán seguramente en el tema.
2. La Señal de la Cruz

Da comienzo propiamente al Sacrificio de la Misa, signándonos en el Nombre de las Tres Divinas Personas. Al mismo tiempo que nos bendecimos con la señal de la Cruz, instrumento de nuestra salvación, invocamos a Dios Trino; toda la Misa es Trinitaria y no podía ser de otro modo.

3. Saludo ritual
Él oficiante saluda a la feligresía con varias fórmulas, todas ellas riquísimas en contenido. La primera y más usual:
“La Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, estén con ustedes”, tomada de las cartas de San Pablo, no podía ser más profunda, más completa y más bella. El sacerdote no podría desear nada más grande a la comunidad, que a su vez le devuelve el saludo diciendo el tradicional “y con tu espíritu”.

4. Acto penitencial
Se invita a la comunidad a pedir perdón a Dios por los pecados cometidos. Ante la santidad inconmensurable de Dios, debemos reconocer humildemente nuestra fragilidad, nuestra malicia, nuestra nada. Con varias fórmulas reconocemos que hemos pecado. La más usual es el
“Yo confieso” en la que no solamente nos confesamos pecadores delante de Dios y de los santos sino que pedimos a la Iglesia triunfante y militante, orar por nosotros, por cada uno de los presentes.
Termina el Acto penitencial con el rezo o canto de los muy tradicionales
“Kyries”, incorporados a las Misas del rito latino de las Iglesias del rito griego del Medio Oriente.

Este Acto Penitencial, como otros sacramentales de la Iglesia, nos obtiene automáticamente el perdón de las faltas veniales y podemos por lo tanto con toda confianza acercarnos después a la Sagrada Comunión.

No así cuando por desgracia, hemos ofendido a Dios gravemente. Los pecados mortales deber ser confesados en el Sacramento de la Reconciliación. San Pablo es tajante al respecto, al advertir a los Corintios en su primera carta (11, 27-28) que no se atrevan a comulgar indignamente. No debemos alejarnos de la Comunión por cualquier tarta, y debemos evitar tanto los escrúpulos, como la conciencia laxa.

Como no siempre es fácil confesarse ante un sacerdote antes de la Misa, existe la tentación, por parte de éste, de emitir una
“Absolución General” de modo que todos puedan comulgar si lo desean. Siendo válidas esa clase de absoluciones, no está permitido, sin embargo, confundirlas con el acto penitencial de la Misa. Se debe hacer un acto penitencial antes, en un rito distinto y bien preparado. El sacerdote debe saber perfectamente las normas eclesiásticas para el caso y los peligros que el abuso de esa práctica trae a los fieles.

No es objeto del presente estudio abundar en el tema de la Reconciliación, pero ¡Dios bendiga a los sacerdotes que dedican largas horas al sublime
“Ministerio de la Reconciliación”!

5. Gloria a Dios
Después de haber pedido perdón a Dios de los pecados, damos Gloria al Señor con el himno maravilloso que entonaran nada menos que los Ángeles, la Noche de Navidad.
La Iglesia glorifica a las Tres Divinas Personas en este cántico gozoso. Es un himno antiquísimo en la liturgia que ha sido musicalizado de mil maneras, desde el solemne y moderado canto gregoriano de la Edad Media, hasta las expresiones polifónicas más complicadas de los grandes maestros.

Después de la reforma litúrgica, el pueblo canta la Gloria de Dios con tonadas sencillas, asequibles a todo el mundo y en la propia lengua. Hay que tener cuidado, sin embargo, de cantar tanto en el Gloria como en las demás partes de la Misa, los cánticos que sean concordes con la acción litúrgico que se está desarrollando. Existen, por ejemplo, cantos que aparentemente son
“de Gloria”, que no tienen nada que ver con el texto original de la Misa, que consiste precisamente en glorificara las Tres Divinas Personas.

6. Oración Colecta
Tiene la Misa tres oraciones muy especiales precedidas por la invitación sacerdotal expresada por el “Oremos”:
la Oración Colecta, la Oración sobre las Ofrendas y la Oración después de la Comunión. Su estructura es parecida y trataremos de las dos últimas en su momento.
La Oración Colecta recibe su nombre porque se trata de unir, de colectar en una sola oración, los sentimientos que debe tener toda la comunidad al asistir ese día a Misa.
Como la Antífona de entrada, orienta la liturgia a celebrarse. Es una oración sumamente importante que debemos escuchar por tanto con mucha atención y unirnos al sacerdote plenamente para sacar el máximo provecho de la Eucaristía.

Antes que nada hay que notar que las oraciones de la Misa se dirigen, salvo raras excepciones, a Dios Padre. Con el título de Padre, Señor, Dios Todo poderoso, Dios eterno, etc. nos estamos refiriendo al Padre de Nuestro Señor Jesucristo y nuestro Padre. A Él y nada más se ofrece la Misa. El sacrificio infinito de la muerte de Cristo, no puede ofrecerse a una criatura, ni siquiera a la Virgen Santísima.

Por ser Jesucristo Persona Divina, en algunas ocasiones, por ejemplo, en la fiesta del Corpus Christi, nos podemos dirigir directamente a Él con todo derecho. Pero nunca digamos que ofrecemos una Misa a la Virgen, a un Santo Patrono, y menos a un difunto. Analicemos, por ejemplo, la oración colecta de la llamada Misa de Santa María en Sábado:

“Por intercesión de la Santísima Virgen María, llena de Gracia, cuya memoria gloriosa estamos celebrando, haz Señor, que también nosotros podamos participar de los dones de tu amor. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.”

En primer lugar, nos estamos dirigiendo a Dios Padre con el título de
“Señor”. Hacemos memoria de la Virgen María y pedimos que Ella interceda por nosotros, pero no es Ella el centro de la oración.
Pedimos a continuación una gracia determinada y concluimos siempre con la mención explícita de Jesucristo, único mediador entre Dios y la humanidad que por ser Persona Divina, vive triunfante y glorioso, con el Espíritu Santo en la intimidad eterna de la Trinidad Santísima.

A esta oración el pueblo fiel debe contestar con un sonoro
“Amén”, palabra que significa la aceptación plena de lo expresado. Es como decir: Así es, de acuerdo, Sí Señor.

7. Lecturas
Preparada nuestra mente y nuestro espíritu con todo lo precedente, nos sentamos a escuchar sin incomodidades la Palabra de Dios que se nos proclama los domingos en tres lecturas y entre semana con dos solamente.

Esta nueva modalidad permite a la Iglesia tener un panorama más amplio de la Sagrada Escritura. Además, los textos han sido seleccionados y acomodados en un ciclo de tres años y no cada año como antes de la reforma.

Se da oportunidad ahora de que los laicos o seglares proclamen las lecturas primera y segunda. Vale la pena hacer algunas recomendaciones al caso: en primer lugar, la persona debe saber leer en público. Los nervios traicionan y la Palabra de Dios no debe ser mascullada a trompicones ni admite errores en la pronunciación, Los lectores deben ser pues, personas entrenadas y haber preparado previamente lo que van a leer.

El atuendo mismo debe ser apropiado; tanto hombres como mujeres deben darse cuenta de que están cumpliendo con un ministerio sublime y no es propio subir al presbiterio
“en fachas”. Así como el sacerdote se reviste de ornamentos sagrados para oficiar la Misa, el laico debe ir decentemente vestido.

8. Salmo Responsorial
Entre una lectura y otra, se incluye un Salmo recitado responsorialmente o sea, participando toda la comunidad con un estribillo, rezado o cantado. Por lo general y por desgracia, el elenco de oraciones del católico normal, es muy pobre. Nos limitamos a cuatro o cinco oraciones aprendidas desde la infancia y malamente recitadas.

Hay que aprovechar, por tanto, este momento de la misa. Rezar con los salmos es orar a Dios con palabra de Dios.
Tenemos ahí una oportunidad magnífica de enriquecer nuestra vida de oración.

9. Aclamación antes del Evangelio
El Aleluya es una aclamación jubilosa usada por el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Nos ponemos de pie mientras exultamos por escuchar la Palabra de Dios. Normalmente se cita un versículo del Evangelio que se va a proclamar, como introducción.

10. Evangelio
Es la parte más importante de la Liturgia de la Palabra. Lo proclama personalmente el sacerdote después de saludar solemnemente al pueblo. En algunas ocasiones, para darle realce a la proclamación, se usa el incienso dándonos a entender que los Evangelios, de entre toda la Biblia, son la parte más importante, al presentarnos directamente al autor de nuestra Redención. Él ponernos de pie nos ayuda a estar alerta y es signo al mismo tiempo, de estar dispuestos a poner manos a la obra ante la voluntad del Señor.

Hacemos tres cruces: En la frente, en los labios y en el corazón:
significando el anhelo que tenemos de entender la Palabra, amarla y ser capaces de proclamarla. Rito antiquísimo y muy venerable en la Iglesia.

11. Homilía
La Biblia debe leerse en “La Iglesia”, o sea, según las enseñanzas del Magisterio Eclesiástico, de acuerdo con la Tradición riquísima y veinte veces secular de la Iglesia que Cristo fundó en los
Apóstoles. Siendo un libro complejo y difícil, teniendo el mismo Evangelio pasajes oscuros, es una imprudencia rayada en la locura, pretender como sostienen los protestantes, la libre interpretación de la Biblia. Como el etíope de Hechos 8, 26-39, es de elemental prudencia pedir ayuda para entenderla.

Los sacerdotes son ministros de la Palabra. Para eso han sido llamados por Dios, para ello han estudiado y estudian constantemente. Son profesionales de la Biblia. El sacerdote no habla por sí solo, habla y explica el Evangelio según el pensar de la Iglesia de Cristo, la Católica.

La homilía es pues, la explicación de las lecturas. Su aplicación a la vida de todos los días. No es un sermón de circunstancias como se acostumbra en alguna festividad extraordinaria. Debe ser corta y clara. Los fieles deben, dado el caso, pedir al sacerdote, después de la Misa, la aclaración de algún punto que no hayan entendido o en el que no estén de acuerdo.

12. El Credo Magnífica manifestación de nuestra Fe es la recitación del Credo en la Misa. Nació la Iglesia bajo la persecución, primero de los judíos y después de los emperadores romanos. A la muerte de los Apóstoles, las iglesias por ellos fundadas se esparcieron por toda Europa, Medio Oriente y Norte de Africa, con muy poca comunicación entre ellas y por tanto con el peligro de desvirtuar la fe apostólica. Fue por eso que apenas otorgada la libertad religiosa a los cristianos
por la conversión del mismo emperador Constantino, los Obispos de toda la Iglesia se reunieron
para poner con mucha precisión los artículos principales de la FE. Así desde el año 325, en el Concilio de Nicea, fue redactado el Credo que hemos conservado fiel y cuidadosamente. Lo recitarnos de
pie para manifestar nuestra adhesión gozosa a cada uno de sus artículos y como signo de nuestra misión para que todo el mundo crea en Cristo.

Básicamente es la fe en las Tres Divinas personas, y en la Iglesia que Cristo fundó. Con el Credo termina la Liturgia de la Palabra.