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El valor eterno de una pequeña oración. El valor eterno de una pequeña oración María Simma (1915-2004) fue una sencilla mujer austriaca que de muy joven se consagró a la Virgen María, ofreciéndose …Más
El valor eterno de una pequeña oración.

El valor eterno de una pequeña oración

María Simma (1915-2004) fue una sencilla mujer austriaca que de muy joven se consagró a la Virgen María, ofreciéndose interiormente a Dios como alma-víctima en favor, sobre todo, de los difuntos. Desde el año 1940 fue visitada sobrenaturalmente, y en repetidas ocasiones durante el resto de su vida, por almas que se encontraban en el Purgatorio. Éstas se presentaban a ella para pedirle la ayuda que necesitaban para acortar sus sufrimientos, dar testimonio de las verdades eternas y concienciarnos a todos de la gran necesidad que tienen de nuestro auxilio.

En una ocasión, María le preguntó a un alma cómo era posible que ella les viera y oyera, y otras personas no. Ésta le dijo: “Tú eres de los nuestros. Nosotros habitamos las tinieblas, pero el camino que nos conduce a ti es luminoso porque, por tus votos, te has dado de modo particular a la Madre de Misericordia. Ella te nos ha dado y, por eso, el camino que nos lleva a ti resulta luminoso para tantas almas. Haces bien al recibirnos atentamente por amor y compasión. Así puedes velozmente librarnos, tú recibes más gracias y tienes más méritos”.

Ella misma nos relata otra visita: “Una noche se me presentó un hombre que, después de haberme dicho lo que necesitaba para ser liberado, se quedó parado delante de mí y me preguntó si yo le reconocía. Le contesté que no. Me dijo que muchos años atrás, en 1932, cuando yo sólo tenía diecisiete años, había viajado durante un breve tiempo en el mismo vagón de tren que yo. Entonces, recordé... Este hombre se había expresado amargamente acerca de la Iglesia y de la religión, y respondí a sus quejas diciéndole que nadie debería maldecir, denigrar y hablar de ese modo de las cosas sagradas. Mis palabras le sorprendieron, se enojó conmigo, y me dijo que yo era muy joven como para poder aleccionarle. Entonces, no pudiendo evitar ser un poco grosera, grité diciéndole que, a pesar de su edad, no estaba demostrando demasiada madurez... Ahí se acabó nuestra discusión. Bajó la cabeza, se puso a leer el periódico en silencio y no volvió a dirigirse a mí. Cuando llegó a su estación y bajó del tren, tuve el impulso de rezar en voz baja esta breve plegaria: ‘Jesús, no permitas que esta alma se pierda’. Y, cuando se me presentó esa noche, me dijo que esta pequeña oración le había salvado de perderse eternamente. ‘Sin ella me habría condenado’, concluyó.” (Extracto del libro ‘¡Sáquennos de aquí! María Simma habla con Nicky Eltz’, 1999).

¡Qué Bueno y Generoso es El Señor! Gracias te doy, Dios mío, por Tu infinita Bondad y Misericordia con todos nosotros.