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¿Hay que «deconstruir» el lenguaje católico sobre la fe y la espiritualidad?

(308) ¿Hay que «deconstruir» el lenguaje católico sobre la fe y la espiritualidad?

José María Iraburu, el 28.02.15 a las 4:42 PM

–Perdone, pero ya Luis Fernando ha publicado en su blog un post sobre las declaraciones del P. Secondin.

–Bueno, no lo sabía. Voy a verlo… (Vuelto ya). Nada… Ni comparación con el mío.

El padre Bruno Secondin, carmelita, profesor en la Universidad Gregoriana de Roma, ha predicado los ejercicios espirituales que el Papa Francisco, acompañado de la Curia, ha realizado en una casa de ejercicios de Ariccia, cerca de Catelgandolfo (22-27 febrero 2015). El P. Secondin es autor de muchos libros de espiritualidad y exégesis bíblica. Bajo el título de «Servidores y profetas del Dios vivo», ha centrado su predicación en la figura del profeta Elías.

Es posible que sus meditaciones sean posteriormente publicadas, como lo han sido en otras ocasiones los ejercicios espirituales anuales del Papa. Y solamente en ese caso podrán entenderse en su contexto completo ciertas declaraciones del profesor Secondin realizadas en una entrevista después del retiro, que pueden resultar chocantes, y que una vez publicadas, como es previsible, tendrán considerable difusión. Reproduzco algunas, con subrayados míos.

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«Los viejos modelos de santidad siguen teniendo todavía espacio y suscitando atención, sobre todo a través de las numerosas beatificaciones y canonizaciones de personas que vivieron en otro universo cultural y en otro modelo de Iglesia. Pero no suscitan interés en empeñarse por seguir este camino… Hay que repensar profundamente estos modelos, acogiendo nuevos recorridos guiados por el Espíritu, que sigue operando con mucha creatividad. Hay que cambiar incluso el léxico»…

A otra pregunta, relacionada con lo anterior, responde:

«Plantea usted, precisamente, uno de los problemas (junto a otros muchos) del lenguaje moral y espiritual. Necesitamos primero deconstruir el lenguaje, de lo contrario nadie entiende nada. Necesitamos hacer un nuevo ejercicio de creatividad lingüística y simbólica. Vivimos repitiendo viejas antropologías con el uso de términos que ya casi nadie entiende. El Papa Francisco está ayudando a la Iglesia a cambiar el lenguaje»…

Como ya digo, son palabras dichas en un diálogo periodístico, con la imprecisión que es frecuente en el lenguaje improvisado. Pero pensando en la gran difusión que en estos días puedan tener, y siendo gravemente erróneas en lo que dicen, conviene frenarlas cuanto antes, aunque sea brevemente.

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–Los viejos modelos de santidad siguen siendo sumamente válidos y atrayentes

Y lo serán siempre. La conducta de San Esteban, la vida apostólica de San Pablo, las enseñanzas y ejemplos vivientes dados por San Agustín, San Benito, Santo Tomás, San Ignacio, Santa Teresa, o viniendo más cerca de nuestro tiempo, las santas figuras de Teresa del Niño Jesús o de la madre Teresa de Calcuta, y con una razón infinitamente mayor la vida de nuestro Señor Jesucristo, tal como nos la refieren los Evangelios, siguen siendo hoy modelos inmensamente elocuentes, perfectos y atrayentes que tenemos los cristianos, sea cual fuere nuestra personal y concreta vocación. «Repensar profundamente estos modelos», como si se hubieran quedado ininteligibles para el hombre de hoy, es un gran error. En el cual, muy posiblemente, no cree el P. Secondin, a pesar de sus declaraciones públicas tan inexactas.

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–El lenguaje católico actual en cuestiones de fe y de espiritual sigue siendo perfectamente válido

La argumentación del P. Secondín nos hace pensar en los debates intelectuales en torno a los trabajos del Sínodo de la Familia (2014-2015). En ellos los partidarios de cambiar la doctrina y la práctica de la Iglesia en cuestiones como la del adulterio, suelen argumentar con frecuencia que no conseguimos nada «repitiendo» doctrinas que, como lo demuestra la experiencia, ya no son inteligibles al hombre actual. La falsedad de este argumento podría ser denunciada por varias vías, pero me voy a limitar a indicar dos.

1.-Es falso que se venga repitiendo la doctrina de la Iglesia en graves materias. Muy pocas veces se predica clara y directamente, y menos aún se «repite», que Cristo es personalmente Dios, sino a lo más se alude en términos arrianos a que es un hombredivino, por su perfecta unión con Dios. No se «repite» la doctrina evangélica y católica sobre la soteriología (salvación - condenación), porque, para decirlo más exactamente, no se predica nunca. No se repite a un pueblo gravemente enfermo de lujuria la doctrina católica sobre la maravillosa virtud de la castidad y del pudor, porque no se predica nunca o casi nunca. Et sic de caeteris.

Lo que casi siempre ocurre hoy es lo contrario a lo que indica el P. Secundin: que la gente no cree «porque» no se le predica la doctrina de Cristo y de la Iglesia. No, no es cuestión de lenguaje, no es cuestión de «modelos de santidad», por lo visto, ya añejos e in-significantes para el hombre actual. (¿Pero qué dice este hombre?). Es cuestión de que no se predica el Evangelio. «¿Cómo creerán sin haber oído hablar de Él? ¿Y cómo oirán si nadie les predica?… La fe es por predicación, y la predicación por la palabra de Cristo» (Rm 10,14-17).

Insisto, esta vez acerca de la moral conyugal y cuestiones relacionadas. Lo que hay que denunciar es que es rarísimo, al menos en muchas Iglesia locales descristianizadas, que se enseñe y predique y «repita» la doctrina del Vaticano II, de laHumanæ vitæ y de otros grandes documentos anteriores o posteriores del Magisterio apostólico sobre esos temas. Ni en Facultades teológicas y Seminarios, ni en cursillos prematrimoniales, ni en la predicación, ni en los confesonarios, ni en asociaciones de laicos, ni en libros y demás publicaciones. Ésa es la causa principal de la trivialización del divorcio y del adulterio, del descenso enorme de la nupcialidad, de la aceptación generalizada de la anticoncepción, de las relaciones prematriomoniales, de las uniones homosexuales, etc.

2.-Quienes predicamos la fe de la Iglesia tenemos la experiencia cierta de que los que creen nuestro católico testimonio lo entienden con toda facilidad. No necesitamos «cambiar el léxico»; en aboluto. Concretamente, si predicamos sobre la castidad conyugal y la indisolubilidad del matrimonio, entienden nuestros oyentes perfectamente el lenguaje que empleamos, porque expresa la verdad del orden natural y porque, asistidos por la gracia de Dios, reconocen las leyes divinas enseñadas por Cristo en su plenitud y elaboradas progresivamente en su expresión por el Magisterio apostólico al paso de los siglos. Y bajo la acción del «Espíritu Santo, que nos «guia hacia la verdad completa» (Jn 16,13), nos sucede lo mismo en todas las demás cuestiones de la fe, de la moral o de la espiritualidad cristiana.

Cuando San Pablo predicaba la castidad a los corintios, por ejemplo, hablaba a quienes vivían presididos por el templo de Afrodita, servido por prostitutas sagradas. Su mentalidad y costumbres afectaban no poco incluso a los corintios cristianos. Sin embargo es en la primera carta a los corintios donde más alta doctrina da sobre la castidad (1Cor 6-7). Él hablaba de la castidad con toda claridad. Pero con los corintios le sucedió lo mismo que en otras partes, como en Roma, por ejemplo: «unos creyeron lo que les decía, otros rehusaron creer» (Hch 28,24). Y entre los creyentes, unos vivirían la castidad, otros a medias, y otros no…

Otro ejemplo. Pablo VI, al enseñar en la Humanæ vitæ la verdad sobre la castidad conyugal, habla con extrema claridad. Cualquier persona con uso de razón normal entiende lo que el Papa quiere decir. El rechazo, pues, de esa doctrina católica no se vencería cambiando el lenguaje de la encíclica, sino cambiando la doctrina, pasando de la verdad a la mentira. Se ve, pues, que el problema no estaba ni éstá principalmente en el lenguaje, ni con mucho: está en abrirse o no a la luz de Cristo, a la gracia divina. «Unos creyeron lo que les decía, otros rehusaron creer», incluyendo entre éstos a alguna Conferencia episcopal.

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«Necesitamos primero deconstruir el lenguaje, de lo contrario nadie entiende nada»

Quizá no sean ésas las palabras exactas empleadas por el P. Bruno Secondin, aunque todo hace suponer que el periodista las transmite con exactitud. Pero dando por cierto que el profesor Secondin haya empleado ese término ¿sabe realmente lo que significa el verbo deconstruir, referido a temas intelectuales, no a los ladrillos y la edificación? ElDiccionario de la Real Academia Española da una sola acepción: «Deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual»… ¿Es eso lo que el P. Secondin propone como una exigencia para el cristianismo, tal como la Iglesia lo enseña hoy?

Como no quiero alargarme, remito a dos artículos que en 2009 publiqué en este blog: (51) Olegario González de Cardedal. Cristología –I y (52) y II. Argumentaba yo en ellos contra ciertas tesis suyas, como aquella en la que desaconseja seguir usando hoy ciertos términos.

Por ejemplo, «Sacrificio. Esta palabra suscita en muchos [¿en muchos católicos?] el mismo rechazo que las anteriores [sustitución, expiación, satisfacción]. Afirmar que Dios necesita sacrificios o que Dios exigió el sacrificio de su Hijo sería ignorar la condición divina de Dios, aplicarle una comprensión antropomorfa y pensar que padece hambre material o que tiene sentimientos de crueldad. La idea de sacrificio llevaría consigo inconscientemente la idea de venganza, linchamiento […] Ese Dios no necesita de sus criaturas: no es un ídolo que en la noche se alimenta de las carnes preparadas por sus servidores» (540-541)… Terrorismo verbal.

Y estas barbaridades las dice contra el lenguaje de la Escritura, de los Padres, de la Liturgia, de los Santos y del Magisterio apostólico de la Iglesia sobre el mysterium fidei, el «sacrificio» de la Cruz… Pero, ya digo, no quiero alargarme. En ese lugar pueden ver una buena batería de argumentos, creo yo, de refutación. Me limitaré a transcribir aquí dos textos pontificios.

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San Pío X, encíclica Pascendi, sobre las doctrinas de los modernistas (8-IX-1907)

En varios lugares de su encíclica advierte el Papa a los fieles que en el combate de los modernistas contra la fe católica juega un papel decisivo los modos terminológicos de expresar los misterios de la fe.

Los modernistas «tienen por una doctrina de las más capitales en su sistema y que infieren del principio de la inmanencia vital, que las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso. […] De donde proviene que dichas fórmulas, para que sean vitales, deben ser y quedar asimiladas al creyente y a su fe. Y cuando, por cualquier motivo, cese esta adaptación, pierden su contenido primitivo, y no habrá otro remedio que cambiarlas.

«Dado el carácter tan precario e inestable de las fórmulas dogmáticas se comprende bien que los modernistas las menosprecien y tengan por cosa de risa; mientras, por lo contrario, nada nombran y enlazan sino el sentimiento religioso, la vida religiosa. Por eso censuran audazmente a la Iglesia como si equivocara el camino, porque no distingue en modo alguno entre la significación material de las fórmulas y el impulso religioso y moral, y porque adhiriéndose, tan tenaz como estérilmente, a fórmulas desprovistas de contenido, es ella la que permite que la misma religión se arruine» (n. 11). Por todo ello, «eviten la novedad de los vocablos, recordando los avisos de León XIII (Instrucción 27-I-1902)» (n. 54).

Pío XII, encíclica Humani generis, sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica (12-VIII-1950)

Dedica el Papa varias páginas (nn. 9-22) al comienzo de su encíclica para mostrar que buena parte del relativismo dogmático, moral y espiritual fomenta y exige un cambio de lenguaje en el pensamiento católico. Tras rechazar esa orientación con varios argumentos, concluye:

«Por todas estas razones, pues, es de suma imprudencia el abandonar o rechazar o privar de su valor tantas y tan importantes nociones y expresiones que hombres de ingenio y santidad no comunes, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y perfeccionado –con un trabajo de siglos– para expresar las verdades de la fe, cada vez con mayor exactitud, y (suma imprudencia es) sustituirlas con nociones hipotéticas o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva filosofía, que, como las hierbas del campo, hoy existen, y mañana caerían secas; aún más: ello convertiría el mismo dogma en una caña agitada por el viento. Además de que el desprecio de los términos y nociones que suelen emplear los teóricos escolásticos conducen forzosamente a debilitar la teología llamada especulativa, la cual, según ellos, carece de verdadera certeza, en cuanto que se funda en razones teológicas» (n. 11).

No conozco las obras publicadas del P. Secondin, pero me figuro que estará lejos de estos errores denunciados en los textos pontificios que he citado. Seguro que él no querrá «deconstruir» el cristianismo tal como hoy se entiende y se expresa. En todo caso, he considerado conveniente rechazar públicamente los errores que públicamente ha declarado…

–¿Es posible que esos errores admitan una interpretación ortodoxa? –Es posible, si se pone en ello muy buena voluntad. –Reconoce usted, pues, que es posible. –Sí, pero también reconozco que es poco probable.

José María Iraburu, sacerdote

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