El Papa Advirtió contra el deslumbramiento engañoso del relativismo
El Papa Francisco se reunió hoy con 68 Obispos de 35 países de Asia, en el Santuario de los mártires en Haemi y les alertó sobre las tentaciones del «espíritu del mundo», especialmente el relativismo, la superficialidad y las «respuestas fáciles». Posteriormente, la VI Jornada de la Juventud Asiática concluyó con una misa en el castillo de Haemi.
(Agencias/InfoCatólica) Durante el encuentro con los obispos asiáticos, el Santo Padre aseguró que en el «vasto continente» de Asia, «en el que conviven una gran variedad de culturas, la Iglesia está llamada a ser versátil y creativa en su testimonio del Evangelio, mediante el diálogo y la apertura a todos».
«De hecho, el diálogo es una parte esencial de la misión de la Iglesia en Asia. Pero al emprender el camino del diálogo con personas y culturas, ¿cuál debe ser nuestro punto de partida y el punto de referencia fundamental para llegar a nuestra meta? Ciertamente, ha de ser el de nuestra propia identidad, nuestra identidad de cristianos». El papa Francisco subrayó que «no podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad».
«Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida. Tener clara la propia identidad y ser capaces de empatía son, por tanto, el punto de partida de todo diálogo».
El Papa advirtió que «no siempre es fácil asumir nuestra identidad y expresarla, puesto que, como pecadores que somos, siempre estamos tentados por el espíritu del mundo, que se manifiesta de diversos modos». El primero, señaló, «es el deslumbramiento engañoso del relativismo, que oculta el esplendor de la verdad y, removiendo la tierra bajo nuestros pies, nos lleva a las arenas movedizas de la confusión y la desesperación».
«No hablo aquí del relativismo únicamente como sistema de pensamiento, sino de ese relativismo práctico de cada día que, de manera casi imperceptible, debilita nuestro sentido de identidad».
Una segunda tentación, continuó, «es la superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes». «Si no estamos enraizados en Cristo, las verdades que nos hacen vivir acaban por resquebrajarse, la práctica de las virtudes se vuelve formalista y el diálogo queda reducido a una especie de negociación o a estar de acuerdo en el desacuerdo».
mas aqui: infocatolica.com
(Agencias/InfoCatólica) Durante el encuentro con los obispos asiáticos, el Santo Padre aseguró que en el «vasto continente» de Asia, «en el que conviven una gran variedad de culturas, la Iglesia está llamada a ser versátil y creativa en su testimonio del Evangelio, mediante el diálogo y la apertura a todos».
«De hecho, el diálogo es una parte esencial de la misión de la Iglesia en Asia. Pero al emprender el camino del diálogo con personas y culturas, ¿cuál debe ser nuestro punto de partida y el punto de referencia fundamental para llegar a nuestra meta? Ciertamente, ha de ser el de nuestra propia identidad, nuestra identidad de cristianos». El papa Francisco subrayó que «no podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad».
«Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida. Tener clara la propia identidad y ser capaces de empatía son, por tanto, el punto de partida de todo diálogo».
El Papa advirtió que «no siempre es fácil asumir nuestra identidad y expresarla, puesto que, como pecadores que somos, siempre estamos tentados por el espíritu del mundo, que se manifiesta de diversos modos». El primero, señaló, «es el deslumbramiento engañoso del relativismo, que oculta el esplendor de la verdad y, removiendo la tierra bajo nuestros pies, nos lleva a las arenas movedizas de la confusión y la desesperación».
«No hablo aquí del relativismo únicamente como sistema de pensamiento, sino de ese relativismo práctico de cada día que, de manera casi imperceptible, debilita nuestro sentido de identidad».
Una segunda tentación, continuó, «es la superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes». «Si no estamos enraizados en Cristo, las verdades que nos hacen vivir acaban por resquebrajarse, la práctica de las virtudes se vuelve formalista y el diálogo queda reducido a una especie de negociación o a estar de acuerdo en el desacuerdo».
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