Cristianismo primitivo

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El pez (ichthus), símbolo de los primeros cristianos, es un acrónimo de 'Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ' [Iêsoûs Khristòs Theoû Huiòs Sôtếr], «Jesús Cristo, Hijo de Dios, [nuestro] Salvador».

El cristianismo primitivo es el nombre que recibe el cristianismo de los tres primeros siglos de su historia. Su final suele situarse en el reinado del emperador romano Constantino el Grande (306-337) que tras su conversión en 312 no solo pone bajo la protección del Estado a la nueva religión lícita sino que intenta poner fin a las disputas internas con la celebración en 325 del Concilio de Nicea, el primer concilio ecuménico de la Iglesia cristiana.[1]​ Por eso este período también ha sido llamado preniceno, precedido a su vez por el denominado por la tradición cristiana como el «período apostólico» que abarcaría desde la crucifixión de Jesús de Nazaret (c. año 30 d.C.) hasta la muerte del último de sus discípulos directos (los «apóstoles») en torno al año 100.[2][3][4]

El cristianismo primitivo fue un fenómeno principalmente urbano y minoritario, oscilando entre la indiferencia de los emperadores y las persecuciones. A partir del Concilio de Nicea la Iglesia cristiana comenzó su rápida transformación hacia una institución mayoritaria y legalmente permitida.

El cristianismo en el siglo I[editar]

Jesús de Nazaret[editar]

Judea y Galilea en la época de Jesús (Yeshúa en hebreo).

Hacia el año 30 d.C., en tiempos del emperador romano Tiberio,[5]​ el reformador judío[6][7][8]Jesús de Nazaret (Yeshúa en arameo y en hebreo)[nota 1]​ fue ajusticiado en Jerusalén, la ciudad sagrada del judaísmo, por orden del prefecto de la provincia romana de Judea Poncio Pilato, a partir de una denuncia presentada por los sacerdotes saduceos que gobernaban el Templo.[9][10][11]​ Fue ejecutado mediante el infamante procedimiento de la crucifixión reservado en el derecho romano a los rebeldes, a los alteradores del orden público y a los bandidos (que no tenían la ciudadanía romana).[12][13][14]​ Durante el año anterior —o los tres años anteriores—[nota 2]​ Jesús había recorrido Galilea anunciando la inminente llegada del «reino de Dios»[15][16]​ y algunos de sus seguidores —un reducido grupo de gente humilde de Galilea, en el que también había mujeres y que estaba encabezado por «los doce», que serían llamados los apóstoles y cuya identidad exacta no se conoce ya que las listas que proporcionan los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles no coinciden [Mc 16:19; Mt 10:20-26; Lc 6:14-16; Hechos 1:13]— lo consideraban el Mesías (el 'ungido'; en hebreo mashíaj), aunque él nunca se presentó como tal.[17][5][18][19][nota 3]​ Tampoco se propuso «fundar una iglesia separada» sino que «pretendía renovar a Israel con el anuncio de la llegada cercana de Dios», ha afirmado el teólogo católico Juan Antonio Estrada.[20]

Tras la muerte de Jesús (y la asunción de la creencia en que había resucitado y vuelto junto al Padre), «la proclamación del reino de Dios fue desplazada por el anuncio de la llegada del "reino de Cristo"... La parusía del Crucificado, la segunda venida del Cristo triunfante, desbancó la esperanza primera de un reinado de Dios sobre Israel y desde ahí sobre toda la humanidad», ha afirmado también Juan Antonio Estrada.[21]

La primera comunidad: los judeocristianos de Jerusalén[editar]

La primera comunidad de seguidores de Jesús tras su muerte se formó en Jerusalén. Han sido denominados judeocristianos porque siguieron cumpliendo los preceptos de la Ley judaica (el sabbat, la circuncisión, las reglas alimenticias khóser, etc.) y frecuentando el Templo. En este sentido eran una secta judía, que solo se diferenciaba de las demás en que reconocían a Jesús como El Mesías. Su cohesión se vio reforzada con la llegada a Jerusalén de Santiago, «el hermano del Señor», que pronto se convirtió en su líder, junto con los apóstoles Simón Pedro, Santiago y Juan.[22][23][24]​ A esta comunidad se unieron judíos de otros lugares, e incluso de fuera de Judea, que solían acudir en peregrinación a Jerusalén y que decidieron quedarse. Estos «helenistas», como se los denomina en los Hechos de los Apóstoles, se reunían por separado de los «hebreos» porque su lengua no era el arameo sino el griego. Las relaciones entre ambos grupos no estuvieron exentas de conflictos, como el causado por la queja de los «helenistas» de que sus viudas no recibían el alimento diario que les correspondía.[25][26][27]​ Sin embargo, coincidían en su creencia en la «parusía», la inminente llegada del reino de Dios.[28]

Mucho más conflictivas fueron las relaciones de los «helenistas» con las autoridades religiosas judías a causa de sus incumplimientos y críticas de la Ley. De hecho su figura más destacada, Esteban, fue víctima de un linchamiento popular a pedradas (la lapidación era una de las formas judías, no romanas, de ejecución). Después muchos «helenistas» abandonaron Jerusalén.[29]​ Algunos se marcharon a Antioquía.[26][27]

Más tarde los «hebreos» también fueron objeto de persecución por las autoridades religiosas judías. En 62 el sumo sacerdote Ananías ben Ananías, a pesar de la opinión en contra del Sanedrín en el que tenían mayoría los fariseos, condenó a Santiago y a algunos otros a muerte por lapidación «por transgresión de la Ley». Finalmente Ananías sería destituido tras las protestas de «los más escrupulosos cumplidores de la Ley», según relató Flavio Josefo.[30][31]​ La comunidad judeocristiana de Jerusalén desaparecería pocos años después tras la derrota de la Gran revuelta judía de 66-70 que también supuso el fin de la teocracia judía y la destrucción del Templo, y que dio paso al judaísmo rabínico.[32][33][34]

El fin de la comunidad judeocristiana de Jerusalén dejó «el campo abierto al predominio del cristianismo helenístico y paulinista cada vez más alejado de la ortodoxia judía y mas preocupado por la expansión entre los gentiles [lo no judíos] que por sus raíces en Israel», ha señalado Jesús Mosterín.[35]​ Una valoración que es compartida por Ramón Teja.[36]​. De esta forma se produjo la definitiva separación del cristianismo primitivo y el judaísmo rabínico.[37]​ El teólogo Juan Antonio Estrada ha destacado, por su parte, otra consecuencia: la «superación del templo, en favor de la comunidad». «La comunidad se veía como nuevo lugar de la presencia de Dios... [como] la alternativa al templo destruido».[38]

El cristianismo entre los no judíos: el cristianismo paulino[editar]

Tras la lapidación de Esteban algunos de los «helenistas» que abandonaron Jerusalén emigraron a la vecina provincia romana de Siria en cuyas ciudades más importantes, como Antioquía, la capital, y Damasco, existían comunidades judías de la diáspora casi totalmente helenizadas. Allí consiguieron formar grupos de seguidores de Jesús, al que reconocieron como 'el ungido' (mashíaj en arameo) que en griego tradujeron como kristós (Cristo) por lo que pasaron a llamarse «cristianos» (según los Hechos de los Apóstoles fue en Antioquía donde se usó este término por primera vez).[39][26]​ En el seno de estas nuevas comunidades —cuyos miembros no habían tenido ningún contacto directo con Jesús— se produjo su glorificación definitiva como Mesías al fraguarse la creencia en su milagrosa resurrección corroborada por la «evidencia» de la tumba vacía.[40][41]

A las comunidades cristianas no solo se sumaron personas de ascendencia judía sino también antiguos «gentiles» (es decir, no judíos) que se habían convertido al judaísmo aceptando todas sus normas, incluida la circuncisión, por lo que eran conocidos como prosélitos (prosélytos), y los llamados «temerosos de Dios» (en griego phoboúmenoi, y en latín metuentes) que asistían a la sinagoga pero no eran considerados legalmente judíos porque no estaban circuncidados ni aceptaban todas las reglas de conducta establecidas por la Ley de Moisés como la observancia estricta del sabbat.[42]

La figura más destacada de los «helenistas» era Pablo de Tarso, un fervoroso judío de la diáspora que se había convertido al cristianismo tras experimentar una revelación cuando se dirigía a Damasco y cuya lengua era el griego —según los Hechos de los Apóstoles antes de convertirse presenció la lapidación de Esteban—.[43]​ Tras su conversión desplegó una intensa labor de difusión del cristianismo por Siria, Asia Menor, Macedonia y Grecia. Aunque no fue discípulo directo de Jesús, por lo que no formaba parte de «los doce» apóstoles (del griego apóstolos, 'emisario', 'comisionado'), se autoproclamó «apóstol de los gentiles» y viajó a Jerusalén, donde conoció a Santiago, «el hermano del Señor», y a Simón Pedro.[44][45]

Pedro y Pablo, representados en un grabado del siglo IV con sus nombres en latín y el crismón.

En Jerusalén defendió la admisión en el seno de las comunidades cristianas de los «temerosos de Dios», gentiles que asistían a la sinagoga sin estar circuncidados, a lo que se oponían los judeocristianos jerosolimitanos. El encuentro mantenido hacia el año 49, en el que el tema central fue la controversia de la circuncisión, fue conocido como el anacrónico nombre de «Concilio de Jerusalén».[46][31][47]​ Se alcanzó un compromiso (los no circuncidados podían formar parte de las comunidades cristianas si comprometían a cumplir algunas normas establecidas en la Ley), pero poco después Pablo acusaría a Simón Pedro de no ser congruente con lo acordado durante una visita que hizo éste a Antioquía. Pablo le dijo, según relató él mismo en la Epístola a los Gálatas (escrita hacia el año 56):[48][49][nota 4]

Nosotros éramos judíos de nacimiento, no como esos paganos pecadores, pero comprendimos que ningún hombre es rehabilitado por observar la Ley, sino por la fe en Jesús el Mesías. Por eso también nosotros hemos creído en Jesús el Cristo, para ser rehabilitados por la fe en el mesías y no por la observancia de la ley. (Gálatas 2:1-16)

Al eliminar como requisito para formar parte de las comunidades cristianas la circuncisión y otros preceptos de la Ley judía el cristianismo se abrió a los no judíos, al mismo tiempo que «la figura de Jesús nazareno iba siendo sustituida por la del Cristo redentor universal», ha afirmado Jesús Mosterín. «Como cristianos da lo mismo estar circuncidados o no estarlo; lo que vale es una fe que se traduce en caridad», escribió Pablo en la epístola a los gálatas (Gálatas 5:2-6).[50]​ En sus cartas Pablo anuncia que «la antigua ley judía había quedado superada por la fe [pístis] en Cristo. Jesús ya no era un santón rebelde ni un rabino con opiniones interesantes. Jesús era el Cristo, el protagonista divino del drama cósmico de la salvación universal. [...] Pablo llevó a cabo la transmutación del mesías liberador de los judíos en el Cristo redentor universal... del presunto pecado hereditario de toda la humanidad».[51]​ Y en esa «transmutación» el dogma central lo constituía la creencia en la resurrección de Jesús, cuyo testimonio más antiguo son precisamente las cartas de Pablo escritas antes que los Evangelios.[52]

¿Fue Pablo el verdadero fundador del cristianismo?[editar]

Diferentes estudiosos han defendido la tesis de que el verdadero fundador del cristianismo no fue Jesús de Nazaret sino Pablo. El filósofo e historiador de las ideas Jesús Mosterín afirma que «varias importantes tesis del cristianismo son inventos paulinos, como la resurrección de Jesús, el pecado hereditario y la redención de toda la humanidad por la muerte expiatoria de Cristo». Además, «fue Pablo el que introdujo la noción de la eucaristía como repetición del sacrificio expiatorio de Cristo». Y también la de la encarnación, de que Cristo era Dios Hijo hecho hombre, una idea que a Jesús y a sus discípulos directos, según Mosterín, le «habría parecido una blasfemia». Tras referirse a Adolf von Harnack y a otros «expertos actuales» que han considerado que «la imagen paulina de Cristo tenía poco que ver con el Jesús histórico», Mosterín concluye que «no es a Jesús sino a Pablo a quien se deben las creencias centrales de la teología cristiana. En este sentido, puede decirse que Pablo fue el auténtico fundador del cristianismo».[53]​ Al parecer uno de los primeros estudiosos en plantear esta tesis fue el teólogo luterano alemán William Wrede quien en un libro sobre Pablo publicado en 1904 lo consideró el «segundo fundador del cristianismo».[54]

Por el contrario, el sacerdote y teólogo católico José Miguel García sostiene que «la concepción de Jesús como ser preexistente y divino» no fue una invención de Pablo ya que se formó en la comunidad de Jerusalén en los cuatro o cinco años que siguieron a la muerte de Jesús (los «acontecimientos pascuales»), antes, pues, de la conversión de Pablo).[55]

El historiador Ramón Teja no se pronuncia sobre si Pablo fue el verdadero fundador del cristianismo, pero señala que «la figura de Pablo reviste una importancia histórica decisiva... porque defendió una interpretación de la figura y de la muerte de Jesús que sería la que en líneas generales terminaría por imponerse».[56]​ Por su parte, el también historiador Miguel Pérez Fernández se limita a exponer la cuestión «hoy discutida apasionadamente»:[57]​.

Los Evangelios[editar]

Hasta el aplastamiento por los romanos de la Gran revuelta judía de 66-70, los cristianos, considerados como una secta judía más, vivían bajo la protección legal de la institución de la sinagoga, lo que les otorgaba ciertos privilegios legales como el poderse reunir libremente, un derecho reconocido en la Lex Iulia de collegiis. Durante ese tiempo los cristianos aceptaron la Tanaj (o Biblia judía) como su libro sagrado, ya fuera en su versión hebrea o en la traducción griega (Septuaginta). La situación cambió tras el Sitio de Jerusalén del año 70. El Segundo Templo de Jerusalén fue destruido, se puso fin a la teocracia hebrea y los judíos perdieron todos sus privilegios legales. También desapareció la comunidad judeocristiana de Jerusalén, produciéndose a partir de entonces la separación definitiva del cristianismo del tronco judío.[58]

Esquema que representa la formación de los evangelios sinópticos. Al final del esquema se sintetiza una de las teorías más reconocidas que buscó explicar dicha formación: la teoría de las dos fuentes. La misma supuso que los evangelios sinópticos eran el resultado de dos documentos o fuentes comunes: el Evangelio de Marcos y una colección de dichos y breves discursos de Jesús conocidos como la fuente Q.

Las comunidades cristianas antes del año 70 no se platearon escribir ningún libro, pero lo que sí hicieron fue intercambiar cartas entre ellas.[59][60]​ La mayoría no se han conservado porque estaban escritas en papiro (un material que se degrada fácilmente por efecto de la humedad), salvo las que fueron copiadas una y otra vez, como ocurrió con las epístolas paulinas, que son los escritos cristianos más antiguos conocidos (las atribuidas sin ninguna duda a Pablo fueron redactadas entre el año 50 y el 62).[61]​ Después del año 70, conforme el cristianismo se desgajaba del judaísmo, pareció necesario recopilar por escrito las tradiciones orales que circulaban entre las comunidades cristianas sobre la vida y la predicación de Jesús. En el siglo II los cristianos llamaron a estos escritos Evangelios porque transmitían la «buena noticia» (del griego evangélion, la 'buena noticia', la 'buena nueva') de la promesa de salvación para todos los humanos.[62]

Aunque se escribieron muchos más (al parecer unos cien, pero casi todos se han perdido),[63]​ el canon cristiano sólo admitió cuatro: el evangelio de Marcos (escrito poco después del año 70), el evangelio de Mateo y el evangelio de Lucas (ambos escritos entre los años 80 y 90; incorporan gran parte del texto de Marcos, sobre todo el de Mateo), y el evangelio de Juan (escrito hacia el año 100). Fueron escritos en griego y no se sabe nada de sus autores. Los tres primeros (los de Marcos, Mateo y Lucas) constituyen los llamados evangelios sinópticos, por las grandes similitudes que presentan entre ellos («se repiten con frecuencia los mismos textos en el mismo orden»).[64]​ El evangelio de Marcos «ve a Jesús como Mesías y como Hijo de Dios»; el de Mateo, «el más judío de los evangelios», añade que es hijo de David; y en el de Lucas, «el predicador ya se ha convertido en predicado»: Jesús es el Cristo.[65]​ El Evangelio de Juan presenta notables diferencias con los sinópticos. «Es mucho más abstracto, simbólico y teológico en su formulación y contenido que los otros» y «aquí se expresa por primera vez en la literatura cristiana conservada la idea de que Jesús el Cristo es Dios y que ya existía desde toda la eternidad, antes de encarnarse y nacer».[66][67]

Según Jesús Mosterín, «los evangelios no son textos unitarios, sino escritos de aluvión, en los que se superponen diversos estratos procedentes de fuentes y fechas diferentes. Por ejemplo, en la presentación de Jesús y en la narración de su nacimiento , se aprecian claramente textos procedentes de cuatro estadios sucesivos de elaboración: 1) Jesús (Yeshúa) como humilde santón o profeta galileo, procedente de una familia pobre judía piadosa e inconformista; 2) Jesús (Yeshuá) como elevado al final de su vida a la categoría de mesías israelita, descendiente del rey David; 3) Jesús (el Cristo) como hijo de Dios, nacido milagrosamente de una virgen, sin padre humano; 4) Jesús (el Cristo), divinizado, Dios desde el principio, en el prólogo del evangelio de Juan».[68]

La propagación inicial del cristianismo[editar]

La propagación inicial del cristianismo fuera de Palestina se produjo entre las comunidades judías de la diáspora muy extendidas en las ciudades de la mitad oriental del Imperio romano, como Antioquía, Éfeso, Alejandría, Corinto, Tesalónica, etc. De ahí que sea en ellas donde se constituyan las primeras comunidades cristianas.[69]​ Los principales difusores del mensaje de Jesús son los apóstoles, en cumplimiento del que la tradición cristiana denomina el «Mandato apostólico universal» y entre los que destaca Pablo (como lo atestiguan sus cartas), pero también los «profetas» que afirman haber conocido a Jesús o a sus discípulos directos.[70]

La difusión del cristianismo se vio facilitada por la pax romana, que permitió viajar de forma segura de un lugar a otro por mar y por tierra, y por la existencia de una lengua común, el griego helenístico o koiné (aunque también se utilizaron las lenguas propias de cada territorio: el arameo y el siriaco para la Siria interior y Mesopotamia; el copto para Egipto).[69][71][72]​ Asimismo se extendió, aunque en menor medida, por las ciudades de la mitad occidental del Imperio, incluida la capital Roma. En esta parte del Imperio también se utilizó el griego para difundir el mensaje cristiano —el latín solo se impondrá en Occidente a lo largo del siglo III—.[69][73]​ Sin embargo, el cristianismo apenas se difundió por las zonas rurales, de ahí que los cristianos llamaran a los no cristianos «paganos» (en latín pagani, campesinos o aldeanos, de pagus, aldea).[74]

Estela funeraria de principios del siglo III (Museo Nacional Romano) en la que aparecen dos peces, motivo iconográfico utilizado por los primeros cristianos porque el acróstico ICHTYS, 'pez' en griego, indicaba su confesión de fe: «Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador». También aparece la inscripción ΙΧΘΥϹ ΖΩΝΤΩΝ ("pez de los vivos").

Las primeras comunidades cristianas eran muy diversas —«más que hablar de cristianismo en singular, convendría hacerlo de cristianismos en plural», ha señalado José Fernández Ubiña—[75]​ y una prueba de ello es el hecho de que utilizaran diferentes confesiones de fe (formula fidei), cuya aceptación sellaba el compromiso del creyente con Dios y con la comunidad y que era recitada por el neófito cuando recibía el bautismo, el rito de iniciación que lo convertía en cristiano (también era recitado por los cristinos en tiempo de persecunción para reafirmar su fe). Se pueden distinguir tres tipos: las cristológicas («Jesús es el mesías», «Jesús es el Hijo de Dios» y otras similares), las binarias (cuando además de Jesús se menciona al Padre) y las ternarias (cuando al Padre y al Hijo se añade el Espíritu Santo; y que finalmente serían las más utilizadas).[76]​ Las «trinitarias», que se diferencian de las ternarias en que desarrollan una teología de las personas divinas y no se limitan a citar las cualidades de los componentes de la Trinidad, no se emplearán hasta el siglo IV. Por otro lado, el modelo cristológico se reflejó en el acróstico ICHTYS, que significa 'pez' en griego, formado por las iniciales (en griego): «Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador». De ahí que el pez fuera un símbolo muy utilizado por la iconografía inicial cristiana.[70]

Las actitud del Imperio romano hacia los cristianos: la persecución de Nerón del año 64[editar]

La imagen tradicional de la hostilidad de las autoridades del Imperio romano hacia los cristianos desde sus inicios no se corresponde con la realidad.[77][78]​ Como ha señalado Ramón Teja, tras la ejecución de Jesús no parece que «las autoridades romanas se preocupasen más del asunto: fue un episodio más de las numerosas revueltas de la época provocadas por judíos con pretensiones mesiánicas que la autoridad romana dio por concluido».[79]​ El cristianismo será considerado a partir de entonces como «una más de las religiones mistéricas procedentes del Oriente que prometían la salvación personal» y, aunque sus cultos serán vistos como bárbaros y absurdos, serán tolerados mientras no alteraran el orden público.[80]​ De hecho, hasta mediados del siglo III no tuvo lugar la primera persecución generalizada.[81][82]​ Además se considera exagerado el número de mártires de los dos primeros siglos que la tradición cristiana recogió en las Actas de los mártires.[83]

La persecución de Nerón del año 64 fue un hecho aislado motivado por la decisión del emperador de culpar a los cristianos del Gran incendio de Roma.[84][85]​ Fue la primera vez en que las autoridades romanas distinguían a los cristianos de los judíos.[86]​ La noticia de la «persecución» procede del historiador romano Tácito que escribió a principios del siglo II y que calificó a la secta de los cristianos como una «execrable superstición». [87][88]​ En sus Anales relata que Nerón «presentó como culpables y sometió a refinadísimos castigos a aquellos que, odiados por sus crímenes, el pueblo denominaba cristianos».[88]​ La tradición cristiana sostiene que dos de las víctimas fueron los apóstoles Pedro y Pablo,[89]​ pero no existe ninguna prueba sólida de ello (ni siquiera está demostrado que Pedro hubiera estado alguna vez en Roma).[90][91]

Los autores cristianos posteriores presentaron a Domiciano (81-96) como el segundo emperador perseguidor de los cristianos, pero sin ningún fundamento ya que, como ha señalado Ramón Teja, «sus víctimas, no sólo cristianos, lo fueron de su política marcada por la obsesión por afirmar su autoridad ante supuestos o reales complots contra su persona».[89]​ En realidad la primera vez en que el Estado romano se ocupó por primera vez del «problema cristiano» fue a principios del siglo II. El emperador Trajano fue preguntado por el gobernador de Bitinia y Ponto Plinio el Joven sobre cómo debía tratarlos tras comprobar su «locura, pertinacia y obstinación inflexible». Trajano le respondió que solo debía castigarlos si había denuncias escritas y firmadas contra ellos y no actuar ni de oficio ni por denuncias anónimas («pues es cosa de pésimo ejemplo e impropia de nuestro tiempo») y además abrió la posibilidad de perdonar, «en gracia a su arrepentimiento», «a quien negare ser cristiano y lo ponga de manifiesto por obra, es decir, rindiendo culto a nuestros dioses, por más que ofrezca sospechas por lo pasado».[92][93]

La respuesta de Trajano, que «no deja de ser ambigua» (como denunciará más tarde el apologeta cristiano Tertuliano: «establece que no hay que buscarlos, como si fueran inocentes, pero los manda castigar como si fuesen criminales»),[94]​ «tiene una importancia enorme porque fija lo que será la postura de los emperadores romanos frente a la nueva religión durante los ciento cincuenta años siguientes», ha afirmado Ramón Teja. Además demuestra que no «existía ninguna disposición de carácter general contra los cristianos... No se consideraba a los cristianos, por el hecho de serlo, como política o socialmente peligrosos», añade Teja.[93]​ Esa será la política que seguirá, por ejemplo, su sucesor Adriano, incluso con alguna garantía mayor (las acusaciones han de ser individuales y se se demuestran infundadas se debe condenar al acusador).[95]

Las primeras comunidades cristianas: organización y liturgia[editar]

Organización

Cuando se separaron de la sinagoga las comunidades cristianas formaron las suyas propias, que se denominaron «iglesias» (del griego ekklesía, 'asamblea', 'comunidad'), una por localidad, normalmente una ciudad.[96]​ Sus miembros se reunían semanalmente —los domingos, el «día del Señor»—[97]​ en casas particulares y solo a partir de la segunda mitad del siglo II comenzarán a celebrarse en edificios específicos.[98][99][100]​ Como ha señalado Juan Antonio Estrada, «el cristianismo surgió como una religión sin templos».[101]​ Una afirmación compartida por José Fernández Ubiña.[102]

Juan Antonio Estrada ha destacado asimismo que el cristianismo «fue también una religión de laicos, aunque hubiera cargos y funciones».[103]​ Es sintomático que las siete epístolas de Pablo consideradas auténticas estén dirigidas a las comunidades no a personas concretas.[104]​ «El sacerdocio dejó de ser una dignidad y se transformó en una forma de ser y de vivir que afectaba a todos... Ya no había mediadores ni sacerdotes dentro de la comunidad, ni siquiera inicialmente una consagración sacerdotal aparte de la del bautismo». Así pues, «toda la comunidad era laica y sacerdotal al mismo tiempo... Como movimiento comunitario, carismático y laico, no había templos ni sacerdotes, porque la comunidad era ambas cosas».[105]​ «Estas características, que cambiaron progresivamente desde la segunda mitad del siglo II, explican el rechazo que inicialmente produjeron los cristianos tanto en los judíos como entre los ciudadanos del Imperio romano. Se les acusaba de ateos, de gente sin religión y de impíos precisamente por la ruptura que presentaban con las tradiciones religiosas de la época», concluye Juan Antonio Estrada.[106]​ Por otro lado también explica que cada «iglesia» tuviera «su teología, su concepción comunitaria, su liturgia y su cuerpo jurídico», diferenciado de las demás. Se trataba de un «cristianismo plural».[107]

Los cultos eran dirigidos por los «presbíteros» (del griego presbýteroi, 'los más ancianos') que eran los miembros de la comunidad que conocían mejor los escritos sagrados, de ahí que también fueran ellos los que los comentaran y explicaran, aunque a diferencia de los apóstoles y los «profetas», que habían conocido a Jesús o a sus discípulos directos, no necesariamente estaban revestidos de «carisma» o gracia otorgada por Dios para llevar a cabo su misión.[108]​ Junto a los «presbíteros» se encontraban los «diáconos», encargados de los asuntos materiales de la comunidad, como atender a los pobres, a las viudas y a los cristianos de otras comunidades que los visitaban. En ocasiones sus actividades eran supervisadas por un «obispo» (del griego epískopos, 'vigilante', 'inspector') que más adelante llegaría a representar a la comunidad ante otras comunidades o ante las autoridades políticas. Las comunidades grandes llegaron a tener varios obispos. [109]​ En cuanto al procedimiento de designación de presbíteros, diáconos y obispos variaba de unas comunidades a otras.[110]

Conforme la esperada parusía, o segunda venida de Cristo, se retrasaba, las comunidades cristianas fueron acentuando su carácter ético y testimonial.[111]​ Frente a las posiciones más radicales que pregonaban la ruptura con el Imperio romano —en el Evangelio de Juan y en el Apocalipsis hay muchas alusiones contra el poder imperial— se impuso la posición «conservadora» de la integración social y el acatamiento de las autoridades políticas,[112]​ no exenta de conflictos, como puso de manifiesto la persecución de Nerón del año 64 o que el mismo nombre de «cristiano» fuera suficiente para acusar a personas ante el poder imperial. No es casual que entre los vicios los cristianos destacaran la desobediencia.[113]

Los primeros cristianos se llamaban entre sí «hermanos» y una palabra habitual para designar a la comunidad era la de «fraternidad». Se llegó a plantear como ideal la puesta en común de los bienes pero se estuvo lejos de alcanzarlo, aunque se tradujo en colectas para atender a los pobres —un eficaz elemento, por otro lado, de propaganda cristiana en la sociedad romana— así como en la importancia que se concedió a la hospitalidad entre las iglesias.[114]

Liturgia
Mesa de ágape, fresco en las catacumbas de San Calixto (siglo III).

Las primeras comunidades desarrollaron muy poco la liturgia. Al principio imitaron el ritual de las sinagogas (lectura y comentario de la sagrada escritura, cánticos colectivos) al que se añadía una comida comunitaria —la «comida del Señor»—, en conmemoración de la muerte y resurrección de Cristo.[98][99][115]​ Se iniciaba con la fracción del pan y una bendición o acción de gracias (eukharistía, en griego), que se repetía al final durante la consumición del vino. Solo más adelante se separará la comida fraternal, que irá perdiendo su carácter religioso, del ritual de la fracción del pan y de la consumación del vino, una ceremonia específica que rememoraba la Última Cena de Jesús y que se denominará eucaristía, y en la que también se leerán y comentarán las Escrituras. A partir del siglo II estas «asambleas eucarísticas» serán presididas por el obispo o por los presbíteros y remitirán al significado martirial de vida y muerte de Jesús.[116][98][99]​ Sin embargo, no fue hasta el siglo III cuando comenzarán las elucubraciones teológicas «acerca de su carácter sacramental, de su simbología cristológica y soteriológica, de la que ya adelantó Pablo ideas fundamentales, y de su trascendencia espiritual para el individuo que participara en los mismos y entrara así en comunión con Cristo y su Iglesia».[117]

Al principio a los que querían convertirse solo se les pedía que reconociesen a Cristo como el Mesías o Hijo de Dios y con él al Espíritu Santo, y a continuación recibían el bautismo, el rito de iniciación heredado del judaísmo. En cierto momento se implantó el catecumenado, es decir, la instrucción previa del aspirante, que incluía la ascesis, la oración y el ayuno al que debía someterse durante varios días. Más tarde el catecumenado se amplió a tres años y los obispos o los presbíteros fueron los únicos autorizados a administrar el bautismo (sólo en casos excepcionales, como el de un enfermo grave, se permitirá administrarlo a un laico). También se generalizaría la costumbre de celebrar el bautismo el domingo de Pascua.[118]

Las mujeres en las primeras comunidades cristianas[editar]

Jesús de Nazaret se apartó de la tradición judía respecto a las mujeres ya que abogó por una concepción igualitaria en deberes y derechos y rechazó que las diferencias de sexo tuvieran relevancia ante Dios (Mt 22: 23-30). De hecho entre los que siguieron sus predicaciones hubo muchas mujeres.[119]

En las primeras comunidades hubo mujeres diáconos (diaconisas) y hasta una apóstol Junia, mencionada por Pablo en la epístola a los romanos (Rom 16:7). También destacan las viudas, de funciones no bien definidas, atendidas por las comunidades.[120]​ No hay ninguna alusión a mujeres sacerdotes, lo cual es lógico porque en el siglo I toda la comunidad era sacerdotal. Sin embargo, como ha señalado Juan Antonio Estrada, «el estatuto público de la mujer en una sociedad patriarcal [como la romana] hacía muy difícil que las mujeres, como los esclavos, pudieran acceder a cargos ministeriales importantes».[121]​ Este autor también ha destacado que «no había un consenso respecto del estatuto y funciones de las mujeres en las comunidades», aunque la imagen conservadora de la mujer (esposa obediente al marido; «madre que se salvará por la crianza de los hijos») se iría imponiendo en la senda del patriarcalismo judío cimentado en el «pecado de Eva».[122]

En los dos siglos siguientes se menciona a las diaconisas, pero no como diáconos, sino como auxiliares en la ceremonia del bautismo de las mujeres ya que el ritual exigía que se desnudasen cuando entraran en la pila bautismal y así no eran vistas ni tocadas por ningún varón.[123]

El cristianismo en el siglo II[editar]

Padres Apostólicos[editar]

Policarpo de Esmirna (70-155), discípulo del apóstol Juan.

A fines del siglo I el cristianismo primitivo se separó gradualmente de las demás religiones y del judaísmo, hasta el distanciamiento definitivo después de la destrucción del templo de Jerusalén, en el año 70. Concluida la vida de los apóstoles, las comunidades cristianas mantuvieron viva la práctica de su fe. Una rica fuente de información acerca de la Iglesia Primitiva son los discípulos directos de los apóstoles, llamados Padres Apostólicos. Estos autores, que no conocieron a Cristo sino a sus primeros discípulos, florecieron entre el año 70 y 150 de nuestra era, y los pocos textos supervivientes son una invaluable fuente para contemplar el estado de las comunidades cristianas, sus prácticas de piedad, sus creencias, y su diálogo u oposición con el paganismo y el judaísmo.

Si bien las circunstancias de cada texto son muy variadas, Johannes Quasten subraya tres características principales: la escatología, la nostalgia de un Jesucristo cercano en el tiempo, y una cristología común: «Jesucristo es, para ellos, el Hijo de Dios, preexistente al mundo, que participó en la obra de la creación»".[124]

Entre estos autores se destacan: Ignacio de Antioquía, con sus siete cartas escritas de camino a Roma donde iba a ser martirizado; Clemente de Roma, con su epístola pastoral a los Corintios; y Policarpo de Esmirna, autor de una Epístola y mártir destacado. También cabe mencionar el texto llamado Didaché, un breve catecismo con instrucciones para la celebración del bautismo y la eucaristía.

Apologetas griegos[editar]

Justino el Mártir (114-165) fue un filósofo y mártir cristiano.

A partir del año 130 se desarrolla la Apologética: explicación y defensa del cristianismo ante las autoridades Romanas y ante las autoridades judías. A diferencia de los escritos íntimos y pastorales de los Padres Apostólicos, los apologetas tuvieron por destinatarios a la élite pagana, por eso explotaron las doctrinas de la filosofía para difundir el mensaje cristiano en los medios de mayor cultura y poder.[125]​ No se trata de escritos catequéticos sino de defensa, y por tanto, el contenido doctrinal es más bien pobre.

Los escritos de Justino el Mártir ejemplifican el espíritu del cristianismo en los años 140 a 160: entusiasmo y diálogo razonado, tratando de convencer a la población culta mediante ejemplos de la filosofía griega. Sus descripciones de la doctrina y los ritos cristianos explican en detalle qué creía y cómo vivía su comunidad, aunque sin el nivel de reflexión teológica que se desarrolló posteriormente.[126]

En el contexto de los Apologistas Griegos un autor anónimo compuso la célebre carta a Diogneto, una de las obras cumbre de los primeros cristianos por la singular belleza y elegancia de su estilo; también se destacan los escritos de Arístides, Taciano, Teófilo de Antioquía, entre otros.

Durante esta época ya se conocen mártires en distintas regiones del imperio: Antíoco de Sulcis en Cerdeña, Zaqueo de Jerusalén, Julián de Emesa en Siria, Zacarías de Vienne en Galia, Potito en Sárdica, los mártires escilitanos en África, etc.

Literatura antiherética[editar]

Ireneo de Lyon (140-202), discípulo de Policarpo y Justino.

Desde mediados del siglo II surge la denominada «literatura antiherética» como respuesta a la diversidad de visiones dentro y fuera de la Iglesia, y por la multitud de movimientos espirituales que adoptaron algunos elementos del cristianismo, como las religiones gnósticas; esta diversidad fue categorizada como novedad o herejía por la iglesia mayoritaria.[127]​ Ante esta situación aparece una variedad de respuestas por parte de la jerarquía eclesiástica y por diversos autores que avanzan en el estudio la teología y la reflexión doctrinaria.

Se destaca Ireneo de Lyon (140-202) cuyas obras explican al detalle la controversia con el gnosticismo y escribe el primer tratado de contenido teológico que se conserva: ante las objeciones de cada grupo, Ireneo expone detalladamente la doctrina tradicional y la contrasta también con los textos sagrados. Desarrolla los primeros textos extensos acerca de Cristo, la resurrección de la carne, y otros temas.

Ireneo intercede ante el papa Víctor I en favor de los cristianos de Asia que calculaban la fecha de Pascua por el mismo método que los judíos, según el calendario lunar. También se muestra relativamente laxo con los que adhirieron al montanismo, un grupo con prácticas ascéticas muy estrictas (prohibiendo completamente el vino y el matrimonio) que chocaba con la disciplina tradicional de la Iglesia.

La Escuela de Alejandría[editar]

Clemente (150-217) fue maestro en Alejandría.

La ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en 331 a. C., fue centro cultural del helenismo y crisol de perspectivas filosóficas egipcias, orientales y griegas. En tiempos de Jesús ya contaba con una numerosa comunidad judía helénica: fue en Alejandría donde por primera vez se tradujo el Antiguo Testamento al idioma griego, en la versión llamada Septuaginta. En esa ciudad enseñó Filón, filósofo judeo-helénico, dedicado a armonizar la filosofía con el monoteísmo. Los cristianos, arribados a mediados del siglo I, se encontraron con un medio ambiente muy culto, abierto a nuevas ideas siempre y cuando estuvieran bien fundamentadas.[128]

Si los padres apostólicos escribieron pocos y breves textos pastorales, y los primeros apologistas griegos se preocuparon en defender al cristianismo y contestar las objeciones ajenas, en Alejandría por primera vez nació el estudio sistemático y completo de la teología. La Escuela Alejandrina buscó educar en el cristianismo a la clase alta de una ciudad helénica mediante la exposición ordenada, sistemática y completa de toda la fe cristiana. Los maestros de esta escuela enfrentaban un ambiente social muy compenetrado en temas teóricos de la metafísica, así pues muestran una preferencia por el platonismo y las interpretaciones alegóricas de la Sagrada Escritura.[129]

El primer maestro de la Escuela fue Panteno, que la lideró cerca del año 180; aunque más famosos y prolíficos fueron los maestros que le sucedieron como Clemente de Alejandría (150-217).

El cristianismo en el siglo III y principios del IV[editar]

Pablo el Ermitaño (228-341) impulsó el monasticismo.

A partir del año 200 se multiplican las comunidades y los autores cristianos dentro y fuera del Imperio Romano, especialmente en Siria y el norte de África. En Occidente la lengua principal del culto deja de ser el griego y pasa al latín. Se profundiza la teología y los pormenores de la cristología y la doctrina trinitaria. Sucede la controversia de los donatistas, que no aceptaban el arrepentimiento de los presbíteros que hubieran renunciado al cristianismo durante la persecución.

Se hallan instrucciones litúrgicas muy desarrolladas como la Tradición Apostólica (Occidente) y la Didascalia apostolorum (Oriente), y distintas oraciones e himnos como el Sursum corda, Sub tuum praesidium, etc. Se multiplica también la cantidad de monjes a partir de las actividades de Pablo el Ermitaño (228-341) y Antonio Abad (251-356). A partir de la persecución de Valeriano en el año 259 sobreviene un período de paz para la Iglesia en el que se construyen cientos de iglesias y muchos cristianos salen a la vida pública. Este período finaliza en el año 303 con la Gran Persecución, iniciada por Diocleciano en la ciudad de Nicomedia. Por este motivo son pocos los restos arqueológicos de los primeros cristianos; aunque sobrevivieron, por ejemplo, las ruinas de una pequeña iglesia en la localidad mesopotámica de Dura Europos.

Entre los autores de este período se destacan Tertuliano (160-220), Hipólito de Roma (170-236), Orígenes (184-253), Cipriano de Cartago (200-258) y Lactancio (250-325).

Fin del período primitivo[editar]

A principios del cuarto siglo surge la controversia arriana, durante la cual muchos miembros de la jerarquía eclesiástica y algunos emperadores negaron la divinidad de Jesucristo. Esta postura dio pie a severos conflictos durante el siglo IV, y fue finalmente abandonada.

A pesar de las persecuciones, la iglesia clandestina creció en número de miembros y en dispersión geográfica hasta convertir al primer emperador cristiano, Flavio Valerio Constantino. En el año 313 el cristianismo fue legalizado, lo cual facilitó la reconstrucción de iglesias y la presencia pública de esta fe.

En el año 325, Constantino convocó el Concilio de Nicea, una reunión de obispos cristianos venidos de todo el mundo con el objeto de zanjar diferencias de praxis y de doctrina entre todas las iglesias. Este Concilio condenó el arrianismo y dio fin a la era primitiva del cristianismo.

Escritores y textos[editar]

Línea de tiempo con los principales escritores y textos de los primeros cristianos, junto a las principales persecuciones y el primer concilio de Nicea:

Efrén el SirioAtanasio de AlejandríaPacomioAfraatesDidascalia apostolorumEusebio de CesareaMetodio de OlimpiaArnobio de SiccaAntonio AbadVictorino de PettauLactancioLuciano de NicomediaPablo el ermitañoTradición apostólica (Hipólito de Roma)Gregorio TaumaturgoNovacianoDionisio de AlejandríaCipriano de CartagoOrígenesHipólito de RomaMuncio FélixSexto Julio AfricanoTertulianoA DiognetoClemente de AlejandríaIreneo de LyonAtenágoras de AtenasPantenoTacianoMelitón de SardesJustino MártirPastor de HermasPolicarpo de EsmirnaPapías de HierápolisEpístola de BernabéArístides de AtenasDidachéSegunda epístola de ClementeClemente RomanoIgnacio de AntioquíaEra apostólica

Catacumbas, persecución y martirio[editar]

Procesión en las catacumbas de Calixto.

El mundo cristiano estuvo signado por la persecución estatal desde sus inicios, pero especialmente durante los 250 años entre el incendio de Roma del año 65 hasta el Edicto de Tolerancia del año 313, por este motivo una de las características del cristianismo primitivo es la clandestinidad de sus reuniones. Desde inicios del siglo II se popularizó el género literario de las Acta Martyrum, que describen con emoción las circunstancias de persecución y muerte de los santos. Tan característico era el martirio que esta época es denominada la Era de los Mártires, y la Iglesia de Alejandría comenzó a contar el paso de los años desde la Gran Persecución de Diocelciano.

Por la epístola de Clemente Romano (año 96) se toma noticia de los estragos causados por la persecución de Nerón, aunque el primer relato extenso y detallado de un martirio fue el de Policarpo de Esmirna en el año 155: este importante texto, joya de la primitiva literatura cristiana, narra la situación previa a la persecución, el arresto del mártir, el proceso judicial, la condena, la actitud heroica durante ejecución de la pena, y el destino de las reliquias.

Se destaca también el caso de Perpetua y Felicidad, cuyo martirio acaeció durante la persecución de Septimio Severo en 202. La vívida Passio Perpetuae et Felicitatis describe la fortaleza de ambas en medio de los tormentos. Entre los mártires se destacan muchas mujeres, como Cecilia (†230), Águeda (†261), Inés (†291) y Lucía (†304).

Las catacumbas de la ciudad de Roma son galerías subterráneas excavadas en el suelo para organizar en ellas los enterramientos de los muertos de los primeros cristianos. Estos subterráneos fueron en limitadas ocasiones lugar de culto, pero principalmente de enterramiento. Sus paredes están repletas de nichos, donde se disponen los cuerpos en horizontal por niveles. En algunas hay hasta 12 niveles y en otras tan solo 3: todo depende de la altura de la galería construida, además de la solidez de la roca. Los corredores son largos y estrechos, tan estrechos que malamente pueden caber dos personas que se crucen. Se cortan los unos a los otros de mil maneras y el resultado es un verdadero laberinto que puede llegar a ser peligroso si no hay un guía.[130]

Las catacumbas también servían como lugar de culto en determinadas ocasiones.[130]​ En algunos casos tenían luz solar que entraba por una abertura que daba al campo y que servía también para introducir los cadáveres. Pero estas aberturas no eran muy frecuentes; lo común era que la iluminación se diese por medio de las lámparas de bronce suspendidas de la bóveda por unas cadenas.

Entierro de mártires en las catacumbas, representación de Lenepveu, 1855, óleo sobre tela.

Monasticismo: vírgenes, anacoretas y cenobitas[editar]

Desde la era apostólica el cristianismo impulsó el estilo de vida célibe, y a lo largo del período pre-niceno se multiplican los testimonios de personas que sienten el llamado para seguir esa vida. En torno al año 155, escribe Justino el Mártir al Emperador en su Primera Apología: «Nosotros o nos casamos desde el principio por el solo fin de la generación de los hijos, o, de renunciar al matrimonio, permanecemos absolutamente castos».[131]

El fenómeno monástico, ya conocido desde el judaísmo inmediatamente anterior a Cristo, se expandió rápidamente a causa de las persecuciones en Egipto y se diversificó en dos tendencias. En primer término el monasticismo anacoreta, cuyo primer exponente de peso fue Pablo el Ermitaño, inspiró a muchos monjes para vivir apartados del mundo en una vida solitaria de oración y contemplación. Posteriormente, a inicios del siglo IV, el movimiento cenobítico aglutinó comunidades cuyo énfasis religioso giraba en torno a la vida en común.

Arte[editar]

Fresco del III siglo en las Catacumbas de San Calixto, Cristo como Buen Pastor.
Representación de la Crucifixión en la puerta de madera de la basílica de Santa Sabina (principios del siglo V). Se ha solido considerar como la representación más antigua que se ha conservado de la Crucifixión de Cristo. En ella la madera de la cruz está representada sólo de modo alusivo. Cristo aparece con los brazos extendidos a derecha e izquierda del cuerpo, un gesto de vencedor que fue prefigurado por Moisés durante la victoria sobre los amalecitas, según relata el libro del Exodo. Como ha señalado Paul Veyne, en el cristianismo primitivo «la Cruz era símbolo no de suplicio, sino de victoria, tropaeum Passionis, triumphalem crucem [‘la cruz triunfal, ese trofeo de la Pasión’, Prudencio]. No se tenía continuamente ante los ojos la Pasión y la muerte de Cristo. No era la víctima expiatoria, el sacrificio del Crucificado en el Calvario lo que provocaba conversiones, sino el triunfo del Resucitado sobre la muerte».[132]

El cristianismo primitivo desarrolla variados tipos artísticos ya sea en el campo de la música, la literatura, la pintura y la escultura. En Occidente las primeras manifestaciones artísticas de los cristianos reciben un gran influjo del arte romano tanto en la arquitectura de las primeras iglesias como en las artes figurativas.

Las primeras expresiones del arte poético pueden remontarse a las Odas de Salomón, aunque ya desde el Nuevo Testamento se encuentran himnos y cantos de naturaleza poética.

Jerarquía eclesiástica[editar]

En el nuevo testamento se menciona la existencia del epískopo, o sea inspector, supervisor, en la comunidad cristiana. Se conservan testimonios de muchos epískopos de fines del siglo I y comienzos de II, como Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, Onésimo de Éfeso, etc,[133]​ y desde el año 150 en adelante la sucesión ininterrumpida de epískopos desde tiempos de los apóstoles es considerada una demostración de autoridad doctrinaria, eco de la predicación original y garantía de continuidad; lo cual está en contradicción con las ideas de los gnósticos, que decían poseer un conocimiento novedoso y secreto.

En efecto, podemos enumerar a los que fueron instituidos por los apóstoles como obispos sucesores suyos hasta nosotros (...)

Indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por complacerse a sí mismos, ya por vana gloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos ilegítimos. (...) En efecto, los apóstoles (Pedro y Pablo), habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración; y de este Lino hace mención Pablo en la carta a Timoteo. A él le sucedió Anacleto, y después de éste, en el tercer lugar a partir de los apóstoles, cayó en suerte el episcopado a Clemente, el cual había visto a los mismos apóstoles, y había conversado con ellos; y no era el único en esta situación, sino que todavía resonaba la predicación de los apóstoles, y tenía la tradición ante los ojos, ya que sobrevivían todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles (...)

A Clemente sucedió Evaristo. Y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar a partir de los apóstoles, fue nombrado Sixto, y después de éste Telesforo, que tuvo un martirio gloriosísimo. Luego, Higinio; luego, Pío, y luego Aniceto; y habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el duodécimo lugar después de los apóstoles, ocupa el cargo episcopal Eleuterio. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros (...)
San Ireneo, año 190 aprox.[134]

Diferencias doctrinales[editar]

Adán y Eva representados en las catacumbas de San Marcelino

Durante el período de los Primeros Cristianos surgió una variedad de ideas y desarrollos que, finalmente, fueron considerados heterodoxos por la opinión mayoritaria dentro de la Iglesia. El Nuevo Testamento menciona negativamente a dos de estos grupos:

Durante los siglos posteriores surgieron muchas otras doctrinas y comunidades consideradas heterodoxas, o herejías, entre las que cabe mencionar:

  • Gnosticismo, un conjunto de sistemas religiosos caracterizados por su rechazo del mundo material, y la búsqueda de una vida pura y espiritual basada en el conocimiento (gnosis). Postulaban la existencia de un dios bueno, creador del espíritu, y un dios malo, creador de la materia. Dentro de las religiones gnósticas con mayor o menor grado de elementos cristianos se encuentran: los Setianos, los Ofitas, el Valentinianismo, los Basilideanos, y los seguidores de Cerinto, entre otros. Además las religiones del Maniqueísmo y el Mandeísmo se clasifican como sistemas de características gnósticas.
  • Docetismo, la idea de que el Logos no podía encarnarse realmente, sino que el cuerpo de Jesucristo era una apariencia.
  • Marcionismo, un grupo cristiano nacido en Roma en el año 144, bajo la premisa de rechazar radicalmente cualquier nexo con el judaísmo, en particular se negaba a reconocer al Antiguo Testamento como escrituras sagradas. El Marcionismo también se clasifica dentro del docetismo por afirmar que Jesucristo era tan divino que no podría haber sido carne, sino que su cuerpo era una apariencia. Además se lo considera un sistema gnóstico ya que propone un dios bueno, creador del espíritu (el dios de Jesucristo); y un dios malo creador de la materia (el dios de los Judíos del Antiguo Testamento).
  • Adopcionismo, la doctrina de que Jesucristo era un ser humano común y corriente, y fue luego adoptado por Dios y elevado a la categoría divina.
  • Arrianismo, la idea de que el Logos no era eterno sino creado por Dios Padre y posteriormente elevado a una categoría divina.
  • Apolinarismo, doctrina surgida como reacción inversa al arrianismo, postula que Cristo tenía cuerpo humano pero no un alma, sino que el Logos cumplía las funciones del alma.

Desarrollo del Canon Bíblico[editar]

Bautismo representado en las catacumbas de San Calixto

Una característica del Cristianismo Primitivo es la ausencia de la Biblia tal como se conoce hoy día con un Antiguo Testamento y un Nuevo Testamento bien definidos y recopilados en un solo volumen.

Los primeros cristianos generalmente utilizaban y reverenciaban la Biblia Judía como su libro sagrado, fundamentalmente a través de la traducción griega Septuaginta, que es citada literalmente por los apóstoles en los escritos canónicos, particularmente por Pablo de Tarso.[135]​ Más tarde esta versión de la biblia fue utilizada por los Padres Apostólicos y por muchos otros escritores cristianos posteriores de habla griega.

En cambio el Nuevo Testamento con los 27 libros actualmente aceptados no quedó fijo sino hasta fines del siglo IV y principios del V, o sea unos cien años después de terminado el período del cristianismo primitivo, y unos 70 años después de la muerte de Constantino, el primer emperador cristiano. De hecho hay que esperar hasta el año 367 para hallar por primera vez una lista de libros que coincida exactamente con el Nuevo Testamento actual, sin agregar ni quitar nada.

Si bien la mayoría de los primeros cristianos aceptaron los cuatro evangelios, hubo muchas dudas acerca de incluir o excluir distintas epístolas y el Apocalipsis. Además muchos cristianos dieron por canónicos ciertos textos que hoy no se incluyen en la Biblia, tales como el Evangelio de Santiago, la Didaché, la Epístola de Clemente, el Pastor de Hermas, etc.

Era también común la transmisión de resúmenes, citas sueltas, y armonizaciones de los evangelios combinando los distintos textos en una sola narración continua: de hecho el Diatessaron de Taciano (siglo II) fue durante muchos años la única versión de los evangelios hallada en Siria hasta la traducción Peshitta del siglo V.

Cronología de escritura[editar]

Pablo de Tarso escribe la Primera Carta a los Tesalonicenses dirigida a la comunidad de Tesalónica, fundada en el año 50. Este es el texto más antiguo del Nuevo Testamento. Ya se definen por escrito algunos de los dogmas más importantes del cristianismo. Se afirma la creencia en la resurrección de los muertos. Creían en esos momentos que la segunda venida de Cristo era inminente. Se preocupaban y entristecían porque algunos seres queridos morían sin haber visto llegar a Jesucristo en la gloria del final de los tiempos.

Durante el tercer viaje de Pablo de Tarso, el Apóstol escribe la mayoría de su obra epistolar. Tradicionalmente esta etapa se data de los años 54 a 57, en tanto que las posturas revisionistas tienden a ubicarla entre los años 51 y 54. En esa etapa Pablo escribió buena parte de su obra epistolar: la Carta a los gálatas, la Carta a los filipenses, dirigida a la comunidad de Filipo, fundada hacia el año 49, la Carta a Filemón y la Carta a los romanos. Esta última está datada de los años 55 a 58.[136]

Años 70-100. Redacción de los evangelios[editar]

Año 70: El estudio crítico del Evangelio según Marcos ha aportado en los últimos años datos acerca de las características de las primitivas comunidades cristianas.

Año 80: En el Evangelio según Mateo se observa la relación conflictiva de la primitiva comunidad cristiana con los fariseos que habían escapado a la destrucción de Jerusalén. El Evangelio según Lucas muestra ciertas características de las comunidades cristianas procedentes del paganismo.

Fines del siglo I. El Evangelio según Juan, las cartas y el libro del Apocalipsis aportan algunos datos del final del siglo I y principios del siglo II, que estuvo marcado por las persecuciones romanas.

Véase también[editar]

Notas[editar]

  1. El nombre arameo Yeshúa se traduce al griego como Iesoûs, pronunciado Yesús y castellanizado como Jesús (Mosterín, 2010, pág. 13).
  2. Según los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas el ministerio de Jesús duró un año; tres, según el de Juan.
  3. Los judíos más fervientes de la época esperaban la llegada de un «rey» enviado por Dios que los liberara de la ocupación romana y estableciera la paz y la armonía en el mundo (Mosterín, 2010, pág. 12).
  4. La Primera epístola a los tesalonicenses, escrita hacia el año 50, es el escrito cristiano más antiguo que se ha conservado.

Referencias[editar]

  1. Teja, 1990, pp. 39-40. «La política de Constantino que no sólo privilegió a la Iglesia, sino que se apoyó en ella como instrumento para desarrollar sus proyectos políticos, determinó el futuro del cristianismo hasta nuestros días, hasta el punto de que se puede hablar de dos historias del cristianismo, antes y después de Constantino».
  2. Ramsay MacMullen, "Christianizing The Roman Empire A.D. 100-400, Yale University Press, 1984, ISBN 0-300-03642-6. Fuente citada en Constantine the Great and Christianity González, Justo L. (1984). The Story of Christianity: Vol. 1: The Early Church to the Reformation. San Francisco: Harper. ISBN 0-06-063315-8. Fuente citada en Medieval Christianity
  3. Geza Vermes, Christian Beginnings: From Nazareth to Nicaea, Yale University Press, USA, 2013, p. 134
  4. Everett Ferguson, Encyclopedia of Early Christianity, Routledge, Abingdon-on-Thames, 2013, p. 254
  5. a b Teja, 1990, p. 23.
  6. Mosterín, 2010, pp. 20-22. «Desde luego Jesús nunca pretendió salirse de la ortodoxia judía ni declarar abolida o caduca la Ley (la Torá), como más tarde haría Pablo de Tarso. [...] Dentro del judaísmo, Jesús predicaba en nombre de la gente humilde... y reclamaba una mayor atención al espíritu que a la letra de la Ley. [...] Denunciaba la arrogancia de los expertos intelectuales y letrados más preocupados de los detalles y los formalismos externos que de la bondad interior. En esto estaba básicamente de acuerdo con los fariseos, aunque Jesús no se tomaba tan en serio la casuística de la Ley... En lo que fundamentalmente Jesús se diferenciaba de los fariseos era en su mayor radicalismo, en sus connotaciones apocalípticas de raíz bautista y en su oposición a las autoridades y a las clases altas».
  7. Pérez Fernández, 2003, p. 71. «Jesús se entiende más plausiblemente en el contexto de los movimientos internos renovadores del judaísmo y sobre la base de la tradición bíblica profética, apocalíptica y sapiencial».
  8. Estrada, 2003, p. 126-127. «Jesús era un reformador judío, el profeta del reinado de Dios, tanto en sentido espacial (reino que se hace presente en Israel) como personal (señorío de Dios en la sociedad)... Jesús se inscribe dentro de un movimiento profético reformador, con tintes mesiánicos y apocalípticos, vinculado a Juan el Bautista y con una visión muy peculiar sobre el señorío de Dios sobre Israel. [...] Es decir, históricamente Jesús fue un reformador judío y no fundó ninguna nueva religión».
  9. Mosterín, 2010, pp. 28-30. «Cuando finalmente Jesús se decidió a subir a Jerusalén, su presencia y la de sus seguidores armados resultaban lo suficientemente conflictivas como para que las autoridades judías estuvieran asustadas, temiendo una alteración del orden público que provocara la represión romana. [...] Jesús había sido aclamado como rey davídico por sus seguidores en Jerusalén y había provocado altercados en el templo. Los romanos lo toleraban casi todo, excepto el desorden y la rebelión, que siempre reprimían con dureza».
  10. Teja, 1990, pp. 23-24. «La responsabilidad y las causas de la condena a muerte de Jesús no están claras por la deformación apologética del hecho que ofrecen las principales fuentes disponibles, los evangelios. Es evidente que la iniciativa de la acusación partió de las autoridades religiosas judías y que el trasfondo en que surgió ésta fue la agitada vida política de la Palestina de la época en que proliferaban los movimientos religiosos de tipo nacionalista y mesiánico. [...] En cualquier caso es evidente que la condena fue dictada por la autoridad romana, Poncio Pilato... No obstante, la tradición cristiana posterior intentará descargar de responsabilidad a Pilato y cargar las tintas en los judíos».
  11. Pérez Fernández, 2003, p. 110. «Sin duda ninguna en el proceso influyó la denuncia de la aristocracia jerosolimitana... En la instancia judía, antes de llegar a Pilato, a Jesús se le acusa de amenazar al templo, hacerse mesías y blasfemar. Los sacerdotes, y especialmente la aristocracia senatorial jerosolimitana, tenían que ser muy sensibles a toda actitud que pudiera entenderse como desacato a la santidad del templo... Las opiniones más radicales de Jesús ante la Ley podían caer también bajo la acusación de blasfemia».
  12. Mosterín, 2010, pp. 30-31. «Si Jesús hubiera sido acusado de un crimen religioso, habría sido entregado a la autoridad judía del Sanedrín. Si hubiera sido condenado a muerte por esta, habría sido ejecutado por lapidación (como Esteban o Jacobo luego) o ahorcado, o quemado, o decapitado. Pero los judíos no crucificaban. La crucifixión era la forma típica de ejecución infamante de los romanos. Que Jesús fuera crucificado es señal inequívoca de que sus jueces y ejecutores fueron romanos, y de que su crimen fue político: la rebelión. La acusación de proclamarse "rey de los judíos" era política no religiosa».
  13. Teja, 1990, pp. 23-24. «[La condena] fue ejecutada por soldados romanos y se realizó por el sistema de la crucifixión según práctica frecuente en la época para los acusados de sedición o alteración del orden público y que no tenían la condición de ciudadanos romanos».
  14. Pérez Fernández, 2003, p. 108; 110. «El poder romano intervino decisivamente, pues él tenía el ius gladii o la capacidad de ejecutar la pensa de muerte; además la crucifixión era castigo típico de Roma para los no ciudadanos romanos, summum supplicium en expresión de Cicerón... La ejecución ciertamente no fue llevada a cabo según la praxis judía, que preveía la lapidación. [...] El título de la cruz, "El Rey de los Judíos" indicaba la causa de su condena a ojos de los romanos y de algunos ambientes judíos... J. Fernández Ubiña ha mostrado convincentemente los indicios que podían mostrar a Jesús como un revolucionario peligroso y que, de hecho, decidieron la intervención expeditiva de la autoridad romana».
  15. Pérez Fernández, 2003, p. 98. «La enseñanza de Jesús estuvo centrada en el anuncio del reino (o reinado) de Dios. Esto es lo que dicen todas las fuentes evangélicas».
  16. Estrada, 2003, pp. 126-127. «El propósito de Jesús no era fundar una iglesia separada; por eso, su predicación se centró en Israel y tenía resistencia a trabajar con no hebreos. Buscaba reconstruir la sociedad para que Dios reinara en ella. [...] Pretendía renovar a Israel con el anuncio de la llegada cercana de Dios y respondía a las expectativas populares acerca de una restauración futura de Israel. Jesús y sus discípulos esperaban la pronta llegada de ese reinado de Dios. Es decir, defendían una "escatología" cercana y estaban convencidos de que ya se había iniciado la etapa final de la salvación, aunque ésta se prolongara en el futuro. Jesús era un profeta que anunciaba el final de los tiempos, la época mesiánica en que Dios cumpliría sus promesas».
  17. Mosterín, 2010, pp. 9-20.
  18. Pérez Fernández, 2003, p. 77. «Popularmente, sin duda, Jesús fue considerado como Mesías. Sin embargo, esto choca llamativamente con la actuación de Jesús, que en ningún momento se llama a sí mismo Mesías e incluso impone silencio a los que se lo llaman. [...] Cabe deducir, pues, que Jesús no se dejó arrastrar por el populismo mesiánico, aunque, trágicamente, tal populismo le llevó a la cruz».
  19. Estrada, 2003, pp. 126-127; 165. «La comunidad inicial utilizaba el simbolismo de los doce apóstoles o discípulos. Éstos interesaban como número colectivo, no en cuanto a individuos concretos, cuyos nombres e identidad desconocemos. Entre ellos destacan algunos con mayor vinculación o cercanía a Jesús, como Simón (luego llamado Pedro) y Juan, Santiago y Andrés».
  20. Estrada, 2003, pp. 127; 129. «Jesús y sus discípulos esperaban la pronta llegada de ese reinado de Dios. Es decir, defendían una "escatología" cercana. [...] Por eso, no había gran interés por organizar el grupo y prepararlo para la misión. Se esperaba a Dios y a su reino, y se ponía el acento en la conversión de las personas... En ese marco, tampoco había interés por las misiones fuera de Israel ni intencionalidad alguna de constituirse en una religión aparte del judaísmo... La comunidad cristiana era un camino dentro del judaísmo y fue llamada secta de los nazarenos. [...] No se puede hablar en sentido estricto de una fundación de la Iglesia por parte de Jesús, mucho menos de un momento fundacional. Jesús no estableció un marco institucional para la futura Iglesia».
  21. Estrada, 2003, pp. 130-131. «Refleja la nueva interpretación que se hizo de Jesús y su obra a la luz de la resurrección. [...] Estos cambios produjeron una nueva religión, el cristianismo, diferente del monoteísmo judío...».
  22. Mosterín, 2010, pp. 32-35.
  23. Teja, 1990, p. 24.
  24. Estrada, 2003, p. 129-130.
  25. Mosterín, 2010, pp. 37-38.
  26. a b c Teja, 1990, p. 25.
  27. a b Estrada, 2003, p. 134.
  28. Mosterín, 2010, pp. 40-42. «A la espera del reino de Dios, algunos cristianos no solo dejaron de trabajar, sino también de practicar sexo, adoptando la castidad absoluta, para purificarse ante la llegada del reino».
  29. Mosterín, 2010, pp. 38-39. «El judaísmo palestino aceptaba sin problemas la facción hebrea de la secta judía cristiana, que practicaba la Ley y aceptaba el templo, pero no toleraba las tendencias renovadoras y centrífugas de los cristianos helenizantes».
  30. Mosterín, 2010, p. 36.
  31. a b Teja, 1990, p. 26.
  32. Mosterín, 2010, pp. 36-37.
  33. Teja, 1990, pp. 26-27. «Los judeo-cristianos no participaron en el levantamiento y huyeron en masa a Transjordania. Allí continuaron sumidos en un profundo aislamiento, rotos la mayoría de los lazos con otras comunidades... Los judeo-cristianos quedaron al margen de la evolución que experimentó el cristianismo helenístico, que comienza a considerar la segunda venida de Cristo como algo lejano en el tiempo y se apresta ideológicamente para convivir con la sociedad del entorno en el ámbito político del Imperio romano».
  34. Estrada, 2003, pp. 137-139. «Los fariseos y los rabinos, el poder laico, asumieron el control de Israel, que se constituyó en torno a la Torah, con la "Escritura" como base de su identidad. La tradición oral fue el instrumento de control y de creación de una tradición, cuyo mayor logro es la pervivencia de la identidad judía a lo largo de dos mil años. [...] El cambio de una religión del templo a otra sólo del Libro, del gobierno sacerdotal al de los laicos (fariseos y rabinos), del culto sacrificial al monopolio de la sinagoga, transformó la identidad judía. Hubo una auténtica re-fundación del judaísmo, gracia a la cual logró sobrevivir en el Imperio romano».
  35. Mosterín, 2010, p. 37. «Mientras la comunidad jerosolimitana persistió (hasta la destrucción de la ciudad en 70), esta constituyó el centro neurálgico del cristianismo primitivo y frenó las tendencias paulinistas y helenizantes».
  36. Teja, 1990, p. 26. «Esta desaparición de la escena de los judeo-cristianos y la profunda confusión que causaron los acontecimientos subsiguientes a la represión romana, que muchos cristianos esperaban que fuera el inicio de la Parusía anunciada por Jesús, dejó la vía libre para la expresión y consolidación de las corrientes cristianas más influidas por el helenismo, la preconizada por Pablo entre ellas»
  37. Mosterín, 2010, pp. 39; 46. «Estos cristianos paulinistas helenizados acabaron por romper todas las amarras con el judaísmo y constituyeron una nueva religión llamada cristianismo».
  38. Estrada, 2003, pp. 139-140. «La destrucción del templo fue vista como el final de una época salvífica. A partir de ella se iniciaba otra en la que el cuerpo resucitado de Jesús sustituía al templo y su vida marcaba un nuevo modelo de culto y sacerdocio. La muerte de Jesús era el nuevo sacrificio que anulaba a los otros, siendo Jesús el nuevo sacerdote, que con su vida inauguraba una nueva forma de relación con Dios».
  39. Mosterín, 2010, pp. 13; 36; 43.
  40. Mosterín, 2010, p. 44. «En el mundo helenístico y judaico, la creencia en todo tipo de prodigios, incluidas las curaciones y resurrecciones milagrosas estaba bastante extendida. Los jesusitas como los fariseos, ya creían en la resurrección de los muertos antes de creer en la del fundador de su secta. Y la nueva creencia en la mesianidad de Jesús se encuadraba en el contexto de la apocalíptica judía de la época y no escandalizaba gran cosa en la sinagoga».
  41. Teja, 1990, p. 25. «[En Antioquía] se desarrolló pronto una interpretación de la figura de Jesús profundamente helenizada».
  42. Mosterín, 2010, p. 45-46.
  43. Mosterín, 2010, pp. 47-49.
  44. Mosterín, 2010, pp. 50-51. «Pablo actuó con independencia de la comunidad jesusita de Jerusalén, con la estuvo en constante polémica. Él subrayaba que solo dependía directamente de Dios, y no de los cristianos jerosolimitanos».
  45. Estrada, 2003, pp. 134-135.
  46. Mosterín, 2010, p. 36; 51-52.
  47. Estrada, 2003, p. 135.
  48. Mosterín, 2010, pp. 52-53; 55.
  49. Estrada, 2003, pp. 135-137.
  50. Mosterín, 2010, p. 54; 60-61; 69. «Con ello se ganó la oposición no solo de los judíos ortodoxos (saduceos o fariseos, sino incluso de la mayor parte de la comunidad cristiana madre, la de los jesusitas de Palestina y Jerusalén. [...] [Estos últimos] eran judíos piadosos, y consideraban obvio que los paganos y temerosos de Dios que se convirtieran a la secta judeocristiana debían aceptar todo el peso de la Torá. Pablo pensaba lo contrario: los gentiles podían ser admitidos en la secta cristiana con tal de que aceptasen el mensaje paulino de la mesianidad divina de Cristo, sin necesidad de tener que someterse al yugo de la Ley. [...] El judaísmo nunca insistió en la fe, sino en la praxis, en la acción, en el cumplimiento de la Torá en la conducta».
  51. Mosterín, 2010, pp. 56-57; 65; 67. «En sus cartas, Pablo hace muchas reflexiones y dice muchas cosas sobre el Cristo glorioso y trascendente, pero apenas habla del Jesús histórico. [...] [Pablo] vivía en la esperanza enfebrecida en la inminente vuelta del Cristo».
  52. Mosterín, 2010, p. 69-70.
  53. Mosterín, 2010, pp. 72-74.
  54. García, 2007, p. 298. «Wrede considera que Pablo, aunque tenga una base común con Jesús, es esencialmente un fenómeno nuevo; mientras que Jesús se halla dentro del judaísmo, Pablo, por su pertenencia al mundo helenístico, introduce un cambio radical en el cristianismo. En concreto, Pablo incorpora una imagen nueva de Jesús, diferente del que fue históricamente: lo convierte en un ser trascendente, preexistente, divino. Por eso, Pablo puede ser considerado el segundo fundador del cristianismo; y dado que esta concepción cristológica fue la que se impuso con el tiempo, se podría denominarle como el verdadero generador de la fe cristiana».
  55. García, 2007, p. 298. «Toda la reflexión de la comunidad cristiana de Jerusalén consistió en tomar conciencia de las consecuencias de las pretensiones divinas que manifestó Jesús durante su vida terrena y del acontecimiento extraordinario de su resurrección. De hecho, la investigación exegética ha puesto en evidencia el carácter arameo y tradicional de las fórmulas y confesiones de fe que encontramos en las cartas de Pablo: lo que él transmite lo ha recibido como traición (1Cor 15:3). [...] Todos estos datos indican a Jesús de Nazaret como verdadero fundador del cristianismo y a Jerusalén como lugar en que se formuló por primera vez la cristología. [...] Es más, la relación estrecha entre Antioquía con la comunidad de Jerusalén obliga a concluir que en ella no se profesó un cristianismo diferente al de la comunidad palestiniense».
  56. Teja, 1990, pp. 25-26. «Terminó por desarrollar una interpretación de Jesús profundamente influida por las religiones mistéricas que entonces proliferaban en el ámbito helenístico».
  57. Pérez Fernández, 2003, p. 75. «Pablo es considerado por muchos el autor del mito de Jesús: suele decirse que Pablo transformó al predicador en predicado y cambió el mensaje del reino de Dios que Jesús predicó por la cristología y la eclesiología. Esta cuestión es hoy discutida apasionadamente, pues para muchos, en la Iglesia confesional, Pablo sigue siendo el mejor intérprete de Jesús, quien mejor ha "visto" a Jesús. El tema es teológico...»
  58. Mosterín, 2010, p. 75-76. «Para los cristianos ya no tenía ventaja alguna la permanencia en la sinagoga, sino más bien al revés, así que las comunidades cristianas fueron separándose definitivamente del tronco judío, lo que resultó tanto más fácil cuanto que los jesusitas o cristianos hebraizantes de la primera hornada, que podrían haberse opuesto, habían sido exterminados o al menos dispersados por la represión romana en Palestina».
  59. Mosterín, 2010, pp. 55-56.
  60. Estrada, 2003, p. 157.
  61. Mosterín, 2010, pp. 55-56; 76-77.
  62. Mosterín, 2010, pp. 77-78. «La versión de los evangelios que ha llegado hasta nosotros es el resultado de un proceso de escritura, recopilación, edición, expurgación e interpolación, que tuvo lugar entre los años 70 y 135, aproximadamente, dependiendo de los intereses doctrinales de los autores, recopiladores y editores».
  63. Mosterín, 2010, p. 93.
  64. Mosterín, 2010, p. 80-81.
  65. Pérez Fernández, 2003, p. 76; 83; 86.
  66. Mosterín, 2010, pp. 91-92. «Estos rasgos son especialmente acusados en el prólogo [Juan 1:1-5] y el epílogo, que delatan la obvia influencia gnóstica temprana y la del pensador judío helenizado Filón de Alejandría, manifestada en la personalización del Logos o palabra de Dios... lo que sería uno de los puntos de partida de la posterior especulación trinitaria. La infancia del Jesús histórico no le interesa nada a Juan. El humilde galileo crucificado por los romanos como subversivo no le llama la atención. Lo que le interesa de verdad es la abstracción de origen gnóstico o filoniano del Logos, la palabra de Dios, la sabiduría de Dios, personificada y divinizada, tan eterna como Dios y tan Dios como Dios».
  67. Pérez Fernández, 2003, p. 88. «Es el [evangelio] que presenta una cristología más desarrollada: Jesús es el Hijo de Dios, uno con el Padre, preexistente, por quien todo fue hecho, enviado por el Padre a los suyos, que no le recibieron, y vuelto a su Padre por la exaltación gloriosa para preparar un lugar a los que le sigan».
  68. Mosterín, 2010, pp. 81-82.
  69. a b c Teja, 1990, pp. 28-29.
  70. a b Fernández Ubiña, 2003, p. 251.
  71. Mosterín, 2010, p. 102-104.
  72. Fernández Ubiña, 2003, p. 228. «Era el griego la lengua dominante en las comunidades hebreas de la diáspora y era la versión griega de la Biblia, la llamada Septuaginta o de los Setenta, la que se leía y comentaba en sus sinagogas».
  73. Mosterín, 2010, p. 103.
  74. Mosterín, 2010, p. 104.
  75. Fernández Ubiña, 2003, p. 228. «El cristianismo se difundió desde un principio, incluso entre muchos judíos, arropado por la cultura clásica grecoromana... [pero] algunos cristianos se mantuvieron durante siglos muy cercanos a los preceptos del judaísmo y consideraron su fe incompatible con las formas de vida y la sabiduría clásica, mientras que otros, por el contrario, renegaron de sus raíces hebreas y acomodaron sus concepciones religiosas y éticas a los principios de la filosofía. Entre unos y otros, los matices son innumerables».
  76. Fernández Ubiña, 2003, pp. 250-251.
  77. Teja, 1990, p. 29. «La historiografía tradicional ha tenido a presentar al cristianismo como una religión perseguida desde sus inicios por el poder político romano, haciendo de los primeros siglos la época de los mártires. Este planteamiento tiene pocos fundamentos históricos»
  78. Mosterín, 2010, p. 114. «En los tres siglos en que los cristianos vivieron bajo el Imperio pagano, sufrieron cuatro persecuciones generalizadas, que duraron dos años cada una: la de Decio en 250-252; la de Valeriano, en 258-260; la de Diocleciano, en 303-305, y la de Galerio, en 309-311. El resto del tiempo, gozaron de la pax romana».
  79. Teja, 2003, p. 293.
  80. Mosterín, 2010, p. 106.
  81. Teja, 1990, p. 30.
  82. Mosterín, 2010, p. 111.
  83. Teja, 1990, p. 33. «El número de mártires de esta época no fue tan grande como la tradición posterior quiso presentar».
  84. Teja, 1990, pp. 29-30.
  85. Mosterín, 2010, p. 109.
  86. Mosterín, 2010, p. 107.
  87. a b Teja, 2003, p. 294.
  88. a b Teja, 2003, p. 295.
  89. González Salinero, 2006, p. 73. «No existe ninguna prueba sólida de la presencia de Pedro en Roma, ni de que llegara a ser su primer obispo. Ni siquiera Pablo —que escribe desde esta ciudad sus últimas epístolas— menciona su presencia en la capital del Imperio. Tampoco poseemos dato alguno a este respecto en los Hechos de los Apóstoles, ni en los Evangelios sinópticos. La importante primera epístola de Clemente Romano de finales del siglo I, ignora la supuesta elección de Pedro por parte de Jesús, así como cualquier papel decisivo desempeñado por este apóstol. El obispo mártir Ignacio, a principios del siglo II, tampoco hace referencia del supuesto martirio de Pedro en Roma, bajo el reinado de Nerón. De hecho, hasta bien entrado el II, reina el más completo silencio sobre este asunto».
  90. Mosterín, 2010, p. 53. «Cuando en 58 [Pablo] volvió a Jerusalén a entregar el dinero recaudado en esa colecta, se armó un tumulto contra él en el templo y quedó detenido. Pasó dos años (58-60) en la cárcel, en Cesarea (Kaisáreia), en parte para su propia protección. No quería que lo entregasen a las autoridades judías, que podían matarlo por hereje. Apeló a su condición de ciudadano romano para ser juzgado en Roma, adonde finalmente fue enviado como prisionero. Después de varias vicisitudes, incluyendo un naufragio en Malta, llegó a Roma hacia el año 60. No sabemos cómo acabó su vida. La narración de Hechos, escrita por su amigo Lucas veinticinco o treinta años después de su muerte, es legendaria. En cualquier caso, no menciona para nada el supuesto martirio que Pablo habría sufrido en Roma, según la tradición posterior. La obra de Hechos termina con una curiosamente idílica descripción de los dos últimos años de Pablo en Roma».
  91. Mosterín, 2010, pp. 111-112.
  92. a b Teja, 2003, p. 296.
  93. Teja, 2003, pp. 296-297. «Por una parte, intenta poner a los cristianos a salvo de las reacciones populares incontroladas y de las denuncias anónimas, es decir, conciliar la defensa del orden público y el cumplimiento de las leyes con el fanatismo y obstinación que mostraban muchos cristianos. Pero, por otra parte, situaba a los cristianos en una postura incómoda y peligrosa».
  94. Teja, 2003, p. 297.
  95. Estrada, 2003, p. 151. «Jamás se utilizó el concepto para designar a la jerarquía o los ministros, en contra del sentido actual, en el que la parte, la jerarquía, se identifica y apropia del todo, la Iglesia».
  96. Fernández Ubiña, 2003.
  97. a b c Mosterín, 2010, pp. 131-132.
  98. a b c Estrada, 2003, pp. 140-141.
  99. Fernández Ubiña, 2003, p. 264.
  100. Estrada, 2003, p. 140.
  101. Fernández Ubiña, 2003, p. 264. «Los cristianos no mostraron interés por definir sus propios lugares de culto. Peregrinos de este mundo, decían ser ellos mismos el templo de Cristo y no necesitar lugar alguno para su veneración».
  102. Estrada, 2003, pp. 140-141. «En una línea convergente con el judaísmo de la posguerra [es decir, posterior a la destrucción del Segundo Templo en el año 70] en lo referente a la ausencia de poder sacerdotal».
  103. Estrada, 2003, p. 169.
  104. Estrada, 2003, pp. 141-143; 149. «[El sacerdocio] ya no consistía en una consagración ritual como la tradición judía, que segregaba a una casta sacerdotal y la separaba del pueblo, sino en una forma de vida solidaria con los demás, desde la que se entendió el mismo sacerdocio de Jesús [un laico que murió sin consagración alguna]. [...] Lo que los cristianos plantearon fue un estilo de vida, al que denominaron sacerdotal, que no se basaba en una consagración aparte, ni en la pertenencia a una colectividad segregada. [...] [La concepción] comunitaria y asambleísta del cristianismo se tradujo en una teología de la cogestión y corresponsabilidad de todos, que dinamizó la comunidad y reforzó la conciencia de identidad y pertenencia».
  105. Estrada, 2003, p. 143.
  106. Estrada, 2003, pp. 151-152. «En él no hay homogeneidad ni uniformidad, ni siquiera en cuestiones esenciales como las de las Escrituras, los ministerios o los sacramentos. Sólo se llegó a un consenso después de mucho tiempo y de no pocas tensiones entre las iglesias».
  107. Fernández Ubiña, 2003, pp. 252-253.
  108. Mosterín, 2010, pp. 132-133.
  109. Estrada, 2003, pp. 169-170. «En contra del desarrollo posterior, que fijó un procedimiento estricto de consagración de ministros, inicialmente el cristianismo no tenía una regla fija, ni ésta venía de los apóstoles, mucho menos de Jesús. Había distintas formas de elección, designación e instauración de los cargos, que luego se homogeneizaron y se universalizaron».
  110. Estrada, 2003, pp. 176-177. «El cristianismo se convirtió en una forma de vida con pretensiones de ejemplaridad, asimilando las perspectivas de la sociedad romana... Había que ser simultáneamente buen ciudadano y buen cristiano».
  111. Estrada, 2003, p. 179. «El cristianismo no cambió el orden social existente, que incluía la la propiedad de esclavos».
  112. Estrada, 2003, pp. 177-178.
  113. Estrada, 2003, pp. 178-179; 181.
  114. Fernández Ubiña, 2003, p. 264; 270.
  115. Fernández Ubiña, 2003, p. 270-271. «De esta modo tomó forma el rito eucarístico que no sólo rememoraba la vida y las enseñanzas de Jesús, sino que actualizaba su presencia viva entre los creyentes».
  116. Fernández Ubiña, 2003, p. 271.
  117. Fernández Ubiña, 2003, p. 266-268.
  118. Estrada, 2003, p. 179-180.
  119. Estrada, 2003, p. 180.
  120. Estrada, 2003, p. 180. «Esporádicas alusiones posteriores a mujeres presbíteros aluden a esposas de presbíteros sin que tengamos testimonios claros de un ministerio presbiterial».
  121. Estrada, 2003, pp. 180-181. «Esto se reflejó en la teología posterior: se desarrolló la idea de que Cristo es la imagen de Dios, y el varón lo es de Cristo, excluyendo a la mujer, que se subordinaba al varón».
  122. Fernández Ubiña, 2003, p. 256.
  123. Quasten p. 50-51
  124. Barnard, Leslie William (1967). Justin Martyr (en inglés). Cambridge University Press. pp. 77. 
  125. Quasten p.187.
  126. Quasten p.251-254 y 288-289.
  127. Quasten, p.316.
  128. Quasten, p.317.
  129. a b García Bellido, 1979, p. 661-662.
  130. Ruiz Bueno, p. 1005, ver también 1040
  131. Veyne, Paul (2008) [2007]. El sueño de Constantino. El fin del imperio pagano y el nacimiento del mundo cristiano [Quand notre monde est devenu chrétien (312-394)]. Barcelona: Paidós. pp. 34-35. ISBN 978-84-493-2155-9. 
  132. Ruiz Bueno, p.352-356.
  133. San Ireneo, Tratado contra las Herejías III, 3, 1-4; III, 4, 1ss; IV, 26,2; IV, 33,8. (cerca del año 190 dC).
  134. The Kopleman Foundation, ed. (1906). «Saul of Tarsus». Jewish Encyclopedia. Consultado el 19 de agosto de 2022. 
  135. Para la datación de esta carta, las opiniones se agrupan en dos tendencias generalizadas. Algunos autores sostienen que la Epístola a los romanos habría sido escrita hacia el año 58. Entre ellos se encuentran J. Fitzmyer («Carta a los Romanos», en: Comentario Bíblico San Jerónimo, Tomo IV, Madrid, 1972, página 102); R. Jewett (Dating Paul's Life; Londres, 1979); J.M. Cambier («La lettera ai Romani», en: Introduzione al Nuovo Testamento III; Roma, 1981, página 127); O. Michel (Der Brief an die Römer; Göttingen, 1978, página 1); U. Vanni («Romanos», en: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica; Madrid, 1990, página 1700). Para otros, la Epístola a los romanos fue escrita hacia el año 55. Dan preeminencia a esta datación L. Alonso Schöckel («Carta a los Romanos», en: Biblia del Peregrino III; Bilbao-Estella, 1993, página 380); G, Barbaglio (Pablo de Tarso y los orígenes cristianos; Salamanca, 1989, página 32); G. Bornkamm (Pablo de Tarso, Salamanca, 2002, página 138); J. Becker (Pablo, el apóstol de los paganos; Salamanca, 1996, páginas 313-315); S. Vidal (Pablo, de Tarso a Roma; Santander, 2007, página 223); y S. Lyonnet (Nueva Biblia de Jerusalén; Bilbao, 1998, página 1646).

Bibliografía[editar]

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Bibliografía adicional[editar]

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