Custodia

Custodia

Saludo

Bendición

jueves, 30 de mayo de 2024

Oficio de lecturas+

 San Fernando.


Común de santos varones


Salterio: jueves de la cuarta semana


Fernando III el Santo nació el año 1198 en el reino leonés, probablemente cerca de Valparaíso (Zamora) y murió en Sevilla el 30 de mayo de 1252. Hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela, reina de Castilla, unió definitivamente las coronas de ambos reinos. Iniciado el proceso de canonización y probado el culto inmemorial, fue elevado a la gloria de los altares el 4 de febrero de 1671. Es patrono de varias instituciones españolas. También los cautivos, desvalidos y gobernantes le invocan como su especial protector.

Oficio de Lecturas


Inicio


(se hace la señal de la cruz sobre los labios mientras se dice:)

V/. -Señor, ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


en el rezo privado, puede decirse la antífona sólo al inicio y al fin


Ant: Venid, adoremos al Señor; aclamemos al Dios admirable en sus santos.

o bien: Aclamemos al Señor en esta celebración de san N.

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy» (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos al Señor; aclamemos al Dios admirable en sus santos.

o bien: Aclamemos al Señor en esta celebración de san N.

 
Himno


Desde que mi voluntad
está a la vuestra rendida,
conozco yo la medida
de la mejor libertad.

Venid, Señor, y tomad
las riendas de mi albedrío;
de vuestra mano me fío
y a vuestra mano me entrego,
que es poco lo que me niego
si yo soy vuestro y vos mío.

A fuerza de amor humano
me abraso en amor divino.
La santidad es camino
que va de mí hacia mi hermano.

Me di sin tender la mano
para cobrar el favor;
me di en salud y en dolor
a todos, y de tal suerte
que me ha encontrado la muerte
sin nada más que el amor. Amén.

Primer Salmo


Salmo 43 - I: Oración del pueblo en las calamidades


Ant: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.

En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado (Rm 8,37)

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dió la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.

Segundo Salmo


Salmo 43 - II:


Ant: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.

Tercer Salmo


Salmo 43 - III:


Ant: Levántate, Señor, no nos rechaces más.

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
Y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Levántate, Señor, no nos rechaces más.

Lectura Bíblica


V/. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R/. Enséñame tus leyes.

Contra los falsos apóstoles


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
2Co 11,7-29 (del lecc. par-impar)

Hermanos: ¿O hice mal en abajarme para elevaros a vosotros, anunciando de balde el Evangelio de Dios? Para estar a vuestro servicio tuve que despojar a otras comunidades, recibiendo de ellas un subsidio. Mientras estuve con vosotros, no me aproveché de nadie, aunque estuviera necesitado; los hermanos que llegaron de Macedonia atendieron a mi necesidad. Mi norma fue y seguirá siendo no seros gravoso en nada. Por la verdad de Cristo que hay en mí: nadie en toda Grecia me quitará esta satisfacción. ¿Por qué? ¿Porque no os quiero? Bien sabe Dios que no es así.

Esto lo hago y lo seguiré haciendo para cortar de raíz todo pretexto a quienes lo buscan para gloriarse de ser tanto como nosotros. Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de la justicia. Pero su final corresponderá a sus obras.

Vuelvo a decirlo: que nadie me tenga por insensato; y si no, aceptadme aunque sea como insensato, para que pueda gloriarme un poquito yo también. Dado que voy a gloriarme, lo que diga no lo digo en el Señor, sino como quien disparata. Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme. Pues vosotros, que sois sensatos, soportáis con gusto a los insensatos: si uno os esclaviza, si os explota, si os roba, si es arrogante, si os insulta, lo soportáis. Lo digo para vergüenza vuestra: ¡Cómo hemos sido nosotros tan débiles! Pero a lo que alguien se atreva —lo digo disparatando—, también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo. ¿Que son israelitas? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que son siervos de Cristo? Voy a decir un disparate: mucho más yo. Más en fatigas, más en cárceles; muchísimo más en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa. Y aparte todo lo demás, la carga de cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién tropieza sin que yo me encienda?

Ga 1,11.12; cf. 2Co 11,10

R/. El Evangelio anunciado por mí no es cosa humana; y no lo recibí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

V/. Por la verdad de Cristo que en mí reside, os aseguro que os he anunciado el Evangelio de Dios.

R/. Y no lo recibí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

Lectura Patrística


El poder temporal puesto al servicio de Dios y de la Iglesia
Anónimo

Elogio de san Fernando

Fernando tercero, además de conquistador victorioso, fue gobernante modelo. Fomentó la restauración religiosa de España, en estrecha unión con el papa y con la jerarquía eclesiástica española. Con celo incansable promovió la organización de las sedes de Baeza-Jaén, Córdoba, Sevilla, Badajoz y Mérida. El aspecto más conocido y sobresaliente de su reinado es la Reconquista, que quedó virtualmente terminada en su tiempo. Protector de las ciencias y de las artes, la universidad de Salamanca le debe el comienzo de su florecimiento, y las catedrales de Burgos y Toledo lo proclaman mecenas de los artistas cristianos.

En medio de las glorias del mundo, fue piadoso, generoso con los vencidos, humilde hasta penitenciarse en público, mortificado con cilicios, dado a la oración.

A la vida y a la acción de san Fernando podrían aplicarse perfectamente aquellas palabras de san Agustín en su carta a Donato, procónsul de África:

«¡Ojalá no se encontrara la Iglesia agitada por tan grandes aflicciones que tenga necesidad del auxilio de poder alguno temporal! Y puesto que eres tú el que socorres a la madre Iglesia, favoreciendo a sus sincerísimos hijos, ¿quién no verá que hemos recibido del cielo un no pequeño alivio en estas aflicciones, cuando un tal varón como tú, amantísimo del nombre de Cristo, ha ascendido a la dignidad real?»

R/. No empleamos en nuestro combate armas carnales. En el nombre de Dios somos capaces de arrancar fortalezas.

V/. Milicia es la vida del hombre sobre la tierra.

R/. En el nombre de Dios somos capaces de arrancar fortalezas.

Final

Oremos:

Oh Dios, que elegiste al rey san Fernando como defensor de tu Iglesia en la tierra, escucha las súplicas de tu pueblo que te pide tenerlo como protector en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)


V/. Bendigamos al Señor.
R/. Demos gracias a Dios.

lunes, 27 de mayo de 2024

Completas +

 


Lunes, VIII semana del Tiempo Ordinario, feria
Completas

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

 
Examen de conciencia

Hermanos: Llegados al fin de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos humildemente nuestros pecados.
Todos examinan en silencio su conciencia. Después se prosigue con una de las fórmulas siguientes:
Primera fórmula:
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

Segunda fórmula:
V/. Señor, ten misericordia de nosotros.
R/. Porque hemos pecado contra ti.
V/. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R/. Y danos tu salvación.

Tercera fórmula:
V/. Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: Señor, ten piedad.
R/. Señor, ten piedad.
V/. Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo, ten piedad.
R/. Cristo, ten piedad.
V/. Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros: Señor, ten piedad.
R/. Señor, ten piedad.

Si preside la celebración un ministro, él solo dice la conclusión siguiente; en caso contrario, la dicen todos:
V/. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

 
Himno

De la vida en la arena
me llevas de la mano
al puerto más cercano,
al agua más serena.
El corazón se llena,
Señor, de tu ternura;
y es la noche más pura
y la ruta más bella
porque tú estás en ella,
sea clara u oscura.

La noche misteriosa
acerca a lo escondido;
el sueño es el olvido
donde la paz se posa.
Y esa paz es la rosa
de los vientos. Velero,
inquieto marinero,
ya mi timón preparo
-tú el mar y cielo claro-
hacia el alba que espero.

Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo. Amén.

Salmo 85: Oración de un pobre ante las adversidades

Ant: Tú, Señor, eres clemente y rico en misericordia.

Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;

porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.

En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.

Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.»

Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero
en el temor de tu nombre.

Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.

Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.

Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Tú, Señor, eres clemente y rico en misericordia.

Lectura
1Ts 5,9-10
Dios nos ha destinado a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros, para que, despiertos o dormidos, vivamos con él.

V/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
V/. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R/. Encomiendo mi espíritu.
V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Cántico Ev.

Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

Final


Oremos:

Concede, Señor, a nuestros cuerpos fatigados el descanso necesario, y haz que la simiente del reino, que con nuestro trabajo hemos sembrado hoy, crezca y germine para la cosecha de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa.
R/. Amén.
 

 
Se canta o se dice una de las siguientes antífonas marianas:
 
Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos,
y, después de este destierro,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
o bien:
Madre del Redentor, virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar,
ven a librar al pueblo que tropieza
y quiere levantarse.

Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre virgen.

Recibe el saludo del ángel Gabriel,
y ten piedad de nosotros, pecadores.
o bien:
Salve, Reina de los cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz; salve, puerta,
que dio paso a nuestra luz.

Alégrate, virgen gloriosa,
entre todas la más bella;
salve, oh hermosa doncella,
ruega a Cristo por nosotros.
o bien:
Bajo tu protección nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.

jueves, 23 de mayo de 2024

Tercia +

 Tercia

V. Dios mío, ven en mi auxilio.

R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.


HIMNO


Ven, Espíritu Santo, luz y gozo,

Amor, que en tus incendios nos abrasas:

renueva el alma de este pueblo tuyo

que por mis labios canta tu alabanza.


En sus fatigas diarias, sé descanso;

en su lucha tenaz, vigor y gracia:

haz germinar la caridad del Padre,

que engendra flores y que quema zarzas.


Ven, Amor, que iluminas el camino,

compañero divino de las almas:

ven con tu viento a sacudir al mundo

y a abrir nuevos senderos de esperanza. Amén.


O bien, Fuera de los domingos y de las solemnidades:


El trabajo, Señor, de cada día

nos sea por tu amor santificado,

convierte su dolor en alegría

de amor, que para dar tú nos has dado.


Paciente y larga es nuestra tarea

en la noche oscura del amor que espera;

dulce huésped del alma, al que flaquea

dale tu luz, tu fuerza que aligera.


En el alto gozoso del camino,

demos gracias a Dios, que nos concede

la esperanza sin fin del don divino;

todo lo puede en él quien nada puede. Amén.


SALMODIA


Ant. 1. Sostenme, Señor, con tu promesa y viviré.


Salmo 118, 113-120


Detesto a los inconstantes

y amo tu voluntad;

tú eres mi refugio y mi escudo,

yo espero en tu palabra;

apartaos de mí los perversos,

y cumpliré tus mandatos, Dios mío.


Sosténme con tu promesa y viviré,

que no quede frustrada mi esperanza;

dame apoyo y estaré a salvo,

me fijaré en tus leyes sin cesar;

desprecias a los que se desvían de tus decretos,

sus proyectos son engaño.


Tienes por escoria a los malvados,

por eso amo tus preceptos;

mi carne se estremece con tu temor,

y respeto tus mandamientos.


Ant. Sosténme, Señor, con tu promesa y viviré.


Ant. 2. Socórrenos, Dios salvador nuestro, y perdona nuestros pecados.


Salmo 78, 1-5. 8-11. 13


LAMENTACIÓN ANTE LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN

¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! (Lc 19, 42)


Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad,

han profanado tu santo templo,

han reducido Jerusalén a ruinas.


Echaron los cadáveres de tus siervos

en pasto a las aves del cielo,

y la carne de tus fieles

a las fieras de la tierra.


Derramaron su sangre como agua

en torno a Jerusalén,

y nadie la enterraba.


Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,

la irrisión y la burla de los que nos rodean.


¿Hasta cuándo, Señor?

¿Vas a estar siempre enojado?

¿Va a arder como fuego tu cólera?


No recuerdes contra nosotros

las culpas de nuestros padres;

que tu compasión nos alcance pronto,

pues estamos agotados.


Socórrenos, Dios salvador nuestro,

por el honor de tu nombre;

líbranos y perdona nuestros pecados

a causa de tu nombre.


¿Por qué han de decir los gentiles:

«Dónde está su Dios»?

Que a nuestra vista conozcan los gentiles la venganza

de la sangre de tus siervos derramada.


Llegue a tu presencia el gemido del cautivo:

con tu brazo poderoso, salva a los condenados a

muerte.


Mientras, nosotros, pueblo tuyo,

ovejas de tu rebaño,

te daremos gracias siempre,

cantaremos tus alabanzas

de generación en generación.


Ant. Socórrenos, Dios salvador nuestro, y perdona nuestros pecados.


Ant. 3. Dios de los ejércitos, mira desde el cielo y ven a visitar tu viña.


Salmo 79


VEN A VISITAR TU VIÑA

Ven, Señor Jesús. (Ap 22, 20)


Pastor de Israel, escucha,

tú que guías a José como a un rebaño;

tú que te sientas sobre querubines, resplandece

ante Efraím, Benjamín y Manasés;

despierta tu poder y ven a salvarnos.


¡Oh Dios!, restáuranos,

que brille tu rostro y nos salve.


Señor Dios de los ejércitos,

¿hasta cuándo estarás airado

mientras tu pueblo te suplica?


Le diste a comer llanto,

a beber lágrimas a tragos;

nos entregaste a las disputas de nuestros vecinos,

nuestros enemigos se burlan de nosotros.


Dios de los ejércitos, restáuranos,

que brille tu rostro y nos salve.


Sacaste una vid de Egipto,

expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste;

le preparaste el terreno y echó raíces

hasta llenar el país;


su sombra cubría las montañas,

y sus pámpanos, los cedros altísimos;

extendió sus sarmientos hasta el mar,

y sus brotes hasta el Gran Río.


¿Por qué has derribado su cerca

para que la saqueen los viandantes,

la pisoteen los jabalíes

y se la coman las alimañas?


Dios de los ejércitos, vuélvete:

mira desde el cielo, fíjate,

ven a visitar tu viña,

la cepa que tu diestra plantó,

y que tú hiciste vigorosa.


La han talado y le han prendido fuego:

con un bramido hazlos perecer.

Que tu mano proteja a tu escogido,

al hombre que tú fortaleciste.

No nos alejaremos de ti:

danos vida, para que invoquemos tu nombre.


Señor Dios de los ejércitos, restáuranos,

que brille tu rostro y nos salve.


Ant. Dios de los ejércitos, mira desde el cielo y ven a visitar tu viña.


LECTURA BREVE Sb 19, 20b


En verdad, Señor, que en todo engrandeciste a tu pueblo y lo glorificaste, y no te desdeñaste de asistirlo en todo tiempo y en todo lugar.


V. Tú, oh Dios, haciendo maravillas.

R. Mostraste tu poder a los pueblos.


Oremos


Señor Dios, que a la hora de tercia enviaste al Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración, concédenos también a nosotros participar de los dones de ese mismo Espíritu. Por Cristo nuestro Señor.


V. Bendigamos al Señor.

R. Demos gracias a Dios.

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


St 5, 1-6 

El jornal de los obreros que han retenido está gritando, y los gritos han llegado a los oídos del Señor.

Lectura de la carta del apóstol Santiago.

ATENCIÓN,  ahora, los ricos: lloren a gritos por las desgracias que se les vienen encima. Su riqueza está podrida y sus trajes se han apolillado. Su oro y su plata están oxidados y su herrumbre se convertirá en testimonio contra ustedes y devorará sus carnes como fuego. ¡Han acumulado riquezas... en los últimos días! Miren, el jornal de los obreros que segaron sus campos, el que ustedes han retenido, está gritando, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor del universo. Han vivido con lujo sobre la tierra y se han dado a la gran vida, han cebado sus corazones para el día de la matanza. Han condenado, han asesinado al inocente, el cual no les ofrece resistencia.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 49(48), 14-15ab.15cd-16.17-18.19-20 (R. Mt 5, 3) 

R. Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.

V. Este es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos: 
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor. R.

V. bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.
Pero a mí, Dios me salva,
me arranca de las garras del abismo. R.

V. No te preocupes si se enriquece un hombre 
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él. R. 

V. Aunque en vida se felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
irá a reunirse con la generación de sus padres,
que no verán nunca la luz. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya 
V. Acojan la palabra de Dios, no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios. R.

Evangelio


Mc 9, 41-50

Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la "gehenna"

Lectura del santo Evangelio según san Marcos. 

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que les dé a beber un vaso de agua porque son de Cristo, en verdad les digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la gehenna. Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la gehenna, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Todos serán salados a fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? Tengan sal entre ustedes y vivan en paz unos con otros».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

P. Fidel Oñoro CJM
Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

Marcos 9, 41-50: Cortar de raíz con el mal. “Si tu mano te es ocasión de pecado, ¡córtatela!

Marcos continúa presentándonos a Jesús Maestro que enseña a sus discípulos.

El texto de hoy en el v. 4 nos recuerda que todo el bien que hagamos a los demás no quedará olvidado y sin recompensa, aún lo más mínimo como sería dar un vaso de agua.

A continuación Jesús se detiene en una lección, digámoslo así, de preventividad. Es decir, lo que se debe hacer para evitar, en este caso, el escándalo. Cómo evitar que mis actitudes y comportamientos sean ocasión de escándalo para los demás, y Jesús en esto es muy radical.

El primer versículo es fuerte: “Al que escandalice  a uno de estos pequeños que creen, mejor es que pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echen al mar” (42). Como diríamos hoy ‘al que escandaliza es mejor que lo desaparezcan; que muera’. El que no custodie y ayude al otro, por más pequeño que sea, a crecer en la fe, es mejor que muera.

Jesús nos lleva, con una pedagogía muy sabia, a hacernos un examen de conciencia sobre la manera de erradicar las posibilidades que tenemos de escandalizar a otros.

Al hablar de tres partes concretas del cuerpo, nos está alertando sobre actitudes y comportamientos que pueden ser ocasión de escándalo para los demás. 1. Mano; 2. Pie      3. Ojo

Se está refiriendo concretamente a

Mano – El hacer

Pié    –  El dirigirme a…

Ojo    –  El ver.

Notemos que todos estos elementos son dobles, quedando aún la posibilidad de hacer el bien con el que nos queda.

Veamos por partes.

1. Jesús empieza con la mano. Aquello que hago en contra de los demás. Él no dice: Si la mano te lleva al mal déjala quieta. ¡No! Hay que arrancar el mal de raíz y por eso dice que lo mejor es cortar la mano. Es fuerte, pero Jesús sabe que si no se elimina totalmente la ocasión de pecado, siempre estaremos dispuestos a caer nuevamente en él.

2. Pasa luego al pie. Es decir, aquellos lugares que frecuentas, aquellos planes o proyectos que cuajas dentro de ti y que no te darán vida ni darán vida a los demás. Aquellos procesos que realizas, no propiamente hacia el bien. Aquí también es necesario cortar por lo bajo antes que sucedan cosas peores.

3. Y pasa al ojo, aquello que ves. O si pensamos un poco más profundo, no sólo aquello que vez sino cómo lo ves. Tus opiniones, tu apreciación de los demás, tus criterios y juicios.

Esto nos lleva a revisar profundamente nuestras actitudes y nuestra capacidad de erradicar todo aquello que sea ocasión de pecado. Es preferible que el Reino de los cielos esté lleno de mancos, cojos, tuertos y no que la Gina esté llena de personas completas que no han hecho el bien. 

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

1. ¿Por qué Jesús es tan duro en este pasaje, al sugerir cortar mano, pie o arrancar el ojo?

2, En mi vida ¿Qué debo arrancar de raíz? ¿Qué proceso he hecho al respecto?

3. En mi familia o grupo, ¿a quienes he escandalizado con mi comportamiento? ¿Qué me pide Jesús que haga?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios



7ª semana. Jueves

LO QUE IMPORTA ES IR AL CIELO


— Entre todas las cosas de la vida, lo verdaderamente importante es llegar al Cielo. Cortar o rectificar lo que nos separe de nuestro fin último.

— Existencia del infierno. El demonio no ha renunciado a las almas que todavía peregrinan en la tierra. El santo temor de Dios.

— Ser instrumento de salvación para muchos.

I. Entre todos los logros de la vida, uno solo es verdaderamente necesario: llegar hasta la meta que Dios mismo nos ha propuesto, el Cielo. Con tal de alcanzarlo debemos perder cualquier otra cosa, y apartar todo lo que se interponga en el camino, por muy valioso o atractivo que nos pueda parecer. Todo debe ser subordinado a la única meta de nuestra vida: llegar a Dios, y si algo en vez de ser ayuda es obstáculo, entonces habremos de rectificarlo o quitarlo. La salvación eterna –la propia y la del prójimo– es lo primero. Así nos lo dice el Señor en el Evangelio de la Misa1Si tu mano te escandaliza, córtala... Y si tu pie te escandaliza, córtalo... Y si tu ojo te escandaliza, sácalo... Más vale entrar manco, cojo o tuerto en el Reino que ser arrojado íntegro a la gehena del fuego, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. Más vale privarse de algo tan necesario como la mano, el pie o el ojo que perder el Cielo, bien absoluto, con la visión beatífica de Dios por toda la eternidad. Mucho más si se trata de algo –como suele ocurrir– de lo que con un poco de buena voluntad se puede prescindir sin quebranto grave alguno.

Con estas imágenes tan gráficas el Señor nos enseña la obligación de evitar los peligros de ofenderle y el deber grave de apartar la ocasión próxima de pecado, pues el que ama el peligro, en él caerá2. Todo aquello que nos pone cerca del pecado debe ser echado fuera enérgicamente. No podemos jugar con nuestra salvación, ni con la del prójimo.

Muchas veces –y será lo normal para un cristiano que pretende agradar en todo a Dios– no serán obstáculos muy importantes los que habrá que remover, sino quizá pequeños caprichos, faltas de templanza en las que el Señor pide mortificar el gusto, falta de dominio en el carácter, excesiva preocupación por la salud o por el bienestar... Faltas más o menos habituales –pecados veniales, pero muy a tener en cuenta– que retrasan el paso, y que pueden hacer tropezar y aun caer en otras más importantes.

Si luchamos generosamente, si tenemos claro el fin de la vida, trataremos de rectificar con tenacidad esos obstáculos, para que dejen de serlo y se conviertan en verdaderas ayudas. Esto hizo el Señor muchas veces con sus Apóstoles: del ímpetu precipitado de Pedro formó la roca firme sobre la que se asentaría la Iglesia; de la brusca impaciencia de Juan y de Santiago (les llamaban «hijos del trueno»), el celo apostólico de incansables predicadores; de la incredulidad de Tomás, un testimonio claro de su divinidad. Lo que antes era obstáculo, ahora se ha convertido en una gran ayuda.

II. La vida del cristiano ha de ser un continuo caminar hacia el Cielo. Todo debe ayudarnos para afianzar nuestros pasos en ese sendero: el dolor y la alegría, el trabajo y el descanso, el éxito y el fracaso... De la misma manera que en los grandes negocios y en las tareas de mucho interés se vigilan y se estudian hasta los menores detalles, así debemos hacer con el negocio más importante, el de la salvación. Al final de nuestro paso por la tierra encontramos esta única alternativa: o el Cielo (pasando por el Purgatorio si hemos de purificarnos) o el Infierno, el lugar del fuego inextinguible, del que el Señor habló explícitamente en muchos momentos.

Si el Infierno no tuviera una entidad real, y si no hubiera una posibilidad también real de que los hombres terminaran en él, Cristo no nos habría revelado con tanta claridad su existencia, y no nos habría advertido tantas veces, diciendo: ¡estad vigilantes! El demonio no ha renunciado a lograr la perdición de ningún hombre, de ninguna mujer, mientras peregrine en este mundo hacia su fin definitivo, de ninguno ha desistido, cualquiera que sea el puesto que ocupe y la misión que haya recibido de Dios.

La existencia de un castigo eterno, reservado a los que obren mal y mueran en pecado mortal, está ya revelada en el Antiguo Testamento3. Y en el Nuevo, Jesucristo habló del castigo preparado para el diablo y sus ángeles4, que sufrirán también los siervos malos que no cumplieron la voluntad de su señor5, las vírgenes necias que fueron halladas sin el aceite de las buenas obras cuando llegó el Esposo6, los que se presentaron sin el traje nupcial al banquete de bodas7, quienes ofendieron gravemente a sus hermanos8 o no quisieron ayudarles en sus necesidades materiales o espirituales9... El mundo se compara a una era en la que hay trigo juntamente con la paja, hasta el momento en el que Dios tomará en su mano el bieldo y limpiará la era, metiendo después el trigo en su granero y quemando la paja en un fuego que no termina10.

No es el Infierno una especie de símbolo para la exhortación moral, más a propósito para ser predicado en otros momentos históricos en los que la humanidad estaba menos evolucionada. Es una realidad dada a conocer por Jesucristo, tan tristemente objetiva que le llevó a mandarnos vivamente –como leemos en el Evangelio de la Misa– que dejáramos cualquier cosa, por importante que fuera, con tal de no parar allí para siempre. Es una verdad de fe, constantemente afirmada por el Magisterio; recuerda el Concilio Vaticano II, al tratar de la índole escatológica de la Iglesia: «debemos vigilar constantemente (...), no sea que como aquellos siervos malos y perezosos (cfr. Mt 25, 26) seamos arrojados al fuego eterno (cfr. Mt 25, 41), a las tinieblas exteriores en donde habrá llanto y crujir de dientes»11. La existencia del Infierno es una verdad de fe, definida por el Magisterio de la Iglesia12.

Sería un grave error no llevar este tema trascendental alguna vez a nuestra consideración o silenciarlo en la predicación, en la catequesis o en el apostolado personal. «La Iglesia tampoco puede omitir, sin grave mutilación de su mensaje esencial –advierte Juan Pablo II–, una constante catequesis sobre (...) los cuatro novísimos del hombre: muerte, juicio (particular y universal), infierno y gloria. En una cultura, que tiende a encerrar al hombre en su vicisitud terrena más o menos lograda, se pide a los Pastores de la Iglesia una catequesis que abra e ilumine con la certeza de la fe el más allá de la vida presente; más allá de las misteriosas puertas de la muerte se perfila una eternidad de gozo en la comunión con Dios o de pena lejos de Él»13. El Señor quiere que nos movamos por amor, pero, dada la debilidad humana, consecuencia del pecado original y de los pecados personales, ha querido manifestarnos a dónde conduce el pecado para que tengamos un motivo más que nos aparte de él: el santo temor de Dios, temor de separarnos del Bien infinito, del verdadero Amor. Los santos han tenido como un gran bien las revelaciones particulares que Dios les hizo acerca de la existencia del Infierno y de la enormidad y eternidad de sus penas: «fue una de las mayores mercedes que Dios me ha hecho –escribe Santa Teresa–, porque me ha aprovechado muy mucho, tanto para perder el miedo a las tribulaciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y a dar gracias al Señor, que me libró, a lo que me parece, de males tan perpetuos y terribles»14.

Veamos hoy en esta oración si existe algo en nuestra vida, aunque sea pequeño, que nos separa del Señor, en lo que no luchamos como deberíamos; examinemos si huimos con prontitud y decisión de toda ocasión próxima de pecar; si pedimos con frecuencia a la Virgen que nos dé un profundo horror a todo pecado, también al venial, que causa tanto daño al alma: nos aleja de su Hijo, nuestro único Bien absoluto.

III. La consideración de nuestro fin último ha de llevarnos a la fidelidad en lo poco de cada día, a ganarnos el Cielo con los quehaceres y las incidencias diarias, a remover todo aquello que sea un obstáculo en nuestro caminar. También nos ha de llevar al apostolado, a ayudar a quienes están junto a nosotros para que encuentren a Dios y le sirvan en esta vida y sean felices con Él por toda la eternidad. Esta es la mayor muestra de caridad y de aprecio que podemos tener.

La primera forma de ayudar a los demás es la de estar atentos a las consecuencias de nuestro obrar y de las omisiones, para no ser nunca, ni de lejos, escándalo, ocasión de tropiezo para otros. El Evangelio de la Misa recoge también estas palabras de Jesús: Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y sea arrojado al mar. En otro momento ya había dicho el Señor: Es imposible que no sucedan escándalos; pero ¡ay de aquel que los causa!15. Pocas palabras encontramos en el Evangelio tan fuertes como estas; pocos pecados tan graves como el de causar la ruina de un alma, porque el escándalo tiende a destruir la obra más grande de Dios, que es la Redención, con la pérdida de las almas: da muerte al alma del prójimo quitándole la vida de la gracia, que es más preciosa que la vida del cuerpo. Los pequeños, para Jesús, son en primer lugar los niños, en cuya inocencia se refleja de una manera particular la imagen de Dios; pero también lo son esa inmensa muchedumbre de personas sencillas, con menos formación y, por lo mismo, más fáciles de escandalizar.

Ante las muchas causas de escándalo que diariamente se dan en el mundo, el Señor nos pide a sus discípulos desagravio y reparación por tanto mal, siendo ejemplos vivos que arrastren a otros a ser buenos cristianos, practicando la corrección fraterna oportuna, afectuosa, prudente, que ayude a otros a remediar sus errores o a que se separen de una situación dañosa para su alma, moviendo a muchos para que acudan al sacramento de la Penitencia, donde enderecen sus pasos torcidos. La realidad de la existencia del Infierno, que nos enseña la fe, es una llamada al apostolado, a ser para muchos instrumento de salvación.

Acudamos a la Virgen Santísima: iter para tutum!16, prepáranos, a nosotros y a todos los hombres, un camino seguro: el que termina en la eterna felicidad del Cielo.

miércoles, 22 de mayo de 2024

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

V. Señor abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant.  Adoremos a Dios, porque él nos ha creado.

Salmo 94

INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy». (Hb 3, 13)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado, 
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 99

ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria. (S. Atanasio)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 66

QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR
Sabed que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. (Hch 28, 28)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 23

ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo. (S. Ireneo)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Con entrega, Señor, a ti venimos,
escuchar tu palabra deseamos;
que el Espíritu ponga en nuestros labios
la alabanza al Padre de los cielos.

Se convierta en nosotros la palabra
en la luz que a los hombres ilumina,
en la fuente que salta hasta la vida,
en el pan que repara nuestras fuerzas;

en el himno de amor y de alabanza
que se canta en el cielo eternamente,
y en la carne de Cristo se hizo canto
de la tierra y del cielo juntamente.

Gloria a ti, Padre nuestro, y a tu Hijo,
el Señor Jesucristo, nuestro hermano,
y al Espíritu Santo, que, en nosotros,
glorifica tu nombre por los siglos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.

Salmo 88, 2-38

HIMNO AL DIOS FIEL A LAS PROMESAS HECHAS A DAVID
Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un Salvador, Jesús. (Hch 13, 22-23)

I

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Pues dijiste: «Cimentado está por siempre mi amor,
asentada más que el cielo mi lealtad.»

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.»

El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?

Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.

Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.

Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.

Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.

Ant. La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.

Ant. 2. El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David.

II

Un día hablaste en visión a tus amigos:
«He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.»

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;

no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.

Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora»;
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.

Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo.

Ant. El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David.

Ant. 3. Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo.»

III

Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;

pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.

Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
«Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo.»

Ant. Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo.»

V. La explicación de tus palabras ilumina.
R. Da inteligencia a los ignorantes.

PRIMERA LECTURA

Año II:

De la segunda carta a los Corintios 3, 7—4, 4

GLORIA DEL MINISTERIO DE LA NUEVA ALIANZA

Hermanos: Si el régimen de la ley que mata, que fue grabada con letras en piedra, fue glorioso, y de tal modo que ni podían fijar la vista los israelitas en el rostro de Moisés por la gloria de su rostro, que era pasajera, ¿cuánto más glorioso no será el régimen del espíritu? Efectivamente, si hubo gloria en el régimen que lleva a la condenación, con mayor razón hay profusión de gloria en el régimen que conduce a la justificación. Y, en verdad, lo que en aquel caso fue gloria, no es tal en comparación con ésta, tan eminente y radiante. Pues si lo perecedero fue como un rayo de gloria, con más razón será glorioso lo imperecedero.

Estando, pues, en posesión de una esperanza tan grande, procedemos con toda decisión y seguridad, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que no se fijasen los hijos de Israel en su resplandor, que era perecedero. Y sus entendimientos quedaron embotados, pues, en efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura de la antigua alianza. El velo no se ha descorrido, pues sólo con Cristo queda removido. Y así, hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, persiste un velo tendido sobre sus corazones. Mas cuando se vuelvan al Señor, será descorrido el velo. El Señor es espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad. Y todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor, por la acción del Señor, que es espíritu.

Por eso, investidos, por la misericordia de Dios, de este ministerio, no sentimos desfallecimiento, antes bien, renunciamos a todo encubrimiento vergonzoso del Evangelio; procedemos sin astucia y sin adulterar la palabra de Dios y, dando a conocer la verdad, nos encomendamos al juicio de toda humana conciencia en la presencia de Dios. Si, con todo, nuestro Evangelio queda cubierto como por un velo, queda así encubierto sólo para los que van camino de perdición, para aquellos cuyos entendimientos incrédulos cegó el dios del mundo presente, para que no vean brillar la luz del mensaje evangélico sobre la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.

Responsorio 2Co 3, 18; Flp 3, 3

R. Todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, * nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor.

V. Nuestro culto es conforme al Espíritu de Dios y tenemos puesta nuestra gloria en Cristo Jesús.

R. Nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo

(Sermón Caillau—Saint-Yves 2, 92: PLS 2, 441-552)

EL QUE PERMANEZCA FIRME HASTA EL FIN SE SALVARÁ

Las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección. La sagrada Escritura, en efecto, no nos promete paz, seguridad y tranquilidad, sino que el Evangelio nos anuncia aflicciones, tribulaciones y pruebas; pero el que permanezca firme hasta el fin se salvará. ¿Qué ha tenido nunca de bueno esta vida, ya, desde el primer hombre, desde que éste se hizo merecedor de la muerte, desde que recibió la maldición, maldición de la que nos ha liberado Cristo el Señor?

No hay que murmurar, pues, hermanos como murmuraron algunos —son palabras del Apóstol— y perecieron mordidos por las serpientes. Los mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlos también nuestros padres; en esto no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos de nuestros padres. Y si pudieran retornar al tiempo de sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro.

Si ya has sido liberado de la maldición, si ya has creído en el Hijo de Dios, si ya has sido instruido en las sagradas Escrituras, me sorprende que tengas por bueno el tiempo en que vivió Adán. Y tus padres cargaron también con el castigo merecido por Adán. Sabemos que a Adán se le dijo: Con sudor de tu frente comerás el pan y trabajarás la tierra de la que fuiste sacado; brotará para ti cardos y espinas. Esto es lo que mereció, esto recibió, esto consiguió por el justo juicio de Dios. ¿Por qué piensas, pues, que los tiempos pasados fueron mejores que los tuyos? Desde el primer Adán hasta el de hoy, fatiga y sudor, cardos y espinas. ¿Acaso ha caído sobre nosotros el diluvio? ¿O aquellos tiempos difíciles de hambre y de guerras, de los cuales se escribió precisamente para que no murmuremos del tiempo presente contra Dios?

¡Cuáles fueron aquellos tiempos! ¿No es verdad que todos, al leer sobre ellos, nos horrorizamos? Por esto, más que murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos hacer es congratularnos de él.

Responsorio Sal 76, 6-7. 3. cf. 11. cf. 10

R. Repaso los días antiguos, recuerdo los años remotos; de noche medito en mi interior. * Y exclamo: «Dios mío, ten misericordia de mí.»

V. En mi angustia te busco, Señor; de noche extiendo hacia ti mis manos sin descanso.

R. Y exclamo: «Dios mío, ten misericordia de mí.»

Primera lectura

St 4,13-17

¡No saben qué es la vida de ustedes! Por tanto, digan: «Si el Señor quiere».

QUERIDOS hermanos:
Atención, ahora, los que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal ciudad y allí pasaremos un año, haremos negocio y ganaremos dinero». ¡Si ni siquiera saben qué será del día de mañana! ¿Qué es la vida de ustedes? Pues son vapor que aparece un instante y después desaparece.
Más bien deberían decir: «Si el Señor quiere y estamos vivos, haremos esto o lo otro».
Sin embargo, ahora presumen con sus fanfarronerías; todo alarde de ese estilo es malo.
Por tanto, el que sabe cómo hacer el bien y no lo hace, ese está en pecado.

Palabra de Dios.

Salmo

Sal 49(48), 2-3.6-7.8-10.11 (R. Mt 5, 3)

R. Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.

V. Oigan esto, todas as naciones;
escúchenlo, habitantes del orbe:
plebeyos y nobles,
ricos y pobres. R.

V. ¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate? R.

V. Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa. R.

V. Miren: los sabios mueren,
lo mismo que parecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños. R.

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Yo soy el camino y la verdad y la vida -dice el Señor-; nadie va al Padre sino por mí. R.

Evangelio

Mc 9, 38-40

El que no está contra nosotros está a favor nuestro

Lectura del santo Evangelio según san Marcos

EN aquel tiempo, Juan dijo a Jesús:
«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros».
Jesús respondió:
«No se lo impidan, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro».

Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina

PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo, 30 de septiembre de 2018

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Marcos 9, 38-43.45.47-48) nos presenta uno de esos momentos particulares muy instructivos de la vida de Jesús con sus discípulos. Estos habían visto que un hombre, el cual no formaba parte del grupo de los seguidores de Jesús, expulsaba a los demonios en el nombre de Jesús, y por eso querían prohibírselo. Juan, con el entusiasmo acérrimo típico de los jóvenes, informa sobre el hecho al Maestro buscando su apoyo; pero Jesús, al contrario, responde: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros» (vv. 39-40).

Juan y los demás discípulos manifiestan una actitud de cerrazón frente a un suceso que no entra en sus esquemas, en esta caso la acción, aunque sea buena, de una persona «externa» al círculo de seguidores. Sin embargo Jesús aparece muy libre, plenamente abierto a la libertad del Espíritu de Dios, que en su acción no está limitado por ningún confín o algún recinto. Jesús quiere educar a sus discípulos, también a nosotros hoy, en esta libertad interior. Nos hace bien reflexionar sobre este episodio, y hacer un poco de examen de conciencia. La actitud de los discípulos de Jesús es muy humana, muy común, y lo podemos encontrar en las comunidades cristianas de todos los tiempos, probablemente también en nosotros mismos. De buena fe, de hecho, con celo, se quisiera proteger la autenticidad de una cierta experiencia, tutelando al fundador o al líder de los falsos imitadores. Pero al mismo tiempo está como el temor de la «competencia» —esto es feo: el temor de la competencia—, que alguno pueda robar nuevos seguidores, y entonces no se logra apreciar el bien que los otros hacen: no va bien porque «no es de los nuestros», se dice. Es una forma de autorreferencialidad. Es más, aquí está la raíz del proselitismo. Y la Iglesia —decía el Papa Benedicto— no crece por proselitismo, crece por atracción, es decir crece por el testimonio dado a los demás con la fuerza del Espíritu Santo.

La gran libertad de Dios al donarse a nosotros constituye un desafío y una exhortación a modificar nuestras actitudes y nuestras relaciones. Es la invitación que nos dirige Jesús hoy. Él nos llama a no pensar según las categorías de «amigo/enemigo», «nosotros/ellos», «quien está dentro/quien está fuera», «mío/tuyo», sino para ir más allá, a abrir el corazón para poder reconocer su presencia y la acción de Dios también en ambientes insólitos e imprevisibles y en personas que forman parte de nuestro círculo. Se trata de estar atentos más a la autenticidad del bien, de lo bonito y de lo verdadero que es realizado, que no al nombre y a la procedencia de quien lo cumple. Y —como nos sugiere la parte restante del Evangelio de hoy —en vez de juzgar a los demás, debemos examinarnos a nosotros mismos, y «cortar» sin compromisos todo lo que puede escandalizar a las personas más débiles en la fe. Que la Virgen María, modelo de dócil acogida de las sorpresas de Dios, nos ayude a reconocer los signos de la presencia del Señor en medio de nosotros, descubriéndolo allá donde Él se manifieste, también en las situaciones más impensables y raras. Que nos enseñe a amar nuestra comunidad sin envidias y clausuras, siempre abiertos al amplio horizonte de la acción del Espíritu Santo.


7ª semana. Miércoles

UNIDAD Y DIVERSIDAD EN EL APOSTOLADO


— No es cristiana la mentalidad estrecha y exclusivista en las tareas apostólicas. El apostolado en la Iglesia es muy variado y distinto.

— Difundir la doctrina entre todos.

— Unidad y pluriformidad en la Iglesia. Fidelidad a la vocación recibida.

I. Los discípulos vieron a uno que echaba demonios en el nombre del Señor. No sabemos si se trataba de alguien que había conocido antes a Jesús, o bien alguno que fue curado por Él y se había constituido por su cuenta en un seguidor más del Maestro. San Marcos1 nos ha dejado la reacción de San Juan, quien, acercándose a Jesús, le dijo: Maestro, hemos visto a uno lanzar demonios en tu nombre, pero se lo hemos prohibido, porque no anda con nosotros.

El Señor aprovechó esta ocasión para dejar una enseñanza valedera para todos los tiempos: No se lo prohibáis -dijo Jesús-, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda luego hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está con nosotros. Este exorcista manifestaba una fe honda y operativa en Jesús; lo expresaba a través de las obras. Jesús lo acepta como seguidor suyo y reprueba la mentalidad estrecha y exclusivista en las tareas apostólicas; nos enseña que el apostolado es muy variado y distinto.

«Muchas son las formas de apostolado –proclama el Concilio Vaticano II– con que los seglares edifican a la Iglesia y santifican al mundo, animándolo en Cristo»2. La única condición es «estar con Cristo», con su Iglesia, enseñar su doctrina, amarle con obras. El espíritu cristiano ha de llevarnos a fomentar una actitud abierta ante formas apostólicas diversas, a poner empeño en comprenderlas, aunque sean muy distintas de nuestro modo de ser o de pensar, y alegrarnos sinceramente de su existencia, entre otras razones porque la viña es inmensa y los obreros, pocos3. «Alégrate, si ves que otros trabajan en buenos apostolados. —Y pide, para ellos, gracia de Dios abundante y correspondencia a esa gracia.

»Después, tú, a tu camino: persuádete de que no tienes otro»4. Porque no sería posible para un cristiano vivir la fe y tener al mismo tiempo una mentalidad como de partido único, de tal manera que quien no adoptara unas determinadas formas, métodos o modos de hacer, o campos de apostolado, estaría en contra. Nadie que trabaje con rectitud de intención estorba en el campo del Señor. Todos somos necesarios. Importa mucho que, entendiendo bien la unidad en la Iglesia, Cristo sea anunciado de modos bien diversos. Unidad «en la fe y en la moral, en los sacramentos, en la obediencia a la jerarquía, en los medios comunes de santidad y en las grandes normas de disciplina, según el conocido principio agustiniano: in necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas (en los asuntos necesarios unidad, en los opinables libertad, en todos caridad)»5. Y esa unidad necesaria no será nunca uniformidad que empobrece a las almas y a los apostolados: «en el jardín de la Iglesia hubo, hay y habrá una variedad admirable de hermosas flores, distintas por el aroma, por el tamaño, por el dibujo y por el color»6. Y esta diversidad es riqueza para gloria de Dios.

Al esforzarnos en una tarea apostólica hemos de evitar una tentación que podría acechar: la de «entretenerse» inútilmente en evaluar las iniciativas apostólicas de los demás. Más que estar pendientes de la actuación de otros, debemos sondear nuestro corazón y ver si ponemos todo el empeño, si procuramos hacer rendir los talentos que hemos recibido de Dios en favor de las almas: «... tú, a tu camino: persuádete de que no tienes otro».

«La maravilla de la Pentecostés es la consagración de todos los caminos: nunca puede entenderse como monopolio ni como estimación de uno solo en detrimento de otros.

»Pentecostés es indefinida variedad de lenguas, de métodos, de formas de encuentro con Dios: no uniformidad violenta»7. De ahí nuestro gozo y alegría al ver que muchos trabajan con ahínco por dar a conocer el Reino de Dios, en formas de apostolado a las que el Señor no nos llama a nosotros.

II. La doctrina de Jesucristo debe llegar a todas las gentes, y muchos lugares que fueron cristianos necesitan ser evangelizados de nuevo. La misión de la Iglesia es universal y se dirige a personas de toda condición: de culturas y formas de ser diferentes, de edades bien dispares... Desde el comienzo de la Iglesia, la fe caló en jóvenes y ancianos, en gentes pudientes y en esclavos, en cultos e incultos... Los Apóstoles y quienes les sucedieron mantuvieron una firme unidad en lo necesario, y no se empeñó la Iglesia en uniformar a todos los que se convertían. Y los modos de evangelizar fueron muy diferentes también: unos cumplieron una misión importantísima con sus escritos en defensa del Cristianismo y de su derecho a existir, otros predicaron por las plazas, y la mayoría realizó un apostolado discreto en su propia familia, con sus vecinos y compañeros de oficio o de aficiones. Todos los bautizados tenían en común la caridad fraterna, la unidad en la doctrina que habían recibido, los sacramentos, la obediencia a los legítimos pastores...

En todos podemos sembrar la doctrina de Cristo, separando con delicadeza extrema los espinos que harían infructuosa la semilla. Los cristianos, en la tarea apostólica que nos ha encomendado el Señor, «no excluimos a nadie, no apartamos ningún alma de nuestro amor a Jesucristo. Por eso –aconsejaba San Josemaría Escrivá– habéis de cultivar una amistad firme, leal, sincera –es decir, cristiana–, con todos vuestros compañeros de profesión; más aún, con todos los hombres, cualesquiera que sean sus circunstancias personales»8. El cristiano es, por vocación, un hombre abierto a los demás, con capacidad para entenderse con personas bien diferentes por su cultura, edad o carácter.

El trato con Jesús en la oración nos lleva a tener un corazón grande en el que caben las gentes próximas y las más lejanas, sin mentalidades estrechas y cortas, que no son de Cristo. Examinemos en la oración si respetamos y amamos la diversidad de formas de ser que encontramos todos los días con quienes convivimos, si vemos como riqueza de la Iglesia el que realmente sean diferentes a nosotros en sus gustos, modos de ser o de pensar.

III. La Iglesia se asemeja a un cuerpo humano, que está compuesto por miembros bien diferenciados y bien unidos a la vez9. La diversidad, lejos de quebrantar su unidad, representa su condición fundamental.

Hemos de pedir al Señor advertir y saber armonizar de modo práctico estas realidades sobrenaturales presentes en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo: unidad en la verdad y en la caridad; y, simultáneamente, reconocer para todos en la Iglesia la variedad pluriforme, la pluriformidad de espiritualidades, de enfoques teológicos, de acción pastoral, de iniciativas apostólicas, porque esa pluriformidad «es una verdadera riqueza y lleva consigo la plenitud, es la verdadera catolicidad»10, bien lejana del falso pluralismo, entendido como «yuxtaposición de posiciones radicalmente opuestas»11.

En la unidad y en la caridad, el Espíritu Santo actúa, suscitando pluralidad de caminos de santificación. Y quienes reciben un carisma determinado, una vocación específica, contribuyen a la edificación de la Iglesia con la fidelidad a su peculiar llamada, siguiendo el camino señalado por Dios: ahí les espera, y no en otro lugar, no en otra parcela, no con otros modos.

La unidad deseada por el Señor –ut omnes unum sint12, que todos sean uno– no restringe sino que promueve la peculiar personalidad y forma de ser de cada uno, la variedad de espiritualidades distintas, de pensamiento teológico bien diferente en aquellas materias que la Iglesia deja a la libre discusión de los hombres... «Te pasmaba que aprobara la falta de “uniformidad” en ese apostolado donde tú trabajas. Y te dije:

»Unidad y variedad. —Habéis de ser tan varios, como variados son los santos del Cielo, que cada uno tiene sus notas personales especialísimas. —Y, también, tan conformes unos con otros como los santos, que no serían santos si cada uno de ellos no se hubiera identificado con Cristo»13.

La doctrina del Señor nos mueve no solo a respetar la legítima variedad de caracteres, de gustos, de enfoques en lo opinable, en lo temporal, sino a fomentarla de modo activo. En todo aquello que no se opone ni dificulta la doctrina del Señor y, dentro de ella, la llamada recibida, debe ser total la libertad en aficiones, trabajos, ideas particulares sobre la sociedad, la ciencia o la política. Así, los cristianos de nuestro siglo y de todas las épocas debemos estar unidos en Cristo, en su amor y en su doctrina, fieles cada uno a la vocación recibida; debemos ser distintos y varios en todo lo demás, cada uno con su propia personalidad, esforzándonos en ser sal y luz, brasa encendida, verdaderos discípulos de Cristo.


 Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor.

Salmo 85

ORACIÓN DE UN POBRE ANTE LAS DIFICULTADES
Bendito sea Dios, que nos consuela en todas nuestras luchas. (2Co 1, 3. 4)

Inclina tu oído, Señor; escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;

porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.

En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.

Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.»

Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero
en el temor de tu nombre.

Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu grande piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.

Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.

Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

Ant. Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor.

Ant. 2. Dichoso el hombre que procede con justicia y habla con rectitud.

Cántico Is 33, 13-16

DIOS JUZGARÁ CON JUSTICIA
La promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos. (Hch 2, 39)

Los lejanos, escuchad lo que he hecho;
los cercanos, reconoced mi fuerza.

Temen en Sión los pecadores,
y un temblor se apodera de los perversos:
«¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador,
quién de nosotros habitará una hoguera perpetua?»

El que procede con justicia y habla con rectitud
y rehúsa el lucro de la opresión;
el que sacude la mano rechazando el soborno
y tapa su oído a propuestas sanguinarias,
el que cierra los ojos para no ver la maldad:
ése habitará en lo alto,
tendrá su alcázar en un picacho rocoso,
con abasto de pan y provisión de agua.

Ant. Dichoso el hombre que procede con justicia y habla con rectitud.

Ant. 3. Aclamad al Rey y Señor.

Salmo 97

EL SEÑOR, JUEZ VENCEDOR
Este salmo canta la primera venida del Señor y la conversión de los paganos. (S. Atanasio)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:

tocad la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.

Ant. Aclamad al Rey y Señor.

LECTURA BREVE Jb 1, 21; 2, 10b

Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

RESPONSORIO BREVE

V. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.
R. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.

V. Dame vida con tu palabra.
R. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Inclina, Señor, mi corazón a tus preceptos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Realiza, Señor, con nosotros la misericordia y recuerda tu santa alianza.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant.  Realiza, Señor, con nosotros la misericordia y recuerda tu santa alianza.

PRECES

Invoquemos a Cristo, que se entregó a sí mismo porla Iglesia, y le da alimento y calor, diciendo:
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.

Bendito seas, Señor, Pastor de la Iglesia, que nos vuelves a dar hoy la luz y la vida;
haz que sepamos agradecerte este magnífico don.

Mira con amor a tu grey, que has congregado en tu nombre;
haz que no se pierda ni uno solo de los que el Padre te ha dado.

Guía a tu Iglesia por el camino de tus mandatos,
y haz que el Espíritu Santo la conserve en la fidelidad.

Que tus fieles, Señor, cobren nueva vida participando en la mesa de tu pan y de tu palabra,
para que, con la fuerza de este alimento, te sigan con alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Concluyamos nuestra oración diciendo juntos las palabras de Jesús, nuestro Maestro: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Señor Dios, que nos has creado con tu sabiduría y nos gobiernas con tu providencia, infunde en nuestras almas la claridad de tu luz, y haz que nuestra vida y nuestras acciones estén del todo consagradas a ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.