EL Rincón de Yanka

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viernes, 17 de mayo de 2024

17 DE MAIO DÍA DAS LETRAS GALEGAS 2024: LUISA VILLALTA

Indíxena da civilización 
Luísa Villalta

Nada está dito 
O alemán só falaba na lingua dos ollos 
e o mar tampouco era moi dado ás palabras 
Por exceso ou por defeito 
a comunicación eran as penas: 
un tamaño, unha forma concreta 
un pouco de cemento para dar consistencia 
ao factor humano ante a indiferencia das ondas 
extraviadas como virxes ao arrouto 
como cartas orgullosas que nada quixesen dicer 
Porque nada está dito 
O alemán podía permitirse a inocencia 
de saber en que se equivocaban as visitas 
que viñan entregarlle o asombro valeiro 
dun outro mar civilizado 
pero igual de xordo ante as portas da vida 
Só que nada está dito As penas mudas de magma 
puderon agochar as plantas máis salgadas 
nun miragre de nais estériles 
O alemán acumulou en minúsculas proporcións 
todos os seres con cadanseu ponto exclusivo 
no universo inhóspito 
intanxíbel e estendido 
na creba da existencia

A creba dese océano aínda por formar 
na parte silenciosa 
mente humana 
a civilización que un día confundiu 
as dúas mans do mar: 
a que mata e a que forma 
a forma 
un home 
(Man) 

II 
Man vestido: 
A lingua era unha gravata complicada en idioma 
[teutón 
unha maleta sen soños na que pesaban as mudas 
[sen lavar 
porque a auga do mar non lava ben o peso da 
[civilización 
A gravata era unha lingua complicada para tanta 
[orfandade 
A lingua, un accidente imprevisto no curso dos tempos 
o amor, o curso dos tempos que se desvía cara ao 
[mesmo lugar 
O corpo veu un día de visita distraído entre as 
[negativas á vida 
pero sen o horario que a educación impón á soedade 
Man vestido era un vaso vacío 
que se desborda inexplicabelmente 
Talvez as ondas do mar na súa lascivia 
o invitasen a espirse con pudor ante a multitude 
arelante e espantada no seu pavor popular 
finalmente escondida por canseira ou rotina 
entre as follas dos calendarios 
nas tillas das bucetas 
tras o abano dos naipes sen triunfos 
que os mariñeiros descarregan no bar cando regresan 

O número final do striptease ficou detido como un 
[apagón 
na liña medular do tendido eléctrico ao meiodía 
Non houbo focos que apagasen a luz constante do corpo 
entregado ao naufraxio permanentemente adiado, 
día tras día, ano tras ano, 
en que as ondas lle traían o diario recambio da morte 
como quen lle deixa o pan e algún que outro alimento 
Até que o corpo e o veneno derramado 
polo vaso roto da ambición civilizada 
fixeron causa común 
para vestirlle de negro a alma. 

* Este poema inédito en adicado a Man foi lido súa autora no Instituto Eusebio Da Guarda da Coruña, no acto de lectura de textos literarios celebrado con motivo do desastre do Presige. Pocos meses despois morrería repentinamente a súa autora.

VER+:


LUÍSA VILLALTA [DÍA DAS LETRAS GALEGAS 2024]. [Voz: María José Viz Blanco]

jueves, 16 de mayo de 2024

LIBRO "ODIO LA RESILIENCIA, CONTRA LA MÍSTICA DEL AGUANTE" por DIEGO FUSARO


Odio la Resiliencia, 
contra la mística del aguante:
una palabra del Poder


¿Por qué "resiliencia" es la palabra del poder? Diego Fusaro explica con audacia y rigor su capacidad para alimentar la cultura de la resignación ante los estragos sociales del capitalismo.
Se habla mucho de resiliencia. Se describe como la virtud del hombre que ha entendido cómo funciona el mundo. Nada puede romper el material resistente, porque es capaz de absorber cualquier golpe y resistirlo, así como el metal resiste el impacto y vuelve a su forma original. Todos los medios hablan de ello en estos términos, es recurrente en los discursos de los gobernantes, abunda en narrativas sobre la comunidad. 

Pero la resiliencia es un cuento de hadas, nos dice Diego Fusaro. Un cuento antes de dormir cantado para aturdirnos y hacernos conciliar el sueño. Es una pesadilla que amenaza nuestro futuro. El hombre resiliente es el sujeto ideal. Está satisfecho con lo que hay porque cree que es todo lo que puede haber. No sabe nada grandioso por qué luchar y en qué creer. Ha abandonado sus ideales y se las arregla, convenciéndose de que su tarea, su misión, es aceptar un destino inevitable. De hecho, se le hace pensar que es precisamente en la pasividad como puede dar lo mejor de sí mismo. Es una vieja historia. 

Quienes están en el poder siempre nos han pedido que suframos en silencio, que aguantemos con estoica resiliencia para poder actuar sin ser molestados. Pero en los últimos años nos ha pedido que lo hagamos aún más: el Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia de Mario Draghi es un claro ejemplo, pero ya en 2013 "dinamismo resiliente" era la consigna del Foro Económico Mundial. Porque, por supuesto, la resiliencia es un perfil psicológico, pero también una actitud política. Los ciudadanos están llamados a hacer suya la virtud de adaptarse sin reaccionar ante las distorsiones invocando el cambio. 
¿No es el sueño indescriptible de todo amo gobernar a esclavos dóciles y dóciles? Sin embargo, "vivir significa trabajar para cambiar el mundo con los propios pensamientos y acciones", escribe el autor: una verdadera llamada a las armas. “Recuperemos nuestras pasiones aniquiladas por esta docilidad. Frangar, non flectar (Me quebraré, no me doblegaré)”.

Un fantasma recorre las ruinas de la civilización tecnomorfa y pantoclástica: es el nuevo espécimen del homo resiliens. Liberado de los remordimientos de la conciencia infeliz y satisfecho por la miseria del presente cosificado, el «último hombre» dedicado a la resiliencia no conoce nada grande por lo que luchar y en lo que creer, por lo que esforzarse y en lo que esperar. Hijo del desencanto posmoderno y del fin de la creencia en los grands récits orientados hacia un futuro redimido, el homo resiliens se contenta con lo que hay pues piensa que es todo lo que puede haber. La suya es una ontología tan primitiva como depresiva, que resuelve la posibilidad en la realidad dada, el futuro en la eterna repetición del presente. Conformándose con los placeres vulgares que le ofrece la civilización del consumo («un deseo para el día y otro para la noche», se sugiere en Así habló Zaratrusta), el último hombre de la resiliencia no tiene ningún supérstite recurso de valor que oponer a la vorágine nihilista, que ha agotado todo sentido y ha abandonado el mundo sin Dios a la nada de la producción y el intercambio como fines en sí mismos.

Expresión desesperada de un nihilismo puramente pasivo, miembro en serie de un rebaño amorfo y sin pastor, el homo resiliens mira con el gélido pathos de la distancia todo anhelo de verdadera libertad, todo proyecto de renovación del mundo: está convencido de que ya no es el momento y de que, en la era crepuscular del ocaso de los ídolos, no queda otro camino que la conciliación y la adaptación respecto de un orden de cosas que, por mucho que se cuestione, no admite alternativas ni vías de escape. El imperativo de ne varietur se acompaña, casi de forma compensatoria, de un trabajo hipertrófico sobre el propio yo, destinado a volverlo más maduro y más fuerte para que finalmente esté dispuesto a aceptar sin pestañear todo lo que sea.

En la fisonomía del último hombre se impone como factor dominante la más vulgar mediocridad, se percibe la contracción integral de la potencia creadora de la esencia humana, ahora desprovista de entusiasmo y de pasión: los homines resilientes, «miserables, que nunca vivieron» (Infierno III, v. 64), se resignan con lo que hay, adaptándose una vez tras otra y esforzándose por acallar cualquier voz interior de disidencia que aún pudiera subsistir. La fuerza subversiva de la transformación de la realidad es expulsada por el repliegue sobre sí mismos de los últimos hombres, que viven el fundamentalismo económico y sus escenarios de ordinaria miseria como un destino irreversible al que prestan acatamiento sumiso. El imperativo estoico del amor fati, entendido a modo de adaptabilidad a la lógica de lo real, constituye la receta esencial de su felicidad mediocre, en la que la voluntad de impotencia individual convive con el furor de la voluntad de omnipotencia del sistema de producción tecnocapitalista.

La figura en la que parece condensarse mejor el nuevo espíritu gregario de los últimos hombres coincide con la de la servitude volontaire planteada por La Boétie, que actualizada podría traducirse como el oscuro deseo de servir para ser dejados en paz, de ser dominados para no ver interrumpido el goce ilimitado derivado del flujo de circulación de los servicios y de las mercancías. A diferencia del resistente, esto es, del sujeto naturaliter inconformista con el espíritu gregario y quizás incluso dispuesto a asociarse en formas revolucionarias con los de su especie, el resiliente encaja con el prototipo del esclavo ideal, que no sabe que lo es y que ignora la existencia de las cadenas que lleva o, alternativamente, las confunde con irrechazables oportunidades para la maduración interior.

El hodierno «malestar de la civilización» hunde sus raíces en la eliminación tanto del Ideal como del lazo social; y congruentemente produce el paisaje desértico de los ermitaños en masa, de los resilientes que, socialmente distanciados, tratan de sobrevivir adaptándose, superando biográficamente las contradicciones sistémicas casi como si fueran únicamente molestias del yo no conciliado. El hombre revolucionario vivía en el hiato perpetuo entre la realidad y sus sueños; el hombre resiliente vive en la inextinguible ausencia de sueños que le permitan pensar la realidad como algo enmendable.

Concepto smart e inaprensible, evasivo y capaz de adaptarse de manera resiliente a cualquier contexto, la resiliencia es, por derecho, parte integrante de la constelación de nuevas virtudes incorporadas a la civilización gerencial del business – desde el enpowerment hasta las prácticas motivacionales, desde el problem solving al mindfulness – y de esa governance neoliberal que actualmente ha saturado el mundo de la vida, mercantilizándolo y cosificándolo sin restricciones ni zonas francas. Es, en primer lugar, la actitud existencial, pero después también política y social, hoy sistemáticamente exigida a los súbditos de la civilización mercadoforme, es decir, a los consumidores sin patria y sin raíces, sin sustancia crítica y -diría Gramsci- sin residuo del «spirito di scissione”: el mandato, bajo la forma de un imperativo omnipresente, llega principalmente a través del repique falsamente polifónico del sistema de mass-media, que es el megáfono de la voz de su amo. Este último exhorta diariamente a la triste tribu de los últimos hombres, el «pueblo perdido» de los descamisados de la globalización infeliz, a volverse dóciles y sumisos, a abandonar todo antagonismo inoportuno y toda veleidad redentora: en una palabra, a hacerse resilientes, a trabajar sobre sí mismos para ponerse a la altura del mundo en el que viven, o sea, para soportarlo cotidianamente sin retornos de la llama roja y sin despertares extemporáneos del «espíritu de la utopía».

Por eso, el imperativo dominante, reafirmado urbi et orbi por la industria cultural y por los funcionarios de las superestructuras, es el que predica la desencantada adaptación a lo existente como única realidad posible (1). Desde cualquier perspectiva que se observe, el sujeto resiliente parece ser el ideal producto in vitro del sistema de producción y de la civilización totalmente administrada. Siguiendo el retrato robot esbozado por Antonio Trabucchi en su texto Resisto dunque sono –Resisto luego existo- (2007) (2), el resiliente es optimista por principio, tiende a leer los acontecimientos negativos como circunscritos y en todo caso como una oportunidad de mejora, sigue pensando que es capaz de controlar y gobernar su propia vida, y no ve ninguna derrota, por más estruendosa que sea, que le suscite la voluntad de luchar para cambiar el orden de cosas.

Su predisposición fundamental, congénita o conquistada a base de un arduo trabajo sobre sí mismo, es la «agilidad emocional» (emotional agility) (3), vale decir, una suerte de precariado de las emociones y los sentimientos, llamado a expresarse en la capacidad de adaptarse camaleónicamente a los contextos más diversos y a las situaciones más adversas, encontrando cada vez in se los recursos adecuados y el espíritu preciso. Du mußt dein Leben ändern (Has de cambiar tu vida), el título de un exitoso libro de Peter Sloterdijk (4), cristaliza en su forma más eficaz la posmoderna rehabilitación del aguante estoico del orden de cosas y la glorificación de la razón cínica de quienes, al fin y al cabo, no aspiran más que a su propia salvación individual en medio de la tragedia colectiva.

Metabolizando el imperativo sistémico de la adaequatio al orden de cosas, elevada a la condición de «evidencia» a determinar científicamente y aceptada estoicamente, el homo resiliens contemporáneo no se esfuerza por comprender y, menos aún, por rectificar el orden de cosas: parte del presupuesto de que en caso de conflicto entre Sujeto y Objeto, es en cualquier circunstancia el primero –para él sólo en esto reside el secreto de una vida feliz– el que tiene que adaptarse al segundo, superando los traumas y malestares que intempestivamente le han llevado a tal divergencia. La pasión transformadora abierta al futuro, que pertenecía a los revolucionarios, es aniquilada por esta forma contemporánea de adhesión desencantada; forma cuya ductilidad, en todo caso, tiende fácilmente a desvelar la farsa y el lastre ideológico.

El heroico mot d´ordre del coraje y de su indocilidad razonada (frangar, non flectar) es derribado por el vil adagio de la resiliencia y su ilimitada disposición a sufrir en silencio (flectar, non frangar), fingiendo que los traumas y las injusticias han de acogerse como momentos de superación y como pruebas de fortaleza. Obsérvese, en passant, que el adjetivo «frágil» tiene como raíz el verbo latino frango, que significa «quebrar», «romper», «destrozar»: el resiliente es, pues, el «frágil» que, con tal de no romperse, se adapta a todo, haciéndose líquido en la sociedad líquida y, por tanto, asumiendo en todos los ámbitos la «fluidez» como su propia cualidad esencial.

El célebre aforismo de Nietzsche, según el cual was mich nicht umbringt, macht mich stärker, «lo que no me mata, me hace más fuerte» (5), no parece que pueda ser tomado como una definición del espíritu de resiliencia: de hecho el resiliente es un sujeto intrínsecamente débil, cuyo actuar o, por mejor decir, cuya inactividad práctica surge del reconocimiento preventivo de la fuerza superior del objeto que está frente a él. Variando sobre el tema hegeliano, es más un siervo que un señor ya que, prefiriendo doblegarse para no quebrarse, no está dispuesto a correr el riesgo extremo de su vida para revertir el orden de cosas y ganar la libertad.

Como la hierba pisoteada, que siempre está lista para volver a su posición, así el resiliente absorbe cada vez el golpe, probablemente agradeciendo la preciosa oportunidad de maduración que ha obtenido de él. Se le exige apertis verbis cultivar esa «flexibilidad mental» (6) que consiste, en el fondo, en la capacidad de adaptarse a todo y a todos, lo que, no accidentalmente, representa una variante nada desdeñable de la flexibilidad universal de la era del precariado y de la evaporación de toda figura de solidez: desde los lazos familiares a las relaciones laborales, desde los vínculos con las comunidades y con los territorios de pertenencia a las visiones del mundo fundamentadas y estructuradas.

En efecto, del lema resiliencia se puede hacer lo que se quiera ya que, de un modo u otro, se adapta a todo: tal es, paradójicamente, su grado de resiliencia. Perfil paroxístico del yo líquido posmoderno, el homo resiliens puede serlo en el ámbito psicológico, si supera los traumas modificándose a sí mismo (7); puede serlo en política, si se adecúa cadavéricamente al imperativo de ne varietur tallado en letras mayúsculas en el teologúmeno neoliberal there is not alternative; todavía puede serlo también en economía, si logra hacer de la necesidad virtud, viviendo como oportunidades los escenarios de la ordinaria explotación y de la cotidiana desigualdad propios del fanatismo del mercado.

El Diccionario de la Lengua italiana de De Mauro explica que “resiliente” es aquel que manifiesta la “capacidad de resurgir de experiencias difíciles, adversidades, traumas, tragedias, amenazas o fuentes significativas de estrés, manteniendo una actitud suficientemente positiva al afrontar la existencia”; en suma, el que sufre la desgracia y se levanta como si nada, el que frente a la injusticia, en lugar de rebelarse, encuentra la fuerza para seguir su propio camino aunque esto suponga una dosis diaria de abuso mortificante.

Variante del actual fanatismo de la tolerancia, la resiliencia es naturalmente un perfil psicológico. Pero también es, inseparablemente, un comportamiento político acorde con la era del absolutismo del tecnocapital y de la austeridad desiderata por los grupos patronales, jubilosos ante la perspectiva de poder gobernar masas oprimidas y resilientes; o lo que es igual, masas capaces de absorber sin pestañear y sin retornar a los fuegos rojos, la violencia cotidiana sobre la que estructuralmente se asienta un sistema que tiene como premisa básica la explotación y la miseria de los más en beneficio de unos pocos. No olvidemos entonces que, como mostró Federico Rampini (“La Repubblica” 23 de enero de 2013), “dinamismo resiliente” fue la consigna lanzada en 2013 por el Foro Económico Mundial y por Obama, por lo tanto en lugares y por personas que se inscriben plenamente en el orden del bloque hegemónico neoliberal de tracción atlantista.

El homo resiliens se cae y se levanta potencialmente hasta el infinito, pero sin cuestionar nunca el mundo objetivo que siempre le hace caer de nuevo. Sucesor del ignavo confinado por Dante en el infierno, el resiliente no entorpece la marcha del mundo y, de hecho, la secunda en todas sus dinámicas, incluso aunque se trate de la más endemoniadamente injusta. Ni siquiera la condena con las armas de la crítica ni la somete a una mordaz interpelación, atrapado como está por la petulante satisfacción de haber logrado trabajar sobre sí mismo hasta el punto de aceptar finalmente lo inaceptable.

El resiliente es el yo indefenso que ve penurias personales pero nunca contradicciones reales y que, en caso de desacuerdo con la realidad, prefiere el diván del psicólogo a la plaza de la revolución coral, la variación del yo a la del no- yo, que diría Fichte. Su esfera privilegiada de acción y de vida es la individualidad a la sombra del poder, el desarme de todo espíritu crítico y la mutilación preventiva de todo proyecto de futuro. Es el sujeto ideal de las masas pasivas y homologadas, en las que todos piensan y desean lo mismo (pues ya nadie piensa ni desea realmente), pero simultáneamente también es el individuo aislado de la nueva era de las soledades telemáticas conectadas a través de internet y desconectadas de la realidad y sus palpitantes contradicciones que piden ser resueltas en la praxis.

En definitiva, el resiliente es el súbdito ideal de la prosa cosificante del nuevo capitalismo post-1989 y, con mayor razón, de los propios desarrollos que está experimentando en las primeras décadas del nuevo milenio: el homo resiliens ha atesorado los llamamientos que se le dirigen desde todos los puntos de las redes unificadas por parte de los monopolistas del discurso y por tanto, vía mediata, por el bloque oligárquico neoliberal. Ha aceptado ser sumiso en lugar de revolucionario, adaptable en lugar de contestatario, e incluso ha interiorizado la necesidad de cambiarse a sí mismo para adecuarse a un status quo de cuya inmodificabilidad está íntimamente convencido. En definitiva, ha optado por hablar el idioma de su enemigo de clase, creyendo en el progreso -y por consiguiente en la ininterrumpida secuencia de las conquistas de los grupos dominantes- y sobre todo asumiendo mansamente el comportamiento que los amos siempre han soñado de los esclavos. 
¿No es acaso el sueño inconfesable de todo amo gobernar esclavos dóciles y sumisos, en una palabra resilientes? ¿No es verdad que todo pastor ha tenido siempre el deseo de poder conducir un rebaño manso y obediente, dispuesto a hacer cuanto se le ordene porque está convencido de que no existe ninguna otra posibilidad?

También por eso la resiliencia es, entre todas, la cualidad más propedéutica para el éxito del bloque oligárquico neoliberal, la virtud que es propicia y se espera de la massa damnata de los derrotados. Es parte integrante del nuevo orden mental, políticamente correcto y éticamente corrupto, que sirve de complemento superestructural a la estructura del diagrama asimétrico del equilibrio de poder en la época inaugurada con el entierro, aunque provisorio, del marxiano «sueño de una cosa» bajo los pesados escombros del Muro (9.11.1989).

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  1. “¡Adecuados! Es el mandamiento psicológico-político del momento”: PETER SLOTERDIJK, “Kritik der zynischen Vernunft”, 2 Bände, 1983; (Ed. Esp. “Crítica de la razón cínica”, Siruela 2003).
  2. PIETRO TRABUCCHI, “Resisto dunque sono”, Corbaccio, Milano 2007.
  3. SUSAN DAVID, “Emotional Agility”, 2016; (Ed. Esp. “Agilidad Emocional”, Editorial Sirio, Málaga 2018).
  4. Ver PETER SLOTERDIJK, “Du muBt dein Leben ändern. Über Anthropotechnik”, Suhrkamp Verlag 2009; (Ed. Esp. “Has de cambiar tu vida”, Pretextos 2012).
  5. FRIEDRICH NIETZSCHE, “Götzen-Dammerung: oder Wie man mit dem Hammer philosophiert”, 1888; (Ed. Esp. “El crepúsculo de los ídolos”, EDAF 2002).
  6. ANNA OLIVERIO FERRARIS y ALBERTO OLIVERIO, “Più forti delle avversità. Individui e organizzazioni resilienti”, Bollati Boringhieri, Torino 2014.
  7. JOHN W. REICH, ALEX J. ZAUTRA y JOHN STUART HALL, “Handbook of Adult Resilience”, Guilford, New York 2010.

miércoles, 15 de mayo de 2024

POEMA "MONUMENTO AL MAR" y MANIFIESTO POR LA POESÍA por VICENTE HUIDOBRO ⛵


Monumento al mar
Vicente Huidobro

Paz sobre la constelación cantante de las aguas
Entrechocadas como los hombros de la multitud
Paz en el mar a las olas de buena voluntad
Paz sobre la lápida de los naufragios
Paz sobre los tambores del orgullo y las pupilas tenebrosas
Y si yo soy el traductor de las olas
Paz también sobre mí.

He aquí el molde lleno de trizaduras del destino
El molde de la venganza
Con sus frases iracundas despegándose de los labios
He aquí el molde lleno de gracia
Cuando eres dulce y estás allí hipnotizado por las estrellas

He aquí la muerte inagotable desde el principio del mundo
Porque un día nadie se paseará por el tiempo
Nadie a lo largo del tiempo empedrado de planetas difuntos

Este es el mar
El mar con sus olas propias
Con sus propios sentidos
El mar tratando de romper sus cadenas
Queriendo imitar la eternidad
Queriendo ser pulmón o neblina de pájaros en pena
O el jardín de los astros que pesan en el cielo
Sobre las tinieblas que arrastramos
O que acaso nos arrastran
Cuando vuelan de repente todas las palomas de la luna
Y se hace más oscuro que las encrucijadas de la muerte

El mar entra en la carroza de la noche
Y se aleja hacia el misterio de sus parajes profundos
Se oye apenas el ruido de las ruedas
Y el ala de los astros que penan en el cielo
Este es el mar
Saludando allá lejos la eternidad
Saludando a los astros olvidados
Y a las estrellas conocidas.

Este es el mar que se despierta como el llanto de un niño
El mar abriendo los ojos y buscando el sol 
con sus pequeñas manos temblorosas
El mar empujando las olas
Sus olas que barajan los destinos

Levántate y saluda el amor de los hombres

Escucha nuestras risas y también nuestro llanto
Escucha los pasos de millones de esclavos
Escucha la protesta interminable
De esa angustia que se llama hombre
Escucha el dolor milenario de los pechos de carne
Y la esperanza que renace de sus propias cenizas cada día.

También nosotros te escuchamos
Rumiando tantos astros atrapados en tus redes
Rumiando eternamente los siglos naufragados
También nosotros te escuchamos

Cuando te revuelcas en tu lecho de dolor
Cuando tus gladiadores se baten entre sí

Cuando tu cólera hace estallar los meridianos
O bien cuando te agitas como un gran mercado en fiesta
O bien cuando maldices a los hombres
O te haces el dormido
Tembloroso en tu gran telaraña esperando la presa.

Lloras sin saber por qué lloras
Y nosotros lloramos creyendo saber por qué lloramos
Sufres sufres como sufren los hombres
Que oiga rechinar tus dientes en la noche
Y te revuelques en tu lecho
Que el insomnio no te deje calmar tus sufrimientos
Que los niños apedreen tus ventanas
Que te arranquen el pelo
Tose tose revienta en sangre tus pulmones
Que tus resortes enmohezcan
Y te veas pisoteado como césped de tumba

Pero soy vagabundo y tengo miedo que me oigas
Tengo miedo de tus venganzas
Olvida mis maldiciones y cantemos juntos esta noche
Hazte hombre te digo como yo a veces me hago mar
Olvida los presagios funestos
Olvida la explosión de mis praderas
Yo te tiendo las manos como flores
Hagamos las paces te digo
Tú eres el más poderoso
Que yo estreche tus manos en las mías
Y sea la paz entre nosotros

Junto a mi corazón te siento
Cuando oigo el gemir de tus violines
Cuando estás ahí tendido como el llanto de un niño
Cuando estás pensativo frente al cielo
Cuando estás dolorido en tus almohadas
Cuando te siento llorar detrás de mi ventana
Cuando lloramos sin razón como tú lloras

He aquí el mar
El mar donde viene a estrellarse el olor de las ciudades
Con su regazo lleno de barcas y peces y otras cosas alegres
Esas barcas que pescan a la orilla del cielo
Esos peces que escuchan cada rayo de luz
Esas algas con sueños seculares
Y esa ola que canta mejor que las otras

He aquí el mar
El mar que se estira y se aferra a sus orillas
El mar que envuelve las estrellas en sus olas
El mar con su piel martirizada
Y los sobresaltos de sus venas
Con sus días de paz y sus noches de histeria

Y al otro lado qué hay al otro lado
Qué escondes mar al otro lado
El comienzo de la vida largo como una serpiente
O el comienzo de la muerte más honda que tú mismo
Y más alta que todos los montes
Qué hay al otro lado
La milenaria voluntad de hacer una forma y un ritmo
O el torbellino eterno de pétalos tronchados

He ahí el mar
El mar abierto de par en par
He ahí el mar quebrado de repente
Para que el ojo vea el comienzo del mundo
He ahí el mar
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte

MANIFIESTO
La Poesía
Os diré qué entiendo por poema creado. Es un poema en el que cada parte constitutiva, y todo el conjunto, muestra un hecho nuevo, independiente del mundo externo, desligado de cualquiera otra realidad que no sea la propia, pues toma su puesto en el mundo como un fenómeno singular, aparte y distinto de los demás fenómenos […] Nada se le parece en el mundo externo; hace real lo que no existe, es decir, se hace realidad a sí mismo. Crea lo maravilloso y le da vida propia. Crea situaciones extraordinarias que jamás podrán existir en el mundo objetivo, por lo que habrán de existir en el poema para que existan en alguna parte. Cuando escribo: “El pájaro anida en el arco iris”, os presento un hecho nuevo, algo que jamás habéis visto, que jamás veréis, y que sin embargo os gustaría mucho ver. Un poeta debe decir aquellas cosas que nunca se dirían sin él.
Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica, que es la única que nos interesa. Uno es el lenguaje objetivo que sirve para nombrar las cosas del mundo sin sacarlas fuera de su calidad de inventario; el otro rompe esa norma convencional y en él las palabras pierden su representación estricta para adquirir otra más profunda y como rodeada de un aura luminosa que debe elevar al lector del plano habitual y envolverlo en una atmósfera encantada.

En todas las cosas hay una palabra interna, una palabra latente y que está debajo de la palabra que las designa. Esa es la palabra que debe descubrir el poeta.
La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. Ella se desarrolla en el alba primera del mundo. Su precisión no consiste en denominar las cosas, sino en no alejarse del alba.

Su vocabulario es infinito porque ella no cree en la certeza de todas sus posibles combinaciones. Y su rol es convertir las probabilidades en certeza. Su valor está marcado por la distancia que va de lo que vemos a lo que imaginamos. Para ella no hay pasado ni futuro.

El poeta crea fuera del mundo que existe el que debiera existir. Yo tengo derecho a querer ver una flor que anda o un rebaño de ovejas atravesando el arco iris, y el que quiera negarme este derecho o limitar el campo de mis visiones debe ser considerado un simple inepto.

El poeta hace cambiar de vida a las cosas de la Naturaleza, saca con su red todo aquello que se mueve en el caos de lo innombrado, tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos, y todo ese mundo estalla en fantasmas inesperados.

El valor del lenguaje de la poesía está en razón directa de su alejamiento del lenguaje que se habla. Esto es lo que el vulgo no puede comprender porque no quiere aceptar que el poeta trate de expresar sólo lo inexpresable. Lo otro queda para los vecinos de la ciudad. El lector corriente no se da cuenta de que el mundo rebasa fuera del valor de las palabras, que queda siempre un más allá de la vista humana, un campo inmenso lejos de las fórmulas del tráfico diario.
La Poesía es un desafío a la Razón, el único desafío que la razón puede aceptar, pues una crea su realidad en el mundo que ES y la otra en el que ESTÁ SIENDO.
La Poesía está antes del principio del hombre y después del fin del hombre. Ella es el lenguaje del Paraíso y el lenguaje del Juicio Final, ella ordeña las ubres de la eternidad, ella es intangible como el tabú del cielo.
La Poesía es el lenguaje de la Creación (MEMRA). Por eso sólo los que llevan el recuerdo de aquel tiempo, sólo los que no han olvidado los vagidos del parto universal ni los acentos del mundo en su formación, son poetas. Las células del poeta están amasadas en el primer dolor y guardan el ritmo del primer espasmo. En la garganta del poeta el universo busca su voz, una voz inmortal.

El poeta representa el drama angustioso que se realiza entre el mundo y el cerebro humano, entre el mundo y su representación. El que no haya sentido el drama que se juega entre la cosa y la palabra, no podrá comprenderme.

El poeta conoce el eco de los llamados de las cosas a las palabras, ve los lazos sutiles que se tienden las cosas entre sí, oye las voces secretas que se lanzan unas a otras palabras separadas por distancias inconmensurables. Hace darse la mano a vocablos enemigos desde el principio del mundo, los agrupa y los obliga a marchar en su rebaño por rebeldes que sean, descubre las alusiones más misteriosas del verbo y las condensa en un plano superior, las entreteje en su discurso, en donde lo arbitrario pasa a tomar un rol encantatorio. Allí todo cobra nueva fuerza y así puede penetrar en la carne y dar fiebre al alma. Allí coge ese temblor ardiente de la palabra interna que abre el cerebro del lector y le da alas y lo transporta a un plano superior, lo eleva de rango. Entonces se apoderan del alma la fascinación misteriosa y la tremenda majestad.

Las palabras tienen un genio recóndito, un pasado mágico que sólo el poeta sabe descubrir, porque él siempre vuelve a la fuente.
El lenguaje se convierte en un ceremonial de conjuro y se presenta en la luminosidad de su desnudez inicial ajena a todo vestuario convencional fijado de antemano.

Toda poesía válida tiende al último límite de la imaginación. Y no sólo de la imaginación, sino del espíritu mismo, porque la poesía no es otra cosa que el último horizonte, que es, a su vez, la arista en donde los extremos se tocan, en donde no hay contradicción ni duda. Al llegar a ese lindero final el encadenamiento habitual de los fenómenos rompe su lógica, y al otro lado, en donde empiezan las tierras del poeta, la cadena se rehace en una lógica nueva.

El poeta os tiende la mano para conduciros más allá del último horizonte, más arriba de la punta de la pirámide, en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de la vida y de la muerte, más allá del espacio y del tiempo, más allá de la razón y la fantasía, más allá del espíritu y la materia.

Allí ha plantado el árbol de sus ojos y desde allí contempla el mundo, desde allí os habla y os descubre los secretos del mundo.
Hay en su garganta un incendio inextinguible.
Hay además ese balanceo de mar entre dos estrellas.
Y hay ese Fiat Lux que lleva clavado en su lengua.