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-La Biblia en tu vida - Padre Flaviano Amatulli. En la Parroquia de Nuestra Señora de Ocotlán de Puebla Pue. MéxicoMás
-La Biblia en tu vida - Padre Flaviano Amatulli.

En la Parroquia de Nuestra Señora de Ocotlán de Puebla Pue. México
Angelo Lopez
Un texto de Arturo de Iorio, publicado en 1951, Dice así: «Los fieles deben abstenerse de leer no sólo los libros proscritos por ley o decreto, sino todo escrito que les exponga al peligro de perder la fe y de depravar las costumbres. Es ésta una obligación moral, impuesta por la ley natural, que no admite exención ni dispensa. La gravedad de esta obligación es proporcional al peligro a que se …Más
Un texto de Arturo de Iorio, publicado en 1951, Dice así: «Los fieles deben abstenerse de leer no sólo los libros proscritos por ley o decreto, sino todo escrito que les exponga al peligro de perder la fe y de depravar las costumbres. Es ésta una obligación moral, impuesta por la ley natural, que no admite exención ni dispensa. La gravedad de esta obligación es proporcional al peligro a que se expone el alma. Ahora bien, como los simples fieles raramente estarán en situación de apreciar el peligro en que se van a encontrar, es naturalque la Iglesia, con oportunos avisos y prohibiciones, les mantenga alejados de las lecturas malas» (Indice dei libri prohibiti, en Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano 1951). Un texto como éste, que hace medio siglo era lo normal, ahora resulta apenas imaginable. Sin embargo, dice la verdad.
Angelo Lopez
Libros cristianos
Hace unos cinco mil años que la humanidad conoce el arte de escribir. Y en cuanto el hombre tuvo acceso a las escrituras, quiso Dios hacer unas Escrituras sagradas, para transmitirle por ellas la Revelación. Leyes y profecías, evangelios y cartas apostólicas encarnaron al Logos divino en páginas que pueden comunicar la vida eterna. Hagamos, pues, una brevísima historia del …Más
Libros cristianos

Hace unos cinco mil años que la humanidad conoce el arte de escribir. Y en cuanto el hombre tuvo acceso a las escrituras, quiso Dios hacer unas Escrituras sagradas, para transmitirle por ellas la Revelación. Leyes y profecías, evangelios y cartas apostólicas encarnaron al Logos divino en páginas que pueden comunicar la vida eterna. Hagamos, pues, una brevísima historia del libro cristiano.

En la antigüedad

Los antiguos autores cristianos no se sienten, por supuesto, propietarios de sus escritos, los difunden gratuitamente, y no prohiben su reproducción, sino que la recomiendan. La reproducción de los libros es por entonces muy costosa, y los copistas normalmente no transmiten sino las obras más valiosas. De hecho, apenas ha llegado a nosotros alguna obra cristiana antigua que no sea de calidad excelente y de ortodoxia perfecta. Y esto no se debe sólo a una darwinista selección natural de los libros, ejercitada por los copistas y sus patronos, sino también a la arraigada costumbre antigua de destruir las obras portadoras del error. En los Hechos de los Apóstoles (19,19) se recoge ya el caso de una gran quema de libros portadores de error y superstición.
Los catálogos de las bibliotecas antiguas, medievales y renacentistas, así como las listas de libros recomendados, a las que ya aludí, nos hacen ver que la lectura cristiana solía dedicarse a pocos libros, excelentes en calidad. Algunas obras, quizá, de astrólogos e historiadores, naturalistas o filósofos, carecían de la calidad deseable, por ignorancias de época. Pero al menos en las obras referentes a la fe, la estima de la Tradición era tan grande que muy difícilmente perduraba en las bibliotecas un libro contrario a «la doctrina de los Padres y concilios». Por otra parte, el alto precio y la misma rareza de los libros religiosos contribuían a conferirles un cierto carácter sagrado. Señalemos también que en aquellos tiempos las obras excelentes se mantenían vigentes durante muchos siglos, y se copiaban y transmitían una y otra vez.

En toda época, sin embargo, hubo libros malos. Éstos, ciertamente, eran retirados cuando se hacía manifiesta su heterodoxia; pero la Iglesia, a causa del todavía escaso desarrollo doctrinal, y sobre todo a causa de las malas comunicaciones de la época, tardaba a veces bastante en hacer los discernimientos de la ortodoxia. De manera que, más o menos, todas las generaciones cristianas conocieron en el campo de los libros el trigo y la cizaña mezclados.

Siglo XVI, imprenta y protestantismo

El protestantismo y la imprenta, junto con otras condiciones históricas, van a ocasionar en el libro cristiano cambios muy profundos. De una parte, los libros se van a multiplicar rápidamente, y de otra, el libre examen subjetivista va a erosionar notablemente el aprecio por la Tradición eclesial y por el Magisterio apostólico, colocando a los teólogos por encima de los pastores en la determinación y predicación de la fe cristiana.
En el mismo campo católico, vemos con alarma que a partir del XVI no pocas veces la mediocridad cuantitativa va prevaleciendo sobre la excelencia cualitativa, y que cualquierDespertador de conciencias dormidas, o cosa semejante, alcanza a veces mayor difusión que las obras de un San Juan de la Cruz. Cuando exploramos las bibliotecas importantes de estos siglos, en conventos o universidades, nos quedamos abrumados al ver la cantidad de piadosa morralla allí acumulada desde la invención de la imprenta. Encontramos también en ellas, sin duda, las obras excelentes, pero están semiocultas en la abundancia de la vulgaridad. Se hace patente ya un cambio muy marcado con respecto a las bibliotecas antiguas. Ahora la cantidad predomina sobre la calidad. La calidad está perdida entre la cantidad.

Siglo XX, enorme multiplicación de libros

En el siglo actual se produce una verdadera explosión en la cantidad de los libros publicados. He aquí algunos datos.

Antes del año 1500, Europa producía unos 1.000 títulos al año. Era necesario un siglo para formar una biblioteca de 100.000 obras. A partir de esos años, la publicación de libros y folletos va a experimentar un aumento uniformemente acelerado. En 1950, Europa producía unos 120.000 títulos por año; en diez meses, pues, se formaba entonces la biblioteca que antes tardaba un siglo en hacerse. En 1960, esa tarea se cumplía en siete meses y medio. Por fin, a mediados de los años sesenta, la producción mundial de libros era de unos 1.000 títulos diarios (Alvin Toffler, El shock del futuro, Plaza-Janés 1972, 44-45). Y adviértase que España, con más de 40.000 títulos anuales, ocupa uno de los primeros puestos en la producción editorial del mundo.

Esta explosión cuantitativa, por supuesto, se ha dado también en los libros cristianos. Y sin duda, en buena parte, este enorme crecimiento de publicaciones cristianas es una realidad que un periodista calificaría de imparable, un marxista de irreversible, y un cristiano de providencial. La expansión literaria que consideramos es, pues, en cierto sentido, necesaria, y lleva en sí todas las posibilidades maravillosas y todos los peligros abismales propios del enriquecimiento. En la búsqueda de la verdad, la posibilidad de reducir a unas pocas obras elegidas el campo de lecturas y meditaciones, quedó ya atrás, fuera de algunas vocaciones especiales, como quedó atrás el coche de caballos o la vida quieta de un Kant, que en toda su vida no sale de la provincia báltica de Könisberg. {JOSE MARIA IRABURU Lecturas y libros cristianos}
Un comentario más de Angelo Lopez
Angelo Lopez
ESTO ES UNA VERDAD VERDADERAMENTE CIERTA!!
Si la dietética corporal suscita, con toda razón, tantos estudios y escritos, la dietética espiritual, es decir, la alimentación de la mente y del corazón por las lecturas, debe ser considerada con atención aún mayor. En este sentido, la historia de las lecturas y libros cristianos, el análisis de su situación actual, así como la consideración de …Más
ESTO ES UNA VERDAD VERDADERAMENTE CIERTA!!
Si la dietética corporal suscita, con toda razón, tantos estudios y escritos, la dietética espiritual, es decir, la alimentación de la mente y del corazón por las lecturas, debe ser considerada con atención aún mayor. En este sentido, la historia de las lecturas y libros cristianos, el análisis de su situación actual, así como la consideración de su futuro previsible y deseable, constituye un tema muy importante, que merecería estudios más profundos.
Lectura es palabra que unas veces significa la acción de leer, y otras designa los escritos que se leen. En esta primera parte uso el término en la primera acepción. Y mis consideraciones no tratan principalmente de la lectura del estudioso, orientada a la investigación o la docencia. Describo más bien, haciendo una antología de textos, las notas que deben caracterizar la lectura religiosa del pueblo cristiano, y que vienen a ser aquéllas que los maestros espirituales antiguos o modernos han atribuído a la lectio divinamonástica, o a lo que, a partir del Renacimiento, vendría a llamarse lectura espiritual (1).
Lectura asidua
Si por la palabra humana el hombre transmite a otros su espíritu, así el Padre celestial ha querido comunicar a los hombres su Espíritu divino por medio de su Palabra encarnada, Jesucristo. Por eso leer la Biblia y los demás libros santos es uno de los rasgos fundamentales de la vida espiritual cristiana. El creyente, si quiere serlo de verdad, ha de alimentar su fe con la Palabra divina. El orden, claramente establecido por el Apóstol, es éste: «el justo vive de la fe» (Rm 1,17); ahora bien, «la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo» (10,17).
Judíos y cristianos han sabido siempre que el hombre «vive de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4). El creyente, privado de la Palabra divina vivificante, va muriendo, como una planta sin agua. Así es, y se comprende bien que así sea. Ya que el cristiano ha de vivir como un «extranjero» entre los pensamientos y caminos del mundo (+1Pe 2,11) -que son para él engañosos y sofocantes- necesita absolutamente formar su mente y estimular su corazón leyendo o escuchando asiduamente «los pensamientos y caminos» del Padre enseñados por Jesucristo (+Is 55,8). Y palabra de Cristo es no solo la Escritura sagrada, sino, en un sentido más amplio, todos los buenos libros cristianos. De este modo, en la lectura espiritual el cristiano recibe lo que continuamente pide en el Padre nuestro, «el pan de cada día».
Que la Iglesia ha conocido siempre esta necesidad y ha proveído a ella lo vemos en la lectura continua de la Escritura y de los Padres, que se practica secularmente en las Horas litúrgicas y en la Misa. Es así como la Iglesia procura que sus hijos crezcan sanos y fuertes, alimentados por la Palabra divina, que es pan de vida. Por lo que se refiere a la lectura cristiana privada, ésta en la antigüedad se practica sobre todo en los ámbitos monásticos, y sólo se generaliza entre los buenos laicos cuando la alfabetización es más frecuente y los libros, gracias a la imprenta, se hacen más asequibles. Es así cómo, a partir del Renacimiento, la exhortación a la lectura espiritual cristiana es un tema habitual entre los autores (2).
Los monjes comprendieron esto muy pronto, de modo que lectura, oración y trabajo fueron desde el comienzo las coordenadas fundamentales de la vida monástica. San Pacomio (+346) quiere que sus monjes vivan en la rumia permanente de las palabras de vida eterna; y por eso prescribe: «Todos en el monasterio aprenderán a leer y a saber de memoria algo de las Escrituras: al menos el Nuevo Testamento y el Salterio» (Preceptos 140). De San Jerónimo (+420) se decía: «Siempre leyendo, dedicado a los libros, no descansa ni de día ni de noche» (Sulpicio Severo, Diálogos I, 9).
San Benito (+547), fiel a esta primera tradición monástica, establece en sus monasterios ratos amplios de lectura cada día, y más el domingo (Regla 48 y 73). El monje benedictino da, pues, la figura sapiencial de un lector asiduo, siempre a la escucha de la Palabra divina. Guillermo de San Teodorico (+1148) dirá de San Bernardo (+1153) que se ocupaba «incesantemente en orar, leer o meditar» (Vita Bernardi 4,24).

Pero no sólo los monjes han de leer, sino también los laicos. A ellos les dice San Juan Crisóstomo (+407): «Vosotros pensáis que la lectura de las divinas Escrituras es únicamente asunto de monjes, cuando la verdad es que vosotros tenéis mucha más necesidad que ellos de hacerla» (Hom. in Matth. 2,5). En sentido semejante se expresan San Jerónimo, San Gregorio Magno (+604: Ep. 4,31; 11,78), San Cesáreo de Arlés (+542: Sermón 6,2; 8,1). Y en tiempos en que los libros eran pocos y caros, el obispo San Epifanio (+403) afirma que «la compra de libros cristianos es necesaria para quienes tienen dinero» (Apophtegmata 8).
William JHS
Señor a quien iremos SI tu tienes Palabra de Vida Eterna. 🤗